Hay gente que porque no puede bañarse en el Caribe se remoja en la Costa Brava. Otros que no llegan ni a eso y deben ir reduciendo expectativas a medida que la canícula avanza y estalla, y pasan de la piscina a la gran bañera, al plato de ducha, al barreño en el suelo, al bidé, al lavamanos, a remojarse la cara con un cántaro, a meterse un vaso de agua por la nuca, incluso a refrescarse con un paño húmedo, a lavarse la cara como hacen los gatos. Lo mismo hacen los grupúsculos políticos que se han marcado ambiciosas expectativas, como acabar definitivamente con el fascismo o como la independencia de la patria catalana. Enseguida que ven lo que cuesta la lucha, a medida que constatan la dureza de los adversarios reales, en el momento en que se dan cuenta de que pueden hacerse daño de verdad, paulatinamente rebajan riesgos e intensifican el griterío. Y pasan de encararse con los auténticos nazis armados a indignarse pero que muy fuerte, desde el sofá de casa, con una boba que dice tonterías por internet sobre los judíos. Pasan de enfrentarse sanguinariamente con la Guardia Civil a cantar afónicos desde el balcón, con una estelada cada vez más pequeña, con una determinación cada vez más radicalizada a medida que aumenta el simbolismo del activismo que practican, a medida que van llenando el día a día de retórica, de excelentes intenciones, a medida que van convirtiendo la política en un concurso de ideas, a ver quién la tiene más grande, más brillante sobre el papel, el material que todo lo aguanta. No hay nada más triste que un revolucionario rebajado, que un antisistema que solo suda ante los videojuegos que se ha comprado, contribuyendo así a una de las más rentables industrias del nuevo capitalismo digital. Dicen que Barcelona es una de las capitales más destacadas de ese negocio. No me extraña.

El grado de descomposición más preocupante de los grupúsculos políticos es cuando ya no pueden pelearse con los enemigos, porque son demasiado fuertes, y optan por zurrarse entre ellos. Pasa en Ciudadanos, pasa en la CUP, pasa en Junts. En La vida de Brian, los romanos contemplan atónitos como, dentro del palacio del gobernador, en mitad de la noche, van matándose los del Frente Popular de Judea con los del Frente Judaico Popular. Visca Catalunya Lliure, compañeras y compañeros, amigos, amigas, catalanes y catalanas, y así alargando la frase cuando ya no sabes qué más decir.