1. Jordi Cuixart puede decidir abrazarse con quien quiera. Además, los pactos se sellan con los enemigos y no con los amigos. Que los presos políticos asistan a la toma de posesión del presidente Pere Aragonès mientras en la primera fila se sienta el ministro español de Política Territorial y Función Pública, Miquel Iceta, justo junto al presidente destituido Quim Torra, ¿es una anomalía o la nueva normalidad? Porque es muy extraño que la formación del gobierno catalán que ha aupado Aragonés a la presidencia se haya pactado en una cárcel y que el representante de los carceleros esté presente en el acto que es su consecuencia. Cataluña es reiteradamente un “oasis”, por mucho que lo quieran negar desde la historiografía pseudoizquierdista, donde todo es posible. Estar encarcelado y tener el poder de nombrar consejeros en un gobierno de coalición independentista, y abrazar “el osito que todo el mundo quiso tener”, por definir a Iceta como él retrató a Junqueras en diciembre de 2017. 

2. Discutir sobre el abrazo a medias de Cuixart a Iceta en términos morales es tan improductivo como exaltar infantilmente sus virtudes políticas. Cuixart es un hombre de reacciones apasionadas. Todavía me acuerdo del día en que me telefoneó, cuando yo era director de Unescocat, para comunicarme que su empresa retiraba el apoyo económico a un programa sobre inmigración que impulsábamos porque servidor había decidido apoyar el sí al referéndum del Estatut de 2006. Todo el mundo tiene derecho a equivocarse. Y vayan ustedes a saber quién se equivocó entonces, si él o yo. Además, si el gobierno español hubiera enviado alguien que no fuera Iceta, seguramente la “camaradería” habría sido muy diferente. Al final, Iceta es catalán y ha liderado el PSC y se ha paseado por los pasillos del Parlament durante la década soberanista. Es un “viejo conocido” de los líderes del procés. Debe de ser por lo mismo por lo que Oriol Junqueras no fue tan amable con él cuando respondió a la pregunta tópica "¿cómo andas?", formulada por Iceta en el Pati dels Tarongers, con una gélida frase: "tú, seguro que mucho mejor que yo". Hay fes que no perdonan.

3. Estamos en plena fase de digestión de los efectos de la represión. Los unionistas se sienten ganadores porque, ciertamente, han conseguido evitar la independencia de Cataluña y han doblegado, además, a los dos partidos más extremistas en los años previos al 1-O. El miedo y la derrota explican los cambios de actitud, pero no avalan para nada la manera como ahora se intenta justificar qué pasó de 2015 a 2017. Es una explicación a posteriori, anacrónica, porque atribuye la moderación actual de Esquerra a los tiempos previos al referéndum. El día que los diputados presentes en la dramática reunión del 11 de octubre del grupo parlamentario de Junts pel Sí se decidan a explicarla, quizás caerán algunas caretas. Solo recordaré que Marta Rovira estuvo al borde de la dimisión como portavoz del grupo porque el presidente Carles Puigdemont había decidido suspender la declaración de independencia prevista para el día anterior. Tomar una decisión a destiempo en política es la peor de las opciones.

4. Cuando el director de este periódico digital era director de La Vanguardia, decidió “fichar” a un conjunto de articulistas descaradamente independentistas, entre ellos Pilar Rahola, a quien ahora la propiedad del diario monárquico y conservador por antonomasia ha decidido despedir. No considero que sea un drama el cambio de orientación que han ido imponiendo los directores que sucedieron a Antich. Es lo normal. Rahola será sustituida por Josep Martí, un pepero “repescado” para el catalanismo por la Casa Gran, hasta llegar en 2010 al cargo de secretario de Comunicación del gobierno de Artur Mas. Desde aquella posición alimentó a todos los periódicos donde ha escrito desde que cesó en el cargo. Las puertas giratorias no son solo empresariales. La nueva normalidad también es esto, que el diario de los Godó vuelva a defender las ideas que le son propias, para poder decir, con la finura propia de los tipos hoscos como Martí, “Todo lo que toca el 'procés' se convierte en mierda” (la frase es de Jordi Amat, otro articulista de La Vanguardia).

5. Lo peor es caer en el desaliento. A medida que la Covid vaya remitiendo, la vida volverá a la normalidad de verdad, cuando los abrazos puedan ser sinceros y no resultado de un cálculo. Entonces la base independentista podrá volver a movilizarse no por el indulto de nueve presos, que son los que conservan el poder tejer y destejer en la política catalana, sino por la libertad de los más de 3.000 encausados por ser fieles a sus convicciones independentistas sin los vaivenes de los líderes, que un día mandan a la “papelera de la historia” al presidente a quien el unionismo atribuye todos los males, y al día siguiente, como quien dice, le dan un cheque en blanco al gobierno de los carceleros. Cuando la normalidad se imponga podremos decidir de una vez quién tenía razón, si Joseph de Maistre, un político y filósofo que estaba contra la revolución francesa de 1789, o el escritor André Malraux, ministro de Cultura francés entre 1958 y 1969 a las órdenes del general De Gaulle. El primero escribió que “cada pueblo o nación tiene el gobierno que se merece” y el segundo matizó la frase diciendo: “No es que los pueblos tengan los gobiernos que se merecen, sino que la gente tiene los gobiernos que se le parecen”. Ya se verá.