"Meos tam suspicione quam crimine iudico carere oportere"
Suetonio

Hace veintidós siglos la tenían muy clara y hoy se ha vuelto una máxima tenebrosa. Nadie dudó en siglos de su oportunidad moral, de su superioridad respecto a otros comportamientos: "Juzgo que los míos deben estar libres tanto de sospecha como de delito". La escribió Suetonio en su Vida de Julio César y se refiere no solo a la honestidad y honradez del dirigente, sino también a la de su familia. La apariencia ante los ciudadanos también importa, como la apariencia de imparcialidad de los jueces importa. No solo es que has de serlo, sino que los demás deben de poder confiar en que lo eres.

Hace veintidós siglos estaba claro, hace apenas unos años estaba claro y ahora gran parte de la izquierda de este país parece no entender que la mujer del presidente del Gobierno no puede tocar a las empresas españolas ni con un palo, sea con la finalidad que sea, y menos puede utilizar recursos públicos para realizar esos contactos, agradecimientos, gestiones, como si los contribuyentes la hubiéramos dotado de una secretaria personal para su trabajo que no tenía antes de llegar a residir en Moncloa. Porque más allá de que el trabajo de recaudadora de fondos no es adecuado, incluso para cualquier otro, si necesitaba ayuda debería haberla pagado de su bolsillo, de lo que ingresaba. 

El lado bueno de la historia ha devenido en quitarle importancia a que se usen correos de Moncloa para pedir contribuciones dinerarias a empresas; en considerar que hermanos y cuñadas pueden vivir a cuenta del erario público en el palacete en que se residencia la presidencia del Gobierno, mientras unos creen que trabajan en Badajoz y otros que tienen residencia en Portugal; en justificar que codirijan cátedras en universidades públicas personas que solo tienen el bachillerato y no hubieran podido ni cursarlas; en que se recomienden alegremente empresas para adjudicaciones en las que luego la Intervención del Estado encuentra anomalías; en que parezca peccata minuta que se le cree un puesto a medida a un director de orquesta —¡en Badajoz!— y que se sepa que es suyo antes de sustanciarse el concurso y que, además, ni siquiera tenga muy claro si trabaja en un despacho ni dónde encontrarlo. Es un resumen de la nueva normalidad progresista. Me pinchan y no sangro.

No sé si Pompeya estaba o no en el ajo de Pulcro, sí sé que no es nada pulcro el ajo de Begoña. Ni siquiera sé si el asunto llegará a sustanciarse en una condena, puede que no cumpla el tipo o que no se pueda probar. Lo que sí se es que no hay más remedio que someterlo a escrutinio. Lo que sí se es que para estar libre de sospecha, el cónyuge o pareja del presidente de un gobierno o del jefe del Estado tiene que alejarse de actividades incompatibles por sospechosas. Elvira Rodríguez, la mujer de Rajoy, dejó Telefónica. Letizia Ortiz no pretendió nunca seguir presentando informativos. Puede parecer una putada, lo entiendo, aunque en realidad es una decisión tomada en equipo. ¿Vamos o no vamos a Moncloa? ¿Me caso o no me caso con el Rey? ¿Asumimos las prebendas y también los inconvenientes?

Para estar libre de sospecha, el cónyuge o pareja del presidente de un gobierno o del jefe del Estado tiene que alejarse de actividades incompatibles por sospechosas

Por contra, la pareja presidencial deja un rastro indeleble de patrimonialización de lo público. Algo propio de una república democrática, ya saben lo que eso significa, y no de una democracia avanzada. Los veraneos en lugares propiedad del estado —vale, seguridad y privacidad como argumento— no solo para el núcleo familiar sino para la familia expandida y hasta si me apuran para la familia política en el más amplio uso del término. En otro país, no en otra galaxia, estaría claro que no te puedes llevar a padres, hermanos, cuñados, amiguetes y allegados varios de vacaciones a un palacete sin valorar el desembolso y pagarlo. En la Casa Blanca, el personal lo paga el erario público, y la compra, todo lo que consume la familia presidencial, hasta las coca-colas de Trump, las paga el propio presidente. Aquí, según se ha publicado, durante seis meses le hemos pagado el papeo al hermano y a la cuñada y hasta los desplazamientos en vehículo oficial a las revisiones del embarazo.

Así que no sé si defender a capa y espada el comportamiento de los Sánchez es estar en el lado bueno de la historia; lo que desde luego no es, es estar en el lado bueno de la democracia. La democracia es fondo y forma. Las corruptelas menores solo auguran un listón muy bajo para las grandes corrupciones. Un cargo electo es un inquilino de las instituciones, no su propietario. La transparencia, por cuya falta tanto hemos acusado a la Casa Real, es un debe de Sánchez. No sabemos quién vive en el palacio presidencial, no sabemos si los aviones de la Fuerza Aérea los han utilizado personas sin ningún cargo institucional, no sabemos por qué había porteros de bar de chicas con pasaporte diplomático, no sabemos casi nada, aunque a base de llevar a los tribunales las negativas a aplicar la ley de transparencia, poco a poco algo se intuye.

El lado malo de la democracia incluye no solo excluir de la apariencia de ejemplaridad al entorno del César, sino en aventurar excusas impensables para un demócrata, tales como dividir el número de correos de una cuenta oficial en los que se maceraban negocios particulares por el número de días y concluir —izquierda, quo vadis?— que toca a pocos por jornada, que la separación de lo público y lo privado es al peso, que solo hay que considerarla si no se practica en exceso, que la vara de medir es a medida. Calidad democrática es lo que nos jugamos. Si Guerra y su hermano hablaran. He visto socialistas y autoproclamados comunistas e incluso anarquistas alegando que toda la vida ha habido enchufes y tampoco el del hermano del presidente, al que no aguantan y al que tienen dominado, es más grave o menos que otros. Solo me falta, vive Dios que no lo desestimo, que nos acaben convenciendo de que confundir lo púbico con lo público también es un desliz ministerial de poca monta.

Jamás en una democracia avanzada sucedería algo similar. No harían falta jueces, ni peinados, ni despeinados, ni siquiera calvos. Bastaría con la premisa democrática de exigir probidad y ejemplaridad al gobernante, de querer que rijan nuestros destinos gentes con un nivel moral y político alto.

No vamos a pedirle a Pedro que se divorcie de Pompeya. Hay hombres grandes que trascienden los siglos y los sacrificios en aras de la coherencia, y otros cuyos hechos y frases no recibirán el beso de la historia. Lo que sí podemos pedir es que la decencia, el listón alto y la ética democrática no se nos queden entre los dedos por defender lo indefendible. Quien ha visto y quien ve a la izquierda, que se aleja a marchas forzadas de su verdadera superioridad moral, que residía en exigir a los propios más que a los ajenos.

Mi esposa debe estar por encima de toda sospecha. Pues eso.