A los 18 años, y contra toda lógica familiar, decidí estudiar Ciencias Políticas. En mi entorno más inmediato de amistades sorprendió. ¿Cómo una joven podía escoger y decidir pasarse cuatro años de su vida estudiando política?, una cosa que según su opinión no interesaba a nadie y haría indeludiblemente que mi futuro fuera oscuro y laboralmente incierto.

Actualmente vivimos días convulsos. Y si una virtualidad o virtuosidad han tenido es que han deshecho el mito de que la política no interesa a nadie. Os reto a ir al tren, entrar en una tienda de ropa o bien sentarse a tomar un café. Sólo hay que ver cómo se han disparado las audiencias de programas informativos de las cadenas de televisión. Todo el mundo habla de la situación actual. Y eso es positivo. Y sobre todo, nadie lo tiene que sacar fuera de contexto. Vengo de una familia muy politizada. Son memorables las comidas de fiesta mayor. En las que en la mesa se sienta gente de la antigua Iniciativa, personas de Unió Democràtica, de ERC y algunos no alineados (pero con opinión). Y las comidas siempre han tenido en el epílogo cafés míticos de discusión política. Con un tono subido siempre. Y de alto nivel. Y eso, y este hecho, que hablemos, que discutamos, no significa que en ningún caso estemos fracturados. Sencillamente, discrepamos.

Y aquí, podemos ver como cuando a las personas les ofreces un relato, una perspectiva y un proyecto, la gente se sitúa. Se posiciona y devuelve la política a la gente, que es del lugar de donde nunca se tendría que haber ido.

¿Qué ha hecho que dos millones y pico de personas fueran a votar el día 1? La perspectiva de ser importantes, que su voz contaba. ¿Y qué hizo que unos millares (los votos se cuentan, las almas no) se manifestaran el día 8 de octubre por la unidad de España? La necesidad de ser visibilizados, también. Las dos tipologías de personas, percibían y perciben que su voz es primordial. El paso de ser agentes activos a ser agentes pasivos de la política yendo a votar sólo cada cuatro años, es positivo. Y lo que es más importante, aunque no seamos conscientes, nos convierte en comunidad.

Tenemos que estar atentos a las frustraciones. La generación del mayo del 68 ya descubrió que bajo los adoquines no estaba la playa

Estos días he paseado mucho y he mirado mucho las caras de la gente. Y sobre todo, he escuchado y me he fijado en la gente joven. En los estudiantes, especialmente. Envidio sus caras de ilusión. Estamos hablando de generaciones nacidas en la democracia. Su participación en la historia se había visto reducida a algunas huelgas contra las tasas universitarias, la LOU y el 15-M. Y hoy, algunos tienen la oportunidad de participar en la "revolución" de su generación. Y eso es sano. Como también es muy sano que haya jóvenes que estén en contra. Pero lo que todavía es mejor es que por primera vez no vean la política como algo alejado. Y que, sobre todo, crean que cuentan como ciudadanos y ciudadanas y no son sujetos pasivos ni de su país ni de su historia. Que lo que pasa les pertenece. Porque, al final, lo tendrán que gestionar ellos. Pero también tenemos que estar atentos a las frustraciones. La generación del mayo del 68 ya descubrió que bajo los adoquines no estaba la playa.

Ya Aristóteles en la antigua Grecia definió al hombre como un animal político. Lo que diferenciaba al hombre de cualquier otro animal, según el filósofo, era el don del lenguaje. Y también otorgaba a los humanos la calidad de discernir entre el bien y el mal, la justicia de la injusticia; y este hecho, con la moral, les permitía la participación en la comunidad y la vida pública.

Saquémonos viejos clichés de encima. Participemos. Manifestémonos. Votemos. Discrepemos. Opinemos. Y esta realidad, ni nos fractura ni nos divide. Porque, por naturaleza, somos animales políticos.