El primer ministro laborista en Escocia en 2007, Jack McConnell, dijo en sesión parlamentaria que "cuando era joven creía que el nacionalismo podía ofrecer un futuro, pero también creía en Santa Claus". McConnell subestimó la lógica implacable con que los niños ven a menudo el mundo. Ni él ni el laborismo que había dominado con una hegemonía total la política escocesa desde finales de la Segunda Guerra Mundial sospechaban que estaban muy cerca del precipicio político. En pocos años, la socialdemocracia escocesa ha pasado de controlarlo todo a escaparse de la aniquilación total por la mínima, con un solo representante hoy en día en el Parlamento británico.

La desaparición de la socialdemocracia y su sustitución progresiva por el nacionalismo independentista en Escocia van de la mano. De hecho, la habilidad del Partido Nacionalista Escocés (SNP) a la hora de ocupar un espacio político que queda huérfano es uno de los fenómenos de cambio electoral más fascinantes en la Europa de los últimos tiempos. La gran lección del independentismo escocés es que el nacionalismo tiene éxito precisamente cuando sabe jugar bien en el eje izquierda-derecha, y no tanto cuando lo quiere sustituir. Posicionándose bien en un espacio rentable en este eje, y asociando la idea de nación menos a la identidad y más a una política de regeneración concreta.

En pocos años, la socialdemocracia escocesa ha pasado de controlarlo todo a escaparse de la aniquilación total por la mínima

La sustitución progresiva del laborismo escocés por un independentismo progresista viene, pues, en dos tiempos. El primero es el declive de los dos pilares de la base laborista, como eran la economía industrial y el poder de los sindicatos. La nueva economía basada en el petróleo y los servicios fragmenta la clase trabajadora tradicional. El New Labour de Tony Blair reaccionó a este cambio estructural yendo demasiado lejos y fusionándose con la ideología conservadora. El neoliberalismo económico, el flirteo con ideas de privatización de la sanidad pública y sobre todo la guerra contra Iraq no sonaron bien en un espacio de centro-izquierda liberal.

El segundo tiempo del ascenso del independentismo escocés viene de la mano del nacionalismo útil y carismático de Alex Salmond en la última década. Al llegar al poder, el SNP asoció el independentismo menos a una identidad exclusiva y más a un tipo de política que no ofrecía ningún otro partido. Las matrículas universitarias gratuitas, la supresión de los cargos por medicinas y la congelación de algunos de los impuestos más regresivos asociaron la idea de descentralización escocesa con políticas de sector público, opuestas a las políticas de derechas que venían de Westminster.

El SNP también se beneficia de un relevo generacional en la última década. Gracias al acceso a la educación universal y a la mejora de su situación económica, los hijos de la clase trabajadora escocesa adoptan un código de valores diferente al de sus padres. De izquierdas económicamente pero más liberales, cosmopolitas y a favor de los derechos individuales y la inmigración. Paradójicamente, el nacionalismo sacrifica el comunitarismo y se asocia con los derechos individuales y un espacio claramente liberal, donde el derecho a decidir emerge como clave.

El trasvase de votos hacia el SNP viene exclusivamente de los laboristas y apunta a una cierta debilidad estructural del proceso escocés

Los paralelismos entre Catalunya y Escocia son interesantes. El declive del PSC y el ascenso de ERC se deben también en buena parte a la erosión progresiva de la economía industrial y a un cambio generacional de la izquierda que asocia el nacionalismo con los derechos individuales y no los comunitarios. Sin embargo, el hecho de que el trasvase de votos hacia el SNP viene exclusivamente de los laboristas también apunta a una cierta debilidad estructural del proceso escocés. No hay ningún partido nacionalista de derechas, y más de un 90% del conservadurismo británico da apoyo a la unión con el Reino Unido. Sin alianzas de clase, es difícil incrementar los números en un referéndum y ganar legitimidad entre sectores de clase media y acomodados. Es difícil hacer un nuevo país sólo de izquierdas, y el SNP lo tiene complicado para atraer al votante conservador. Esta es la principal diferencia con Catalunya, donde sí hay espacio para una alianza entre nacionalismos útiles de derechas y de izquierdas como vía para llevar adelante el procés.

 

Sergi Pardos-Prado es profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Oxford