El año 2019 se celebrarán 100 años de la creación de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), una de las grandes estructuras de gobernanza mundial surgidas a raíz del desastre de la Primera Guerra Mundial. Para conmemorar este centenario, la organización ha decidido articular una consulta tripartita entre gobiernos, patronales y sindicatos bajo el título "El futuro del trabajo que queremos" y que tiene que dar lugar a un documento compartido que tiene que responder a diferentes preguntas. Guy Rider, director general del OIT, situaba las cuestiones idóneas en la inauguración de la consulta estatal en Madrid: ¿de dónde saldrán los trabajos del futuro? ¿Cómo serán? ¿Habrá trabajo para todo el mundo? ¿Viviremos mejor?

Quizás analizado en frío no es el mejor momento para plantearse estas cuestiones. Una consulta global en un momento en que el mundo se encuentra en una encrucijada es compleja. Algunas sociedades se encuentran saliendo de una crisis galopante que ha dejado como legado más desigualdades y un rastro de precariedad transgeneracional sin precedentes. Se ha instalado la casi certeza empírica de que el futuro no será mejor. O que al menos hay interés para que eso sea así. Pero hay sociedades que afrontan el debate con trabajo infantil y esclavo en su génesis. ¿Pueden responder un trabajador de Nepal o de Colombia a las preguntas en iguales condiciones que uno de Canadá o de Italia? Rotundamente, no.

Pero volvamos a las preguntas: ¿de dónde saldrán los trabajos del futuro? Seguramente en Europa nos enfrentaremos a una paradoja: la tecnología irá destruyendo puestos de trabajo y el viejo continente tendrá cada vez menos gente en edad de trabajar. Es decir, todas las proyecciones nos indican que necesitaremos mano de obra de fuera. Y si los trabajos del futuro van acompañados de cambios tecnológicos, aquí lo tenemos difícil. La mayor parte de ocupación generada, el 91%, se ubica en actividades de bajo contenido tecnológico y sólo el 9% recae en ramas de contenido tecnológico alto o medio. Es decir, que hace falta que nos pongamos a cooperar con I+D+i y a hacer transferencia de la universidad a la empresa y a invertir en políticas industriales.

Pongámonos las pilas porque nada está escrito en el destino. Nos toca cambiarlo a nosotros. Exigimos trabajo digno

Segunda cuestión: ¿cómo serán? El futuro no es sinónimo de precariedad. O no lo tiene que ser. El incremento de la utilización de contratos o subcontratas en las cadenas de suministro o producción está precarizando sin fin las relaciones laborales. La flexibilidad unilateral aumenta las dificultades de conciliación y los nuevos trabajos han entrado en una espiral de degradación sin fin. Sin seguridad y con eufemismos que desprecian el propio valor del trabajo. ¿Qué son los colaboradores? ¿Y los freelance? Palabras puestas no al azar, sino muy bien pensadas, para desnaturalizar el concepto de trabajador y fragmentar el más que necesario sentido de pertenencia a la clase trabajadora.

¿Y habrá trabajo para todo el mundo? Creo que la pregunta no está bien hecha. Nos tendríamos que plantear cómo lo haremos para que haya trabajo para todo el mundo. Porque tendrá que haber. No tenemos otra salida. Tenemos que ser conscientes de que los trabajos relacionados con el cuidado de las personas y el estado del bienestar en una sociedad que envejece como la nuestra serán primordiales. Y que la protección social será una de las piedras angulares de las sociedades modernas.

¿Finalmente viviremos mejor? Esta es una pregunta que nosotros que nos las damos de haber avanzado como sociedad, no nos tendríamos ni que hacer. Tiene que ir incardinada en el corpus de toda sociedad civilizada. Es un deber, vivir mejor. Una obligación moral. Y hace falta que los dirigentes mundiales nos lo aseguren.

Me gusta, sin embargo, en general, la pregunta que nos hace el OIT. El futuro de trabajo que queremos. Porque nos pone la pelota en nuestro tejado. No es el trabajo que tendremos o que decidirá alguien que tenemos que tener. Es el que queremos nosotros. Pongámonos las pilas porque nada está escrito en el destino. Nos toca cambiarlo a nosotros. Exigimos trabajo digno. Que progreso no sea sinónimo de vivir peor. Hagámoslo posible.

En el mundo hay muchas trincheras. Pero ninguna más central que la del trabajo digno y de calidad. Con un trabajo digno se tienen ciudadanos y ciudadanas libres de tomar decisiones, y sociedades inclusivas que respetan las diferencias y conviven en paz. Muchas personas se juegan la vida día a día para que eso sea una realidad. Escojamos bando y pisemos la calle. Nos vemos en las manifestaciones del Primero de Mayo.