Estamos muy acostumbrados a oír o leer el argumento que una declaración unilateral de independencia dejaría a Catalunya en el limbo jurídico, de una manera u otra "condenada a vagar por el espacio sin reconocimiento internacional", como dijo Margallo en su día. El exministro se refirió incluso a los casos de Abjasia y Osetia del Sur, dos repúblicas que se independizaron de Georgia y que la inmensa mayoría de países del mundo se han negado a reconocer.

En el derecho internacional, efectivamente, conviven con dificultades dos principios que pueden ser contradictorios. El principio ex factis oritur ius, que significa que de los hechos nace el derecho, y el principio ex injuria ius non oritur, según el cual los actos ilícitos no pueden crear derecho. Trasladado a la creación de nuevos estados, esta dualidad tiene relación con las cuestiones de la efectividad y el reconocimiento, que no siempre confluyen. Los dos ejemplos anteriores, y otros, ilustran hasta qué punto pueden existir estados sin llegar a ser reconocido.

¿Ahora bien, es este un debate relevante en Catalunya? Yo creo que no lo es en absoluto. Los estados no reconocidos suelen tener en común dos elementos que se hace difícil trasladar al contexto español y europeo. Por una parte, la plena independencia de hecho. Eso quiere decir la capacidad para gobernar efectivamente el territorio y la población al margen del estado que sigue reclamando la soberanía. Y de la otra, la existencia de un estado patrocinador (normalmente uno de los pocos que reconocen la independencia) que ayuda a sostener el funcionamiento del estado no reconocido y a través del cual este se relaciona con el mundo.

¿Alguien se puede imaginar que Catalunya, un territorio actual de la Unión Europea, parte de la zona euro y la unión bancaria, del espacio Schengen y de la OTAN, pase de la noche a la mañana a ser un estado no reconocido?

¿Alguien se puede imaginar que Catalunya, un territorio actual de la Unión Europea, parte de la zona euro y la unión bancaria, del espacio Schengen y de la OTAN, pase de la noche a la mañana a ser un estado no reconocido? ¿Es concebible que desaparezca la libre circulación de capitales, servicios, mercancías y trabajadores, se restablezcan las fronteras físicas con aduanas o control de pasaportes, y regrese la autarquía militar? ¿No, verdad?

Habrá quien piense que la inviabilidad de este escenario equivale a la inviabilidad de la secesión unilateral. Pero no es así. Entre otras cosas, porque los lazos económicos, tecnológicos, comunicativos, etc. de Catalunya con su entorno geográfico y político no solo interesan a los catalanes. La imposibilidad de que Catalunya se convierta en un estado no reconocido vagando por el espacio equivale en buena medida a la nula probabilidad de éxito de la estrategia española de veto y bloqueo. ¿O alguien se imagina España como miembro de todos estos esquemas internacionales y reclamando su soberanía sobre el territorio catalán sin ser capaz de ejercerla? ¿Cómo podría seguir con normalidad dentro de la UE, con sus 27 votos en el Consejo Europeo y 54 eurodiputados, sin capacidad para cumplir efectivamente con sus obligaciones de todo tipo en representación de los actuales 47 millones de ciudadanos?

Todo me lleva a recordar que en nuestro contexto geopolítico, del que la guerra y la violencia con finalidades políticas ha sido felizmente desterrada, hay tantos precedentes de una secesión estrictamente unilateral como de estados que hayan mantenido su unidad a la fuerza. De hecho, en ningún estado occidental con democracia consolidada ha ocurrido ni una cosa ni la otra. La excepcionalidad de la independencia de Catalunya solo es equiparable, por eso, a la excepcionalidad de la intransigencia española. Lo que pretende hacer España tampoco tiene precedentes.

En realidad, no habría que confundir la unilateralidad con la ausencia de cualquier negociación o pacto, ni la secesión pactada con la inexistencia de cualquier conflicto. La inmensa mayoría de casos de secesión pasan por varias fases, e incluso los más violentos pueden acabar con un tratado de paz y amistad. Poca gente comenta, por ejemplo, que después de la guerra y la limpieza étnica que preceden la independencia unilateral de Kosovo, Serbia (obligada por la UE) se avino a pactar con el gobierno kosovar, que no reconoce, las condiciones mínimas para coexistir. Y todo el mundo sabe que el veto de Kosovo para entrar en la ONU se acabará como máximo el día que Serbia acepte y reconozca la independencia.

La pregunta no es si Catalunya puede alcanzar la independencia y el reconocimiento internacional unilateralmente, sino si puede España mantenerse indefinidamente sin negociar nada

La pregunta no es, pues, si Catalunya puede alcanzar la independencia y el reconocimiento internacional de forma estrictamente unilateral. La pregunta es también si puede España mantenerse indefinidamente sin negociar nada, incluso en un escenario de independencia de facto. Al final, sabemos que ambas partes se verán obligadas a negociar, por la propia inviabilidad del escenario de un estado catalán no reconocido. Y porque si la UE pudo obligar a Serbia y Kosovo –que meramente aspiran a entrar a medio plazo– a pactar la coexistencia, con más fuerza podrá obligar a unos actores que ya están dentro.

Por lo tanto, la amenaza (porque no es otra cosa) que Catalunya vagará por el espacio sin reconocimiento tiene nula credibilidad. Sabemos que no es realista esperar que Catalunya consiga el pleno reconocimiento internacional y el acceso a la ONU al día siguiente de la independencia. Pero también sabemos que si el independentismo se impone puede obtener apoyo suficiente para consolidar la situación y obligar a España a negociar. De la negociación puede resultar, como en tantos otros casos, una aceptación de la independencia por parte de España. En este escenario se levantan los obstáculos al reconocimiento internacional. Y mientras tanto, el nuevo estado solo podría vagar por el espacio si antes se abriera un auténtico agujero negro en el corazón de la Unión Europea.

 

Josep Costa es letrado y profesor asociado de Teoría Política en la UPF (@josepcosta)