El vergonzoso y trillado camino que va del miedo hasta la mentira también es el que últimamente ha recorrido Adam Casals, antiguo representante de la Generalitat de Catalunya en Viena para Europa Central. Había sido, al menos cuando yo le conocí, un gestor eficaz y honrado, máximo conductor de las discretas negociaciones internacionales para que la nación catalana independiente fuera oficialmente reconocida por los gobiernos que tenía asignados y que se tomaban (y siempre se toman) muy en serio nuestra separación de España. La entrevista que hace días ha concedido al señor Xavier Rius no se corresponde, por tanto, en lo más mínimo, con el relato de los hechos que conocemos de primera mano algunos observadores de aquellos momentos comprometidos para la aceptación de Cataluña como nuevo estado europeo en el 2017. Tanto es así que estoy seguro de que Llibert Ferri, admirado periodista y testigo angélico de una de nuestras conversaciones, sé que no me dejará mentir. Adam Casals puede inventarse lo que quiera para tratar de evitar que España le expolie a través del Tribunal de Cuentas. Pasados ​​los años, estoy contento con haberlo visto ahora, por internet, con inmejorable aspecto, muy delgado y con cara de salud. Nadie diría que se acaba de añadir al grupo de agitadores políticos catalanes, reclutados a la fuerza por el españolismo militante. Unas personas que tratan de salvar su hacienda o de preservar su libertad colaborando con el enemigo, sirviéndose de unos medios de comunicación españoles delirantes, partidistas hasta la ceguera. Como Carme Forcadell, ahora notoria propagandista de los relatos más fantasiosos e inaceptables para los defensores de establecer la verdad de esos hechos históricos. Aunque sean recientes.

Que hay una campaña de desprestigio del independentismo en marcha, no tengan ninguna duda. Y que esta campaña cuenta con la participación estelar y forzada de ciertas personalidades y destacadas de nuestro separatismo, tampoco. Esta es la situación desinformativa a la que se enfrentan los ciudadanos de Catalunya por ahora, secuestrados mayoritariamente por un conjunto de medios de comunicación que participan de la misma idea irredenta y acrítica de la España colonial, de la que viven. Muy bien, como no se puede imaginar.

Casals es tan obediente que recorre todos los puntos previamente fijados por la campaña españolista que ya conocíamos de antes. Así defiende la vieja teoría de que el independentismo es el responsable de la irrelevancia económica catalana. Una situación tan catastrófica como irreal. Y habla de ética mientras lo va soltando. En todo caso, lo interesante es cuando predica lo que no cree, ni Casals ni nadie. Que el independentismo catalán tiene una frontera muy difusa con el uso de la violencia. Mientras que la violencia policial y represiva no deja de crecer ni de amenazar en Catalunya, Casals criminaliza a las víctimas. Después explica que el mundo está horrorizado porque se queman contenedores de basura en Barcelona. Y esto es muy importante. Que en los países serios como en Austria, se ríen de nosotros, porque ni somos serios ni educados, ni civilizados. Porque no sabemos ir por el mundo porque somos muy de pueblo, lo que llaman paletos. Que somos provincianos, Casals lo dice recitando un guion pensado en Madrid. Y que es temerario, cuando lo pronuncias desde Viena. Muy temerario porque la última iniciativa internacional de Austria que se recuerda fue tan seria y tan civilizada que acabó juzgándose en Núremberg. Quedó preciosa de verdad. En la vieja Europa central políticamente no son modelo de nada y menos en el respeto a los derechos humanos, como recuerda insistentemente Thomas Bernhard, el gran escritor austríaco cuando califica a Austria de "país caótico y demoníaco", "gobernado por una ideología pequeñoburguesa, católica y nacionalsocialista". Cataluña no participa de las formas serias del austríaco Hitler, afortunadamente. Pueden burlarse tanto como deseen, pero la gloriosa causa de Catalunya es honrada y ciertamente gloriosa porque exigimos la independencia sin muertes, sin violencia. Seremos la primera independencia pacífica del siglo XXI. Y sobre todo, eso sí, sin seguir el modelo ético ni humano de las personas "bien educadas" como Adam Casals que un día te dicen algo y al día siguiente exactamente lo contrario. Dependiendo de su bolsillo.