Nueva York, Washington, Madrid, Londres, París, Bruselas. Las guerras del siglo XXI son guerras planetarias de guerrilla difusa, con combatientes sin rostro, con ejércitos sin estado mayor ni jerarquías de mando, con frentes móviles en el mapa de Google que es el todo –finalmente, después de 25 siglos de metafísica occidental, resulta que el todo eres tú en tu sofá navegando por el Google Maps–. Guerras subterráneas, latentes, emergiendo en directo a la vuelta de la esquina, guerras en tu móvil, y, a pesar de todo, guerras invisibles.

Guerras sin guerreros ni generales ni normas. ¿Quién las declara? ¿Hay manera de rendirse? ¿Se pueden negociar reparaciones? Hace un siglo, las guerras dejaron de tener reglas y caballeros que pedían permiso antes de disparar el primer tiro. Ahora ya no tienen ni papeles, las guerras ya no se anuncian, ya no se tratan, se hacen. No se sabe dónde empiezan ni cuándo acaban, no se sabe dónde será la próxima batalla. Eso sí, sigan conectados a su pantalla.

Las grandes guerras del siglo XX eran hecatombes racionales. La cara oscura de la Ilustración era Ilustración. Alguien las pensaba, alguien las dirigía, alguien las hacía, alguien con cara y ojos perecía, en ellas, alguien contaba a los muertos, y alguien pretendía ir a la raíz del problema (para condenarlas o para absolverlas). Ahora no hay raíz del problema y por eso mismo no entendemos estas guerras. Las guerras no se pueden pensar con el pensamiento-árbol (Deleuze y Guattari). Las que se hacen ahora y aquí son guerras rizomáticas: guerras sin raíz que cortar, sin tronco que tumbar, sin copa, ramas ni hojas a desbrozar. Barack: ¿de qué sirvió la operación Bin Laden? ¿Ya habéis condecorado al dron?

Después de lo del 11S del 2001 Bush hijo decidió borrar Afganistán del mapa; Hollande, después del 13N del 2015, bombardeó Siria. (¿Y qué harás, tú, Angela Merkel, después de Bruselas?) Guerra, todavía, contra los enemigos de la patria y la Humanité. Cuando la lógica vieja, la de los imperios-nación, responde al ataque choca una vez y otra contra un adversario subterráneo, múltiple, sin centro ni periferia (todo es centro de alguna cosa y periferia a la vez), que se reproduce y se retroalimenta en/y del todo global interconectado hasta el infinito.  

Cuando la lógica vieja, la de los imperios-nación, responde al ataque, choca una y otra vez contra un adversario subterráneo, múltiple, sin centro ni periferia, interconectado hasta el infinito 

Respuestas viejas, respuestas en modo árbol a guerras nuevas en modo rizoma. Por eso no se puede cortar la raíz: se esparce por todas partes, en el subsuelo que comunica Bali con Bamako y Molenbeek, no se sabe donde nace ni donde muere, no necesita recibir órdenes, se las da ella misma, no le hace falta nadie que señale un punto en el mapa. No hay un centro de mando. Hay una multiplicidad de centros de ataque. El teatro de operaciones es el todo, no hay dirección ni objetivo y todas las direcciones y todos los objetivos son posibles. ¿Choque de civilizaciones? Intrachoque civilizatorio.

La ciberguerra espera la llegada de la ciberpolítica. El siglo. La guerra rizomática no es cosa de Dios, es cosa del mundo en red, de los discursos en red, de los dispositivos en red. La red es comunicación y movimiento enredado de las personas por aeropuertos y metros, en el interior de los grandes edificios corporativos, en los grandes estadios, en las zonas de ocio de las ciudades líquidas, de las ciudades-pantalla. No hay punto de fuga. En la red, todos somos atacados y atacantes, agredidos y agresores, víctimas y verdugos, objetivos a batir: ellos también. Todos somos Bruselas, todos somos París, todos somos Londres, todos somos Madrid, todos somos Nueva York y Washington. 13 muertos: haz un tuit, no tardes. Ya van 30 y muchos.

Hemos confundido el mundo más (auto)vigilado de la historia con el mundo más seguro. ¿Cómo es posible que suceda? Justamente, porque era imposible que sucediese. Multiplicamos murallas para parar las pateras repletas de esperanza, borramos las fronteras pero las resucitamos cuando vienen los refugiados “con estudios” que huyen de “la” guerra (como si la de ellos no fuera la nuestra). Pronto podrán atacarnos desde el móvil que duerme y pasea con nosotros, abierto 24 horas. Todos somos el chino o el paki de la esquina.

Ellos visten y figura que rezan y juran y convocan las guerras santas como se hacía en el mundo viejo. Pero es mentira: son los únicos que han entendido cómo se hacen las guerras –las malditas guerras invisibles– del mundo nuevo que nosotros enunciamos.