Difícilmente Pedro Sánchez saldrá airoso de la crisis del coronavirus, pero no hay que despreciar su habilidad para sobrevivir políticamente en las condiciones más adversas. De momento ya está rumiando a ver cómo se sale de ésta. Los pasos que está dando dejan claro que su determinación es cambiar de aliados y de mayoría de gobierno.

Vienen tiempos convulsos en los que el Ejecutivo deberá practicar recortes sociales, reprimir las protestas de la ciudadanía y aumentar los impuestos a los asalariados, que son los únicos que pagan. Esto Sánchez sabe que no lo podrá hacer de la mano de Unidas Podemos, ERC, Bildu, etc., y ya ha empezado a actuar en consecuencia.

El Gobierno supuestamente más progresista imaginable en la España de hoy está aplicando las políticas más antisociales, autoritarias y restrictivas de Europa. La mayor parte de las ayudas sociales son sobre todo préstamos, y las que no son préstamos son calderilla que indignan y enfurecen más que resuelven. La prioridad ha sido la recentralización del poder y el mantenimiento del orden público con los militares en la calle. Una iniciativa que sólo puede interpretarse como un aviso a los soberanismos periféricos que facilitaron la investidura, como diciéndoles "ya no os necesito" o, más directamente, "me estorbas". Ha habido mucha propaganda, pero las políticas y los resultados del Gobierno Sánchez no aguantarían ninguna comparación con lo que han hecho gobiernos conservadores del entorno europeo. Y el drama aún no ha comenzado.

Si en circunstancias tan excepcionales el supuesto gobierno más progresista imaginable en la España de hoy traiciona a la gente que dice representar, hará perder muchas esperanzas y la confianza en el sistema democrático

Volvemos, pues, al principio. Sánchez fue elegido presidente cuando la moción de censura contra Mariano Rajoy por los únicos grupos que le podían dar su apoyo, pero después buscó desesperadamente la alianza con Ciudadanos. Hizo dos campañas electorales con un discurso agresivo contra Podemos y contra los partidos soberanistas y reclamó insistentemente el apoyo o al menos la no beligerancia de los partidos de la derecha. La última noche electoral, cuando lo veía todo perdido, se agarró como a un clavo ardiendo a las ansias de poder de Pablo Iglesias, pero ahora sabe que con estos socios los poderes fácticos del Estado no le permitirán llegar ni a la esquina. Así que vuelve a buscar el pacto con Ciudadanos y la no beligerancia del PP. Como Groucho Marx, tiene unos principios, pero si no gustan, tiene otros.

No hay que descartar que la derecha española le facilite a Pedro Sánchez, con algunas condiciones, una cierta respiración asistida para que se cueza él solito en su propia salsa en la fase del posconfinamiento y de los traumas de la reconstrucción, que serán dolorosísimos. Ya vendrán luego ellos cuando esté todo resuelto.  Así que resulta que cuando manda la derecha, cambian las leyes y se imponen sus principios a machamartillo; y cuando gobierna la izquierda federal y republicana, no se cambia nada, se defiende el Rey por encima de todo y se aplican rigurosamente las leyes de la derecha.

El problema político es más grave de lo que parece, porque si en circunstancias tan excepcionales el supuesto gobierno más progresista imaginable en la España de hoy traiciona a la gente que dice representar, se perderán esperanzas y la confianza en el sistema democrático. Si la derecha los esquilma y la izquierda los engaña, ¿qué les queda? Y lo peor es que algunos, como ha ocurrido en tantos lugares, responderán que venga Vox y que reviente todo.