Todo está por hacer y todo es posible de aquí a que se celebren las próximas elecciones catalanas, pero no hay duda de que asistiremos a un nuevo duelo entre las dos principales fuerzas independentistas, Junts per Catalunya y Esquerra Republicana, que volverán a disputarse el liderazgo del proceso soberanista. Sin embargo, en esta ocasión se enfrentarán dos hojas de ruta bien diferenciadas.

La estrategia de ERC está bastante definida. Se trata de aprovechar todos los resquicios que permita la negociación con el Gobierno de Pedro Sánchez para seguir avanzando por la vía del diálogo. Parece absolutamente decidido que Pere Aragonés encabezará la candidatura tras su previsible éxito con la aprobación de los presupuestos, pero todo depende de los frutos que dé la negociación con el PSOE. Parece difícil pero no se puede descartar que de aquí al verano la reforma del Código Penal u otras iniciativas reduzcan las condenas de los presos hasta el punto de que Oriol Junqueras deje de estar inhabilitado y pueda recuperar la libertad y encabezar la candidatura a la presidencia de la Generalitat. No hay que hacerse demasiadas ilusiones, pero torres més altes han caigut. Al fin y al cabo, es obvio que, desde el punto de vista del conflicto, Junqueras es el mejor interlocutor que puede tener el Gobierno español —tras Miquel Iceta— y un nuevo período de política convencional sin presos políticos seguramente seduciría a muchos electores.

La gran incógnita es cómo afrontará las elecciones Junts per Catalunya. Después de la crisis por la retirada del acta de diputado al president Torra, JxCat ha reprimido las ansias de ruptura y ha accedido a hacer lo que más deseaban sus aliados/rivales, primero porque no estaban dispuestos a pasar como los boicoteadores de los presupuestos, pero también porque necesitan tiempo para organizarse internamente. Con todo, lo que todo el mundo tiene claro es que Junts por Catalunya sólo puede aspirar a la victoria si juega fuerte con su carta ganadora como es que Carles Puigdemont encabece la candidatura. Hasta ahora Puigdemont ha ganado siempre que se ha sometido al veredicto de las urnas.

En JxCat gana terreno la fórmula de un presidente de la República en el frente exterior ejerciendo desde el exilio y un jefe de gobierno que ejerza como primer ministro asumiendo plenamente la gobernanza en el interor

Sin embargo también es cierto que Puigdemont puede encabezar la candidatura de JXCat pero sabiendo todo el mundo que ni consiguiendo la mayoría absoluta —es un decir— no podría tomar posesión del cargo, porque si regresa del exilio, acabaría inmediatamente encarcelado. Durante la campaña habría que explicar muy bien los argumentos.

Ya hace tiempo que el entorno de Puigdemont y la cúpula de JxCat le da vueltas y, de momento, dos ideas complementarias ganan terreno. Primera, que Puigdemont debe liderar la candidatura sí o sí y, segundo, pero no menos importante, que debe haber un candidato o candidata potente para president de la Generalitat que no debe ser en ningún caso vicario de Puigdemont. Al contrario, debe ser y ejercer como jefe del Ejecutivo con todas las atribuciones y asumir y llevar a cabo un programa de Gobierno que tenga en cuenta las necesidades inmediatas de la gente, con políticas específicas sociales, económicas, culturales y territoriales.

Y este esquema lleva inexorablemente a un reparto de papeles, tal como se hace sin ir más lejos en Francia, Alemania o Italia. En resumen, Puigdemont no se presentará como candidato a la presidencia de la Generalitat sino como candidato a presidente de la República, formando tándem con un candidato o candidata a jefe de Gobierno o primer ministro. Sin tener que renunciar a su escaño en el Parlamento Europeo, Puigdemont ejercería como presidente de la República catalana —obviamente en el exilio con sede en Bruselas— però no como una figura simbólica sino permanentemente activa, manteniendo la posición y asumiendo principalmente la defensa de la causa en el exterior. El jefe de Gobierno, el president de la Generalitat, asumiría la gestión del Gobierno y los retos de la política interior y la administración.

Acabamos como al principio con el grito del poeta. Todo está por hacer y todo es posible, pero habrá dos estrategias bastante diferenciadas, el debate será intenso y los votantes independentistas deberán resolver el dilema.