Pensar es de burros. Este dicho me lo decían mis padres de la misma manera que me repetían otras sentencias de la sabiduría popular, casi maquinalmente, sin mayor explicación. Como es posible que pensar, la actividad más noble y específica del ser humano, fuera propia de gente corta de entendederas? No salía de mi asombro. ¿Cuáles son las severas prevenciones que hay que tener sobre el pensar, cuáles son las formas peligrosas de la actividad mental por excelencia? Lo cierto es que la frase me daba mucha rabia porque era misteriosa y, en definitiva, te dejaba soprendido y te hacía pensar un rato, de nuevo la actividad de los burros, inevitable como respirar. Yo creía que pensar era una actividad legítima, pero después de tanta insistencia tuve que rendirme al hecho en sí, positivo. Que pensar era de burros. Yo creía que podía bañarme en la playa después de la merienda, pero no, porque era de burros. O creía que podía dormir junto a una planta, pero la tenía que sacar de la habitación ya que me podía quitar el oxígeno durante la noche, aquel pobre vegetal inofensivo, insignificante. La existencia de un niño está llena de trampas insospechadas y terroríficas, de miedos inexplicables, de sentencias incomprensibles que te dejan atónito.

Pensabas que la gente religiosa, que los profesionales de la bondad, debían ser necesariamente personas admirables. Y ves que no. Te haces mayor y ves que pensar continúa siendo de burros, porque la pederastia no es un hecho aislado o accidental dentro de las iglesias sino que hay quien estira más el brazo que la manga, que hay quien se aprovecha de su buena reputación para llevar una vida miserable. Podíamos pensar que hubiera un caso aislado, o algunos casos esporádicos, pero después de toda la información que ha salido en los medios de comunicación no podemos tener ninguna duda. Creíamos algo y resulta que es otra cosa. Creíamos que Plácido Domingo, tan charmant, tan entrañable, era todo un señor y ahora se ve que no, que también estiraba más el brazo que la manga. Pensamos que los bancos no actuarían jamás coordinadamente en contra de los clientes, que la competencia entre las entidades preservaría siempre nuestros intereses, pero no, al final se ha visto que no. Pensábamos también que el doctorado del presidente Pedro Sánchez era de verdad, que era un sabio, y que Pablo Casado había estudiado en Harvard, pero tampoco, porque el título lo consiguió en Aravaca, noble localidad castellana. Hay quien se creía que entregándose a la justicia salvaría la piel, que alcanzaría la libertad después de pocos días, y ya veis que han hecho con los presos políticos, con los chicos de Altsasu, con el rapero Valtònyc. Creíamos que la policía nunca apalearía a los votantes del primero de octubre. Creíamos que Jordi Pujol, hijo de un condenado por la justicia y padre de otro condenado por la justicia, sería una persona honorable, y se ve que no. Que pensar es de burros.

Si te paras a pensar las personas sabemos pocas cosas, la mayoría de las veces hacemos suposiciones, proyectamos prejuicios. Pensaba que el vecino era tan buen chico y mira, ha matado a su mujer y a sus hijos. O mira, era integrante de un grupo terrorista. Era tan encantador y ha robado las joyas de la abuela, ¿quien lo podía suponer? Creíamos que la vida era de otro modo, desengañémonos, y se ve que no, que pensar en el sentido de ‘suponer’ que tiene el verbo pensar, es de burros, porque una cosa es saber a ciencia cierta y la otra es especular. Los de la canallesca igual, no se crean. Ahora he encontrado un dicho que resume bastante bien lo que quería decir, creo. Es un refrán menorquín recogido por Josep Pons Lluch: “el pensar és d’ases, el sebre és el que val.”