Gabriel Rufián dice que Churchill no sabía comunicar y que, por ello, perdió las elecciones de 1945. Estaría muy bien la idea de no ser que, precisamente, el gran político inglés fue, es, sigue siendo, vivo, un coloso de la oratoria, un gigante de la comunicación. Decir que Sir Winston Churchill no sabía comunicar es como decir que Rosalía no sabe comunicar y que ahora vendrá don Galves, que es muy listo, y le dirá cómo vestirse y cómo debe hablar la gran artista. Es lo que pasa cuando viene el sabio Toscas, que enseñaba latín a las moscas, y os quiere enseñar a sonaros. Estaría muy bien la idea de Rufián si no fuera que los resultados de Churchill reclaman atención generación tras generación. Unos resultados comprobables, analizables, conservados en miles de discursos que tenemos, estudiados por numerosos profesionales de la elocuencia, por expertos en comunicación, que calculan el legado del primer ministro en más de cinco millones de palabras como universo de estudio. La lengua inglesa, ciertamente, ya no es la misma después de Churchill. En contraste con Gabriel Rufián, el político inglés estaba fascinado por su lengua materna. A diferencia de lo que hacen todos nuestros políticos actuales, Churchill dedicaba entre seis y ocho horas de preparación por cada 40 minutos de palabras dichas en un discurso. Un tiempo considerable que dedicaba a no dejar nada a la improvisación, él que era un hombre tan temperamental y que solía improvisar tanto, que se sentía tan genialoide y con tanto talento. Precisamente porque improvisaba mucho, nunca le perdió el respeto al idioma, a las normas de la comunicación y de la lengua. Buscaba siempre la estructura gramatical más eficaz para que sus ideas quedaran vivas. Y ordenaba también sus propias convicciones no por orden de jerarquía ética sino por orden de eficacia, para lograr influir a sus conciudadanos de manera más íntima. Recortaba las frases, rechazaba las palabras demasiado largas o demasiado complicadas, demasiado intelectuales. A la gente no le gustan los sabios que van dando lecciones que al final se convierten en la lección de Mariano Rajoy sobre la cerámica de Talavera, una colección de lugares comunes y huecos. Churchill buscaba siempre el sinónimo más adecuado, más popular, más comprensible, más querido por el pueblo. Los buenos políticos hablan como habla el pueblo bien educado. Los malos políticos hablan como hablan los políticos, divagando, prescindiendo del significado de las palabras. Contradiciéndose constantemente según sople el viento.

Cuanto más importante es un discurso menos improvisa 

Cuanto más importante es un discurso menos improvisa. Cuanto más respeto tienes por tus electores mejor llevas el trabajo hecho de casa. Porque no es lo mismo cocinar que recalentar las sobras. Y porque las palabras no pueden ser nunca una barrera para esconderte sino un camino de comunicación. Hablar para no decir nada es la muerte cívica de un político. Cuando un político habla y demuestra que tiene mucho que esconder los electores se acuerdan. Vaya si se acuerdan. Se acuerdan muy bien. Chuchill tenía, además, muchos problemas para hablar con claridad. Problemas físicos para pronunciar correctamente algunas palabras. Su padre lo llegó a llevar a un especialista, a un logopeda, como en el conocido caso de Jorge VI, el monarca que tampoco tenía facilidad de palabra. De esta limitación compartida surgió una discreta simpatía entre el rey y su primer ministro. Al menos eso aseguran algunos. Ambos hicieron de su limitación un estímulo para superarse. Ambos amaron hasta la locura las palabras, la poesía, la expresión creativa y creadora. Churchill gritaba siempre en su despacho, repetía en voz alta el discurso que estaba preparando. Lo sometía constantemente a examen y detectaba sus errores. De ahí que muchos de sus textos sean una maravilla para el oído. Aunque sólo sea por el ritmo de las frases. Como es el caso del famoso discurso pronunciado el 4 de junio de 1940 en la Cámara de los Comunes: “We shall go on to the end, we shall fight in France, we shall fight on the seas and oceans, we shall fight with growing confidence and growing strength in the air, we shall defend our island, whatever the cost may be, we shall fight on the beaches, we shall fight on the landing grounds, we shall fight in the fields and in the streets, we shall fight in the hills, we shall never surrender”. O lo que es lo mismo: “Llegaremos hasta el final, lucharemos en Francia, lucharemos en los mares y océanos, lucharemos con creciente confianza y creciente fuerza en el aire, defenderemos nuestra isla, cualquiera que sea el costo, lucharemos en las playas, lucharemos en las pistas de aterrizaje, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas, ¡nunca nos rendiremos!”.