Este noviembre se publicó, con cierto retraso, la traducción inglesa de un ensayo que nos convendría tener disponible tanto en catalán como en castellano. La versión francesa de The Crime and the silence ya recibió el premio al libro europeo del año en el 2011. La obra de Anna Bikont había sido publicada siete años antes en Polonia con gran escándalo y polémica. Bikont, que es periodista y psicóloga, aprovecha el recuerdo y los testigos de una masacre ocurrida en una población del noreste de su país durante la II Guerra Mundial para explicar los procesos de politización y de contaminación de la memoria.

Con un estilo diamantino, Bikont escribe un relato devastador de su investigación para aclarar los hechos que llevaron al exterminio de los judíos de Jedwabne, contra los intentos de historiadores, periodistas, políticos y descendientes de los verdugos de ocultar la historia y cargar las culpas al ejército nazi. El 10 de julio de 1941 la gran mayoría de judíos de Jedwabne fueron asesinados por un tumulto de polacos que los culpaban de las penalidades ocasionadas por la guerra, y del retorno de los alemanes al pueblo. Aquel día, 400 años de vida judía en Jedwabne tocaron fondo. Los judíos, que conformaban la mitad de una población de 3.000 habitantes, desaparecieron para siempre de la zona.

Los primeros centenares fueron muertos a garrotazos y puñaladas. El resto fueron encerrados en un granero y quemados vivos, en un ambiente de euforia sádica, después de ser obligados a desfilar por la plaza del mercado cargando trozos de una estatua de Lenin. Las casas y las tiendas de las víctimas fueron saqueadas y ocupadas por polacos étnicos. El hijo de una mujer que escondió a dos judíos, recuerda haber utilizado arena y piedras del granero quemado para construir su casa familiar: "Encontré un hueso y lo tiré con furia –dice avergonzado–. Un amigo mío encontró un cráneo y lo tiró al río". Un cura insiste que el crimen lo cometieron nazis disfrazados de polacos.

A pesar del juicio que se hizo en la posguerra, hasta el año 2000 se dio por hecho que los responsables de la masacre habían sido los alemanes. Bikont describe cómo los supervivientes adaptaron sus recuerdos al relato dominante para no enemistarse con los vecinos. Explica que uno de los primeros negacionistas que entrevistó le aseguró que los judíos habían sido conducidos hasta al granero por tres soldados a punta de pistola y que si se hubieran defendido, la población polaca los hubiera ayudado. El lector se da cuenta de la tendencia que el hombre tiene a mentir cuando la verdad es demasiado dura, hasta el punto que la descripción de la masacre que hacen muchos testigos coge un aire de alucinación colectiva.

El libro de Bikont es mucho más que un ensayo sobre el antisemitismo. Es un ensayo sobre como los relatos simples y los hechos convenientes resisten el paso del tiempo hasta componer cuentos de hadas, mientras que las verdades difíciles de aceptar se van olvidando hasta dejar un rastro de vacío incómodo y putrefacto. La obra enseña como los remordimientos azuzan el odio cuando falta fuerza para enfrentarse a la culpa. También pone de manifiesto como incluso los héroes a menudo acaban silenciados por el miedo y las represalias.  El relato de Bikont hace pensar en la historia de España y en sus colapsos cíclicos. Si fue posible que la memoria de una masacre como la de Jedwabne fuera adulterada en tan poco tiempo como explica Bikont, ¿qué podemos esperar de sistemas más suaves y persistentes como los que el Estado español ha empleado en Catalunya?

Hay niveles de violencia que destruyen la inteligencia de tan altos como son, pero hay niveles de violencia que son igualmente destructivos de tan bajos y sutiles
Como dice el asesor militar Edward Luttwak hay niveles de violencia que destruyen la inteligencia de tan altos como son, pero hay niveles de violencia que son igualmente destructivos de tan bajos y sutiles. Durante la II Guerra Mundial el The New York Times publicó más de 26.000 noticias sobre el conflicto, pero tan sólo 26 hacían referencia a la política de exterminio que los nazis llevaban a cabo. Es normal que la población americana todavía piense hoy que nadie sabía nada de los campos de concentración antes de los Juicios de Nuremberg. Asimismo, si la masacre de Jedwadne se pudo convertir en casi una leyenda, es fácil de explicar que en el 2002 sólo el 14 por ciento de los polacos creyeran que en Auschwitz habían muerto mayoritariamente judíos (un 90 por ciento, para ser exactos).

Por lo tanto, no nos puede extrañar que García Albiol afirme que Catalunya no es una nación o que Inés Arrimadas hable de los independentistas como si fueran un error de la historia, a pesar del poco tiempo que ha tenido para conocer Catalunya. Ahora que se cumplen los 500 años de la muerte de Fernando el Católico y que la serie Isabel puede encontrarse en Netflix, es un buen momento para hacer notar que si la historia de España fuera como la explican los medios de comunicación y los académicos oficiales, la persistencia del hecho catalán no se entendería de ninguna manera. En este sentido, el libro de Bikont ayuda a entender por qué el PP no quiere abrir las fosas comunes de la Guerra Civil y porque que la palabra "étnico" genera todavía tanto escándalo en el debate cultural español.

En España el racionalismo se confunde a menudo con una visión abstracta del mundo, refractaria a las intuiciones y las experiencias personales. Bikont, que descubrió que su padre era judío cuando ya era mayor, nos enseña que la fe sale del pensamiento y que sin amor a la verdad a la larga una sociedad se consume a si misma.