He decidido escribir este artículo escuchando la banda sonora original de la película de El Padrino. Además de ser maravillosa, me evoca recuerdos y me parece que debería sonar por los altavoces de todas las plazas. Desde los balcones. Es más: propongo que nos pongamos todos de acuerdo, a las ocho, para poner esta música. Es mucho más bonita que el Resistiré del Dúo Dinámico con el que decidimos torturarnos durante la pandemia.
Hace unos días, en una entrevista que me hicieron, recordaba aquel momento, hace ya once años, en el que nos reunimos con Miguel Barroso en un restaurante de la plaza de Ópera, en Madrid. Eran tiempos de primarias en el PSOE. Verano de 2014. Se presentaban tres candidatos: Eduardo Madina (el preferido por el sector Zapatero-Chacón), el nuevo Pedro Sánchez (del entorno de los “Pepe Blanco boys”) y el rebelde profesor de filosofía, José Antonio Pérez Tapias (apoyado por los que militábamos en la corriente crítica del partido).
En aquella reunión estuvimos hablando sobre la posibilidad de pactar y fundir dos candidaturas, la de Tapias y la de Madina. Recuerdo con cierto ruido todo lo vivido en aquellos meses intensos. Fueron muchas, muchísimas, las trampas, las decepciones, los disgustos, los desengaños en esos días. Y fue mucho más grande el trabajo, el compañerismo, las horas incansables de hablar, de pensar y sobre todo, de aprender. Además, estaba embarazada de mi primer hijo. Y junto a Carlos, mi marido, vivimos con intensidad una campaña política durante los últimos meses de embarazo. Pasara lo que pasara en el Congreso del PSOE, nuestra ilusión estaba puesta en el mes de agosto, pues la llegada de Mateo iba a ser nuestra verdadera revolución.
Aquella mañana de verano, temprano, fuimos a recoger a Pérez Tapias y nos acercamos a Ópera. Nos reunimos con Miguel en un restaurante que estaba preparando las mesas, vacío. Y nos permitieron sentarnos en la planta superior, junto a un ventanal enorme que daba a la plaza. Abrieron las ventanas y se recibía por ellas el intento de frescor que dejaban las mangueras que limpiaban la plaza.
Mientras la ciudad se ponía en marcha, conversábamos sobre posibilidades de encuentro, puntos de programa, renuncias. Mi cariño hacia Miguel y Carme hacía de aquel momento algo interesante. Y lo miré un poco desde fuera, queriendo grabarlo en mi mente, porque dos personas a las que yo respetaba mucho en el ámbito político estaban negociando ante mí. Tapias era un sabio, una persona que conseguía emocionar a quien fuera con sus discursos. Hablaba con sentido, con lógica, con emoción. El viejo profesor que nos enamoró y por quien quisimos dar nuestra última batalla en política. Una época en la que recordé de nuevo las malas artes de la política, que se me habían medio olvidado en mi etapa internacional, donde me reconcilié con la política después de un nefasto comienzo en mi localidad.
Digamos que la relación de un militante con su partido, al menos con los de izquierda, tiene episodios de pasión. Y mucho queme. Tratas de convencerte de que tu objetivo es seguir tus ideales, y tratas de sortear los obstáculos mientras te dura la ilusión. Hasta que se acaba, claro. Hasta que ves el panorama bastante claro y te das cuenta de que no pintas absolutamente nada allí donde la trampa, las zancadillas, y los ineptos suelen conseguir imponerse. Y donde no hay manera de participar, salvo con el trágala y limitándote a cumplir órdenes absurdas y a seguir argumentarios vergonzantes.
La “familia socialista”. Esa que se nutre de tratarse muy bien hasta que te cosen a tiros. Esa que te agasaja para que te afilies y te aplaude cuando interesa y que te despelleja como te salgas del camino
En aquella negociación, que fue infructuosa pero intensa, pasó algo que me quedó marcado para siempre, como anécdota divertida pero impactante en su momento.
Busqué señales que me permitieran posicionarme ante la decisión que conllevaba “pactar con Madina”. En la batalla siempre hay que pensar en todas las opciones y valorar los pros, los contras, las consecuencias a medio y largo plazo. Y obviamente, Madina no era Sánchez, por lo que la decisión no resultaba sencilla. El caso es que, de pronto, por la ventana, junto al fresco del agua de manguera, se coló el sonido de la banda sonora de El Padrino. Un músico callejero había empezado a tocarla y se plantó en nuestra reunión.
En mis notas, las que siempre tomo, recuerdo haberlo escrito: “Y de pronto, suena la música de El Padrino...”. Aquella señal me dejó muy claro que era un aviso. Un mensaje de esos del destino que se presentan ante tus ojos alguna vez en la vida. Que quizás no sean más que casualidades que uno necesita encontrar para asirse a ellas a la hora de tomar decisiones. Digamos que puede ser un juego. Pero fuese lo que fuese, con la melodía de fondo aquella reunión tenía un tono absolutamente diferente.
Con el tiempo, la melodía ha venido a mi mente en muchas ocasiones. Siempre relacionadas con el PSOE, porque para mí, era la “familia socialista”. Esa que se nutre de tratarse muy bien hasta que te cosen a tiros (metafóricamente hablando, por supuesto). Esa que te agasaja para que te afilies y te aplaude cuando interesa (al interés de alguno/s) y que te despelleja como te salgas del camino. Salirse del partido no es fácil. Es un bullying de alto voltaje. Pero si uno se para a revisar las fotos de los actos y asambleas en los que ha participado, y escucha la banda sonora de El Padrino, ayuda a tomar la decisión correcta.
Pasados once años, me pregunto si elegimos bien al cerrar la puerta a pactar con Madina. Seguramente habría sido la mejor opción para el país, para el PSOE y para la decencia política. Mi problema fue que, a nivel personal, tanto Tapias como Madina me decepcionaron profundamente. Por eso creo que la música sonó a tiempo para avisarme de que esa familia era la que era. Y cuestión de tiempo sería que la melodía sonase en los balcones.
Y no se engañen, palmeros del Partido Popular. Como decía Clemenza: "El negociador está en mi casa jugando a los naipes con mis hombres, está contento. Lo dejan ganar".