No hace falta ser muy avispado para ver el camino de las migajas de pan que lleva a todos estos políticos desde los gobiernos de la impotencia y de la frustración hasta las empresas energéticas de la avaricia, hasta las empresas que ahora multiplican sus beneficios porque estamos en guerra con Putin. Antes también los multiplicaban porque no había guerra, o porque hacía demasiado frío o demasiada sequía o porque, sencillamente siempre tienen la sartén por el mango y lo de la libre competencia del mercado es una superstición, un engaño como el de los videntes de la tele. Hay un reguero de sangre y dinero que vincula a los políticos más destacados con las empresas que están acabando con la clase media, con nosotros, la clase que sustenta a la democracia liberal, cada vez más pobres y apaleados. Hay un grupo de políticos mercenarios que no trabajan para nosotros, nosotros que les hemos solucionado la vida, sino que en realidad trabajan para el enemigo, porque en realidad son agentes del enemigo, como esos espías dobles, como aquellos espías británicos de John Le Carré que acabas descubriendo que trabajan para los rusos, para el imperio del mal. Porque existe un imperio del mal cuando solo cuatro viven como Dios y los demás debemos trabajar, pagar y callar.
No gaste gas, reduzca el consumo de la calefacción, dice ahora Josep Borrell, el mismo Josep Borrell que vendió acciones de la empresa energética Abengoa utilizando información privilegiada, jugando sucio, engañando al personal. Siempre me ha parecido formidable que algunos artistas, un buen día, saquen una línea de perfumes con su famoso nombre, que diseñen bañadores, joyas y zapatos, que porque canten canciones piensen que pueden pintar cuadros y que sean buenos e incluso venderlos. Es una opción que debe dar dinero porque, si no, no la usarían. Pero Gerhard Schröder, Tony Blair, Felipe González, José María Aznar, incluso José Montilla no se dedican al noble negocio de vender humo, al otro, al de la perfumería, ni siquiera se les ha ocurrido montar una panadería ni una tienda de frutas y verduras, no señor, ellos van a donde quieren ir, siempre, estar en los consejos de administración de las energéticas y de la gestión de las aguas, de las fuentes, de los servicios esenciales que necesita un hogar para ser habitable. Van a donde no te puedes escapar. Los políticos no saben nada ni suelen tener formación, pero cuando pierden el sueldo que les hemos pagado entre todos, se van a trabajar para el enemigo, para el mercado cautivo. Desengáñese, gana más el expresidente de la Generalitat con el trabajo que tiene ahora que si todo el mundo comprara Eau de Montilla -acentuado en la A-. ¿Y qué me dice del Eau d’Imma Mayol, del Trésor de Santi Vila -acentuado en la A-? Cuando mire las facturas que llegan con la puntualidad de la muerte piense en qué estamos pagando y quién nos está tomando el pelo.
Un jubilado, cualquier jubilado, no puede trabajar, tiene incompatibilidades, pero mira cómo beben los peces en el río, como trabajan todos los ex políticos importantes, sin excepción. Unos ex políticos que mientras tuvieron cargos de responsabilidad también cobraban, en blanco, un sueldo oficial de su partido. Lo recuerdo bien porque Mariano Rajoy presentó un día su declaración de la renta y todo el mundo pudo ver que junto al sueldo de presidente del Gobierno figuraba también un buen sueldo del PP. A mí me pareció intolerable, probablemente porque soy desconfiado y muy mala persona. Me pareció como si a un espía británico le encontraran que también cobra de los rusos. No, no podría volver a pasear tranquilamente por Piccadilly. La verdad es que me quedé con las ganas de preguntarle públicamente al de Pontevedra, como pregunto por lo general a los que hacen compatible un sueldo público con uno de una empresa o partido, de un grupo particular: Tú, en realidad, ¿para quién trabajas, cariño?