Los analistas que dicen que Podemos no es nada sin Catalunya y Euskadi cometen el mismo error que los intelectuales que insisten en criminalizar a la CUP tratándola como un partido de extrema izquierda. La izquierda y la derecha tienen poco que ver con las contradicciones de fondo que están polarizando la política en Madrid y en Barcelona. La base del conflicto es territorial y tanto en Catalunya como en España los debates se tienen que entender en términos de centro y periferia. Nos pasamos el día escribiendo de redes sociales y de ciudades inteligentes y de corredores mediterráneos, y después analizamos los problemas como si acabáramos de salir de la guerra fría. Así podemos olvidar que en el mundo hay personas que se montan la vida entorno a un territorio más o menos definido.

Podemos es el partido de la periferia española, igual que la CUP es el partido de la periferia catalana. Si Catalunya fuera independiente, Podemos crecería en zonas de Castilla que ahora están dominadas por el PP, incluso antes que en la Andalucía socialista. Por eso el PSOE lo tiene difícil, y por eso Pablo Iglesias ha puesto como condición para pactar con Pedro Sánchez la celebración de un referéndum de autodeterminación en Catalunya. Podemos es el partido español de la periferia y si la periferia del Estado fuera otra o tuviera otros problemas, sería otra causa la que sus dirigentes defenderían a ultranza. Eso es lo que todavía no han entendido los socialistas y llegan tarde para verlo.

Si Catalunya fuera independiente, Podemos crecería en zonas de Castilla que ahora están dominadas por el PP, incluso antes que en la Andalucía socialista
Richard Florida y Saskia Sassen lo explican a sus libros. La globalización ha puesto en marcha una lucha por el control del territorio como fuente del poder político muy parecida a la que se produjo en tiempos de Luis XIV. Si entonces la disputa enfrentaba la cultura cortesana de las capitales absolutistas con la cultura protodemocrática de las ciudades comerciales, ahora la dialéctica entre el centro y la periferia enfrenta los valores de la mundialización con los valores del patriotismo, o los intereses del capitalismo global con eso que se denomina la economía productiva. Con este esquema se entiende mejor el ascenso de Podemos y la CUP. El mapa electoral no se ha dividido entre izquierda y derecha, sino entre los territorios más beneficiados por el Estado y los territorios más exprimidos y dinámicos.

El centro político hace tiempo que se va volviendo una cuestión de perspectiva geográfica y psicológica. La carraca de que Podemos y la CUP convertirán España y Catalunya en Venezuela es un cuento de brujas para asustar a los niños. Podemos y la CUP están más cerca de los valores de Occidente que el capitalismo chino que han promovido el PP, el PSOE y la CiU de Duran i Lleida. Venezuela no se puede trasladar a España porque en España no hay venezolanos. Que se acuse a un panadero de la CUP de querer convertir Catalunya en Venezuela, cuando Pujol y Maragall españolizaron casi hasta los cimientos la economía catalana da mucha risa. Recuerda ese discurso de izquierda que reduce el mundo al dolor de los parados y los desahuciados.

Podemos y la CUP están más cerca de los valores de Occidente que el capitalismo chino que han promovido el PP, el PSOE y la CiU de Duran i Lleida
La CUP parece radical porque, en el marco estatal, es el partido de la periferia de la periferia y eso le obliga a tener una actitud de combate para defender los intereses de sus votantes. La atracción que las experiencias de poder latinoamericanas generan en algunos sectores viene del hecho de que son experiencias forjadas en la periferia, y pensadas para sobrevivir en la periferia. En una Catalunya independiente, la CUP sería menos estridente y serviría de oposición a una derecha dinámica y liberada de complejos. Quizás hay que decir más que Catalunya es un país ocupado y que el Estado ha intentado borrar el republicanismo de la cultura española hasta el punto que el Ayuntamiento de Madrid todavía pudo cambiar, esta misma semana, el nombre a 30 calles que homenajeaban el franquismo.

Como publicaba el otro día The Spectator, si Iglesias fuera un extremista habría sacado los mismos resultados que los partidos ingleses extraparlamentarios. Lo mismo puede decirse de los 10 diputados de la CUP en el Parlament de Catalunya. Los intentos de presentar el partido de Anna Gabriel como un grupo de nihilistas o de locos totalitarios sirven para sembrar la confusión. Sin embargo, la pugna entre CDC y la CUP se expresa en términos de izquierda y de derecha porque rehúye el problema de fondo, que tiene que ver con el miedo que todavía provoca enfrentarse con el Estado por el control del territorio catalán. Además, el cambio de panorama ha desorientado al partido de Mas. Parece que los convergentes no pueden evitar aferrarse a las prerrogativas que les ha conferido el hecho de haber ocupado durante tanto tiempo el centro del mundo autonomista.

El problema no es que CDC sea demasiado de derechas, es que no acaba de entender qué significa ser independentista
El problema, en resumen, no es que CDC sea demasiado de derechas, el problema es que no acaba de entender qué significa ser independentista. El problema es que desde el 9N ha virado hacia a la izquierda para disimular su falta de determinación para defender la libertad de Catalunya. Justamente por eso choca con la CUP, que no tiene políticos forjados en el autonomismo, con privilegios que vienen de aquella época. Igual que Pedro Sánchez, CDC no ve que la centralidad ya no es un problema de izquierda o de derecha, sino de perspectiva espacial y psicológica. Es decir, que la centralidad política depende, sobre todo, de la capacidad de controlar un centro geográfico y su periferia. Por eso Iglesias trata de asaltar Madrid con la fuerza del independentismo, mientras que CDC todavía se aferra a los privilegios que le dio ser el gran partido de la España de las autonomías en Catalunya.

Quien crea que exagero que se pregunte por qué  TV3 ha emitido el discurso de Nochebuena del Rey, por ejemplo...