Volviendo fresco y contento de las vacaciones, me ha bastado con abrir Twitter tres minutos para darme cuenta de que comentar la actualidad política en este ciclo electoral que viene, se va a volver una auténtica odisea. Desde los tiempos de Franco que no era tan difícil escribir en los diarios, o salir en la tele, sin hacer el ridículo. Si has conocido un poco a Vicent Sanchis, por ejemplo, y lo ves disfrazado de Miqui Moto remedado de los años 80, en el anuncio promocional de 8TV, te acuerdas enseguida que la autonomía se ha vuelto una especie de circo de Fofito.

A mí me sabe mal por los jóvenes, porque los jóvenes pueden vender el atractivo del cuerpo, pero no tienen la memoria, ni la posición social que hace falta para defenderse. Contra lo que dicen los diarios, lo que está en juego en los próximos años no es la independencia, es el futuro de los catalanes que crecieron con el procés. Después de liquidar a los abuelos con la ayuda de la covid, ahora el régimen de Vichy necesita asegurarse la obediencia de los votantes más jóvenes. Si Quim Torra fue el sepulturero de la tercera edad, ahora toda la maquinaria propagandística se lanzará contra las generaciones que vivieron el 1 de octubre sin los traumas de la transición y del franquismo.

Naturalmente, la independencia queda lejos, en este momento, por más “imprevistos históricos” que sueñe Joan Burdeos, y por más elogios que Antoni Puigverd dedique “al pensamiento” de la promesa de El País —con el permiso de Jordi Amat y de Joan B. Culla—. Si algo ha quedado claro en los últimos años es que el sistema de diarios y partidos todavía está muy verde. El problema no ha sido nunca militar, ni geopolítico; es de cariz cultural, por eso Vichy preserva con naftalina las momias del proceso, incluida la presidenta convergente de la ANC. 

Después de liquidar a los abuelos con la ayuda de la covid, ahora el régimen de Vichy necesita asegurarse la obediencia de los votantes más jóvenes

En el próximo ciclo electoral lo que está en juego no es la independencia, es la capacidad de la élite mediática y política de Vichy de perpetuarse a través de los jóvenes. En Catalunya, hoy, todo el mundo necesita ganar tiempo. Si el president Aragonés ha decidido no ir a la manifestación del 11 de septiembre no es para evitar una bronca, sino para dar un tema de debate que parezca genuino. Es para evitar que el discurso de figuras como Francesc Marc Álvaro, Eduard Voltas, Vicent Partal, o el mismo Sanchis no se vea sobrepasado por el empujón natural de los jóvenes. 

En el fondo, ERC ha decidido abrazar la represión española con la misma calma filosófica que CiU abrazó la inmigración de los años 60 y 70. ERC no intentará liderar el país hacia la independencia porque sabe que, si lo hiciera, toparía con la malla convergente de siempre. Así irá dando motivos de indignación al espacio nacionalista mientras espera que el gen convergente del cual habla tanto Enric Juliana, y que es el gen de la supervivencia, mute en algo serio. Como esta mutación solo se puede producir entre los catalanes más jóvenes, el ciclo electoral que viene marcará muchas tendencias de fondo. 

Los príncipes de la política y del periodismo de la Catalunya del futuro saldrán de los menores de 30 años, y España ha dejado muy claro que no quiere sorpresitas. En el ciclo electoral que viene, incluso los articulistas y los políticos de la Generación X, que son unos grandes lamebotas, tendrán su momento de gloria. Como la mayoría están rotos, intentan que los jóvenes se sumen a sus claudicaciones, no ya para mandar, porque no mandarán nunca, sino simplemente para sentirse justificados. Algunos fichajes recientes de VilaWeb, de El País, de Catalunya Ràdio o de TV3 apuntan claramente en esta dirección. 

Lo que veremos los próximos años, pues, es si Salvador Sostres tendrá margen para volver a escribir o bien tendrá que reconciliarse con Jaume Giró, después de comerse con patatas todo el contenedor del camión de la basura del Señor Isidre. Si no hay margen para el talento de mi amigo Sostres, tampoco habrá margen para el talento de jóvenes como Ot Bou o Juliana Canet. Y a la inversa. Incluso la intocable Rosalía se va a encontrar que se le hace larga la fama, si los partidos perpetúan sus mentiras —basta con recordar a Salvador Dalí—.