A cada nueva polémica sobre la inmersión lingüística en Catalunya, la última protagonizada por la sucursal del PSOE en el Parlament y sus repentinas ansias de “flexibilizar” la labor de nuestro esforzadísimos profesores, la mayoría de patriotas de la tribu se apresuran a defender el modelo educativo del país con aquella irreflexión propia de los padres motivados que sólo ven la realización inmaculada de todas las virtudes en su propia descendencia. La realidad, como pasa siempre cuando uno se refugia en un resistencialismo sentimental, es que la inmersión es un fracaso debido al simple hecho de que nunca se ha cumplido. No pienso solamente en el hecho que todos conocemos uno, dos y tres institutos en los que la lengua vehicular es el español, sino en un problema que ataca el núcleo intencional de este programa; a saber, que el catalán fuera lengua de uso habitual en nuestros jóvenes.

El problema de fondo del asunto es que los políticos catalanes, incluso los independentistas, se resisten a resaltar el conflicto lingüístico existente en el país bajo la falacia de una coexistencia pacífica llamada bilingüismo

Como ha explicado insistentemente la filóloga Carme Junyent, la inmersión fue bastante satisfactoria durante los 80 en zonas donde el catalán era casi inexistente y en el ámbito de la primaria, cuando la educación depende mucho más de la escuela que no de la familia o del entorno; pero la inmersión olvidó la transición al bachillerato de la mayoría de alumnos del país justo en la edad cuando se solidifica el uso de una determinada lengua. La cuestión no es únicamente educativa, porque un sistema inmersivo no puede tener futuro si los alumnos no encuentran un entorno cultural y un mercado donde la lengua que aprenden en la escuela tenga prestigio y oferta de contenidos. Los editores catalanes aguantan como pueden la omnipresencia del español en la librerías, pero sólo hay que pensar en ámbitos como el cine, las series, los videojuegos o Youtube donde catalán es inexistente.

Todo esto podría modificarse, porque al fin y al cabo se trata de insuflar recursos (vaya, dinero), muscular tozudez e intentar prestigiar la lengua. Pero el problema de fondo del asunto es que los políticos catalanes, incluso los independentistas, se resisten a resaltar el conflicto lingüístico existente en el país bajo la falacia de una coexistencia pacífica llamada bilingüismo. Pero no hace falta pertenecer a la comunidad educativa ni ser lingüista para comprobar como las reivindicaciones del bilingüismo en Catalunya siempre provienen de un afán monolingüe español, y que sus políticas educativas (por desgracia, nuestros vecinos de Valencia y las Islas saben de qué va la broma) sólo llevan a una substitución del catalán. No hay nada de etnicista ni supremacista en afirmar algo tan simple como que el catalán, como cualquier lengua minorizada, sólo sobrevivirá si es culturalmente preponderante.

El bilingüismo ha sido, es y será siempre nefasto para la lengua subordinada en una contienda. Que, en esta vergonzante y repulsiva época de retorno al autonomismo no exista ni un político independentista del país que se atreva a decir esta frase os dará una idea de lo optimistas que podemos ser en lo que atañe a la aplicación de lo que osamos llamar inmersión, con un afán irónico netamente catalán. Si a penas podemos reivindicar el uso predominante del catalán (me resisto a la cursilería de llamarla la lengua propia) en espacios como la educación, imaginaros si pronto nos quedarán fuerzas para reivindicar su uso correcto en espacios como el comunicativo público y en especial en TV3, donde nuestra bella lengua es convertida diariamente en un catañol insufrible. Pero bueno, tranquilos, que todo esto seguro que nos lo resuelven los de ERC y el PSOE en una mesa de negociación…