La volatilidad de los mercados financieros y el temor a una desaceleración económica global han hecho que los bancos centrales se decidan a tomar cartas en el asunto y sacar las castañas del fuego antes de que sea demasiado tarde. Una cosa es que haya turbulencias y falta de dinamismo económico y otra cosa es que se caiga en una recesión. Las autoridades monetarias vuelven a ser proactivas, incluyendo al BCE, que acaba de celebrar el 20º aniversario del euro.

El primero en dar un paso al frente ha sido Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal (Fed), que el 4 de enero en Atlanta corrigió su discurso del 19 de diciembre, en el que indicó que la política de normalización y de alzas de tipos de interés proseguiría al margen de la reacción de los mercados. 

A la vez que asegurava que el impulso es sólido, como demostró el dato de la creación de empleo en EE.UU. de 312.000 nuevos puestos de trabajo en diciembre, indicó que las fuertes caídas de los mercados imponían atención a los riesgos bajistas.

"Solo diré que escuchamos atentamente eso, escuchamos con sensibilidad el mensaje que los mercados envían y vamos a tener en cuenta los riesgos negativos a medida que avancemos con la política monetaria", afirmó Powell. Esos riesgos serían la combinación de una política fiscal menos expansiva que en 2018, de una política monetaria más restrictiva y de tensiones comerciales crecientes, incluyendo un eventual proceso de destitución de Donald Trump. 

Por ello, según el Kochbank, "el presidente Trump está cada vez más ansioso de llegar a un acuerdo con China para animar a los mercados financieros, según personas familiarizadas con las deliberaciones internas de la Casa Blanca".

En China, a su vez, el banco central está tomando medidas para impulsar el crecimiento del consumo interno para hacer frente a la ralentización de la demanda mundial. Si sus exportaciones se siguen debilitando, las autoridades chinas se verían ante la disyuntiva de acudir al capital extranjero, según Axa. 

Ante tales expectativas, los mercados prevén mejores condiciones para alcanzar un acuerdo comercial temporal, frenando las subidas de aranceles, entre Washington y Pekín. 

En Europa, la confianza en la economía ha retrocedido más de lo previsto y los gestores de fondos han reducido el peso de las acciones en sus carteras, con lo que ha aumentado el cash. La consigna es, ante todo, prudencia.

Esta actitud no es ajena a la evolución laberíntica del Brexit, a la crisis de los Chalecos Amarillos en Francia y a los dilemas de Italia. El 20º aniversario de la creación del euro ha pasado desapercibido por falta de celebraciones en Bruselas o en Frankfurt, sin mencionar otras capitales.

El humor es sombrío en Europa y los más críticos ironizan con el viejo proyecto de la Eurozona de lograr una convergencia cada vez mayor entre los países miembros. Adiós a la idea de nombrar a un superministro de Finanzas, de crear un gran presupuesto común o de un Fondo Monetario Europeo.

El ministro de Finanzas alemán, Olaf Scholz, ha declarado que "se acabaron las vacas gordas" en la locomotora de la Unión Europea, que el tercer trimestre registró un crecimiento negativo del -0,2%.

Los últimos datos de diciembre mostraron que la inflación de la zona euro se desaceleró en el último mes del pasado año hasta el 1,6%, frente al 1,9% en noviembre. La caída inesperada lleva la inflación por debajo de la meta del BCE de una tasa cercana al 2%, por lo que no deberían esperarse alzas de tipos de interés este año.

Esta sería la contribución modesta del BCE a la reanimación general. Hace unos días, unas fotos de Mario Draghi ocupando en un avión una plaza de turista dieron la vuelta a Italia entre el entusiasmo general. El mensaje popular era claro. Es la hora de apretarse el cinturón. Los bancos centrales han recibido las señales que les llegan. Y no hay que olvidar tampoco que Draghi suena como posible futuro presidente de Italia. Así que atentos.