Desde que fui al acto de Lledoners del 2 de noviembre en apoyo a los presos políticos, tengo todavía más miedo a que estos acontecimientos queden reducidos a un espacio donde los independentistas vayan a abrazarse y a llorar mientras los comuns los consuelan.

El riesgo de basar una causa en el dolor sufrido es que, si no va acompañada de una propuesta para la acción que transforme el agravio en poder, acabará rematando el trabajo de la represión. Resulta significativo que los discursos pronunciados en Lledoners que tenían más capacidad de sacar a los allí presentes de la parálisis de la herida fueran los de Aamer Anwar, el abogado escocés de la consellera Clara Ponsatí, y los de los trabajadores de la Generalitat. El caso de Anwar fue especialmente punzante por aquello que tiene que venir alguien de fuera a recordarte de que tanto los derechos humanos como la autodeterminación se defienden ejerciéndolos. El otro acierto fue que articulara la lucha anti-represiva a la causa de la represión, que es la ideología de las estructuras de poder del estado español. Eso hace que se pueda sostener una estrategia coherente antes, durante y después del juicio, independientemente de si finalmente se rebajan penas o no.

Echo de menos el vínculo de la represión con su causa en el manifiesto "Somos el 80%" presentado por Òmnium Cultural. La idea de Òmnium es buena, y por eso sería una lástima que acabara siendo un documento de consenso sobre cómo no se tiene que disciplinar el independentismo, más que no una condena del hecho de que el Estado reprime a un conjunto de personas que facilitaron el libre ejercicio del derecho a la autodeterminación de Catalunya el 1 de octubre. Eso último, de paso, serviría para interpelar a sus firmantes, sobre todo a los no independentistas, a plantearse qué han hecho ellos para permitir que el estado español haya llegado hasta donde ha llegado.

El manifiesto está repleto de aquel lenguaje procesista que utiliza palabras grandilocuentes con las cuales todo el mundo está de acuerdo porque pueden tener mil significados, y que reduce la exposición de los hechos y sus causas al "ya nos entendemos". El problema en Catalunya no es que la sociedad catalana no defienda ni la libertad de expresión, ni la pluralidad, ni la resolución política y pacífica de los conflictos. El problema es que tiene visiones diferentes sobre qué quieren decir todas estas cosas. Es eso lo que ha hecho que, por ejemplo, cuando el Estado se haya negado por millonésima vez a ofrecer la vía dialogada, política y pacífica que el manifiesto pide, una parte de los catalanes, también algunos de los firmantes, no aceptaran la alternativa, el referéndum del año pasado.

Es exasperante como la denuncia de la injusticia que supone tener presos políticos y exiliados a menudo se basa en la reivindicación de que las personas perseguidas son "buenos hombres y mujeres"

Así pues, de la misma manera que la campaña de migrantes y refugiados contra la ley de Extranjería y los CIE es "el racismo nos encierra", y que las personas trans denuncian los asesinatos de personas del colectivo al grito de "la transfobia mata" ―y que es desde esta base que se trabaja para hacer entender que todo ello son vulneraciones de los derechos humanos, intolerables en sociedades democráticas― hace falta denunciar sin ambages, en los manifiestos, en los actos, en todas partes, que la causa general es contra el independentismo, y que es la visión asimilativa de lo que es el pueblo español la que hace que el Estado se pase los principios democráticos por el forro.

Tal como ha demostrado el dictamen del Tribunal Europeo de Derechos Humanos en relación a Arnaldo Otegi, el Estado no sólo está dispuesto a pagar el precio de un varapalo judicial europeo de vez en cuando, sino que la vía judicial contra los nacionalismos rebeldes es una estrategia política que, de momento, funciona. No ser conscientes de eso, y no trabajar para revertirlo, acabaría de situar el independentismo donde lo quiere España: lamiéndose las heridas mientras espera que Europa le facilite un esparadrapo en forma de victoria moral.

Es precisamente la moral, la mentalidad del "no hemos ganado pero hemos jugado bien", uno de los principales obstáculos internos del independentismo y una de las causas del relato encorsetador del martirio. Es exasperante como la denuncia de la injusticia que supone tener presos políticos y exiliados a menudo se basa en la reivindicación de que las personas perseguidas son "buenos hombres y mujeres". Aparte de desplazar todavía más del discurso la razón por la cual son perseguidos, el relato de las buenas personas blinda a los presos y exiliados de las críticas, y hace olvidar que el buen gobierno democrático se basa en el juicio sobre los hechos, en la capacidad de cumplir el programa político votado por la ciudadanía y, en caso que no se pueda hacer efectivo, en la explicación del porqué.

La única cosa que quiere decir tener presos políticos y exiliados por tu causa es que tu causa tiene presos políticos y exiliados. Como escribió el periodista Arturo Puente, cuando el Estado dicta sentencia, dicta la tuya, no la suya. Las personas vivimos menos que los estados ―a no ser que sean catalanes― y eso hace que las consecuencias para la carne siempre sean más dramáticas que para las instituciones. La parte positiva de todo es que, una vez asumidas estas evidencias, decidir qué hacer y cómo volverlas productivas para la estrategia independentista tan sólo depende de los independentistas.