Los lazos amarillos son un emblema del pueblo y no de los políticos. Son un símbolo popular que exige la libertad de los presos políticos y el retorno de los exiliados políticos sin distinción de partidos. Sirven tanto para el caso de Oriol Junqueras como para Valtonyc. Del mismo modo que el lazo rojo muestra la solidaridad en la lucha contra todos los enfermos del sida y la lazada lila la defensa del feminismo político. Sólo un cabeza hueca como Carlos Carrizosa de Ciudadanos, el Carri, el Zosacarri, el Ricazosa, puede atreverse a liarla tanto como para llegar a proclamar que en el Parlament no se puede exteriorizar ideología, cuando, de hecho, el Parlament está pensado específicamente para los debates ideológicos, para la confrontación civilizada de ideas. El lazo amarillo viene de abajo, de la gente del pueblo y ha llegado hasta el balcón del Palau de la Generalitat y hasta la fachada principal del Ayuntamiento de Barcelona, porque afortunadamente, los Gobiernos de estas dos instituciones tienen ideología y son contrarios a la represión penal de las ideas políticas. Sólo las dictaduras prohíben las ideologías. Mientras existan presos y exiliados ningún dirigente político no tiene el derecho de pasar por encima del sufrimiento de los represaliados, ninguna autoridad puede ignorar el dolor de los presos y de los exiliados, de sus familias ni administrar dónde puede haber lazos amarillos y donde no pueden estar. Mientras los diputados y diputadas de la mayoría vayan todos con el lazo amarillo colgado en el pecho, en el lado izquierdo, que si no me equivoco es el lado donde tienen el corazón, no pueden ceder al chantaje ignominioso del españolismo. Del mismo modo que en los escaños del PP se han exhibido banderas españolas en los escaños reservados a los miembros del Govern de la Generalitat debe haber lazos amarillos en recuerdo de los que han sido elegidos por el pueblo como representantes del pueblo y que no pueden estar ahí por la fuerza de las armas. Si no fuera por las pistolas, por las balas, por la fuerza bruta, el vicepresidente Oriol Junqueras habría salido de Estremera y estaría en su lugar como diputado electo, donde le corresponde, en el Palacio del Parlament.

Es escandaloso, inaceptable, inhumano, que algunas personas de la mayoría independentista del Parlament prefieran no tener conflictos y dejen estar los lazos, que los quieran arrinconar, que algunos diputados y diputadas independentistas antepongan sus consideraciones personales y se crean autorizados para contentar a los españolistas retirando los lazos amarillos. Que les acontenten con unas entradas a Port Aventura. Con los lazos amarillos de los escaños del Gobierno no, que no son suyos. Los lazos amarillos son nuestros.