De entrada una precisión: ser serio no quiere decir ser aburrido; ser serio quiere decir adecuar el comportamiento a la función y al marco en que se representa. Internet está lleno de apariciones de Rudolph Giuliani, vestido de mujer —y de vedette—, incluso coqueteando con Donald Trump. ¿Han vuelto? No valía la pena, ¿verdad? Obama mostraba su fina mala leche en las cenas de gala con los corresponsales extranjeros. Otro estilo. Bien: cada uno en su vida privada puede ser frívolo, calavera, grosero... todo dependerá de lo que su entorno le espolee o le tolere.

Pero un ministro, por más biministro (Asuntos Exteriores e Interiores) que sea, que, además, es académico, en un acto en una universidad en compañía de otro ministro de Asuntos Exteriores, alemán —que no sabía dónde meterse—, diga lo que dijo (vuelvan a verlo /oírlo) es de vergüenza ajena y lo deja inhabilidado para seguir ejerciendo un cargo público.

Vayamos por partes y por orden. En Estados Unidos todos tienen la misma lengua. Sí y no. En el ámbito federal no hay ninguna lengua oficial; en algunos estados, sí. Sin embargo, el inglés es la lengua funcional hablada por adhesión práctica.

En segundo lugar, de hecho no tienen historia. La primera ciudad de lo que ahora es Estados Unidos es San Agustín (Saint Augustine dicen ellos) en Florida (1565). Sin embargo, el primer asentamiento europeo de lo que hoy conocemos como Nueva York data de 1524, fundado por Verrazzano (el del puente), un italiano al servicio de la corona de Francia y después potenciado por los holandeses y finalmente por los británicos. Su prestigiosa Columbia University es de 1754. Sin embargo, Harvard es mucho más antigua, de 1636, seis años después de la fundación de Boston. Historia, tiene.

Que un ministro de Asuntos Exteriores de un país que se quiere serio desprecie a la primera potencia mundial, además de aliada, tratándola de niño lo deja a uno pasmado. A ver si Rumsfeld, con su insulto de la vieja Europa, tenía razón.

Pero es que, además, la América hispanobrasileña no es mucho más vieja, aunque los asentamientos importantes empezaran antes. Negar historia a Norteamérica es negarla también a Sudamérica. Buen gol por la escuadra a la hispanidad.

Hay que hacer algo más que pedir disculpas: hace falta expiar la culpa, las buenas palabras no curan nada; el remedio es la dimisión

Decir que su historia se limita a haber matado a cuatro indios es frivolizar el genocidio de la población originaria, dado que los cálculos cifran en 14 millones los indios (para el biministro) víctimas del aniquilamiento de los pobladores primigenios del subcontinente norteamericano. Todo ello sin tener en cuenta la importación ilegal de africanos, además como esclavos, lo que provocó enormes tensiones sociales y políticas; tantas, que dieron lugar a una guerra civil, entre el norte industrial y el sur esclavista, que duró cuatro sangrantes años. Algo de historia y nada pacífica sí tienen.

La bandera de las barras y las estrellas cobija a todo el mundo y es casi sagrada, bien cierto. Pero quemarla, que es más grave que sonarse en ella en una parodia, forma parte de la libertad de expresión, tal como estableció el Tribunal Supremo de EE.UU., en 1989 (Tejas vs. Johnson), lo que que obligó a descriminalizar este comportamiento en la inmensa mayoría de estados federados.

Tan pocos según de intervención y tantos frívolos fakes. Podríamos decir que, después de todo, con las disculpas que pidió al día siguiente a los americanos originarios —ya no eran indios—, el asunto queda archivado. Según mi opinión, no; al contrario, es gravísimo. Como mínimo roza una insensibilidad impropia del cargo que ejerce; muestra, al fin y al cabo, de una persona propensa a meter la pata.

En política, si se quiere pasar por serio, ante comportamientos calamitosos como los expuestos, hay que hacer algo más que pedir disculpas. Hay que expiar la culpa: las buenas palabras no curan nada. El remedio es la dimisión. Ejemplos en antiguos compañeros del gabinete del que forma parte tiene y por asuntos anteriores a su acción política. Además, aquí nos hallamos ante un error de dimensiones colosales en el ejercicio de la función de miembro del gabinete.

Disculpas que nada disculpan, se mire como se trate. Nada que ver —cierto que en otro contexto— con la petición de perdón que conmovió al mundo: el espontáneo y fuera de programa arrodillamiento de Willy Brandt en la explanada de lo que fue el Gueto de Varsovia, el 10 de diciembre de 1970, en ocasión de la honra floral al monumento a las víctimas del genocidio nazi. Brandt pidió perdón por las atrocidades alemanas; él, a quien los nazis lo desposeyeron de su nacionalidad, y, por lo tanto nada, sino al contrario, tenía que ver con ellos.

Unos pasan a la historia y otros pasan por la historia. Así se escribe la historia.