La resaca electoral (1ª parte) ha sido considerable. Han ganado los que, por los que se consideran dueños de la masía, son unos ocupas apenas tolerables. Son los mismos que han descubierto como unos primos hermanos, quienes lo hubiera dicho, integran un grupo de extrema derecha, filofascista. Y otros, antes un poco lejanos, quieren dormir en la misma cama que ellos, echándolos, claro está.

Por otra parte, en Catalunya, como siempre y por todas partes, las elecciones las han ganado casi todos. Los que ni de lejos han ganado, sino que han retrocedido, unos empequeñeciéndose y otros siendo apenas un punto en un horizonte tan lejano como prescindible, se lamen las heridas mientras piensan que hubiera podido ser todavía peor. El Alcoyano hecho partido político. De todos modos, en Catalunya, el independentismo, aun estando fracturado, ha ganado por primera vez unas elecciones generales. Hay que deducir, como primera reacción, lo acertado de la política española: absolutamente torpe para garantizar lo que entienden por unidad de España cuando no podemos recurrir al uso de fuerza.

Tanto en climas de euforia como de depresión –antes de que el tiempo ponga las cosas en su sitio– hace que los más flojos de lengua y con dificultades para conciliar el gozo de la transitoria victoria (como todas) con la debida prudencia y eficiencia, tiran en las redes sociales auténticos exabruptos, con denigraciones personales intolerables.

Uno de estos sucesos lamentables lo ha protagonizado la expresidenta del Parlament, Núria de Gispert. Sobre el tuit, ya borrado, pero que se encuentra en la red, su emisora ha dicho que nunca había querido calificar a nadie de cerdo y que la composición no era suya. La primera excusa no es creíble y la segunda es irrelevante. Choca con una inteligencia que en una frase se ponga el nombre de una persona y al lado la palabra "cerdo" y afirme después que no quería llamarle cerdo. La segunda excusa es irrelevante: si, por ejemplo, cojo una cruz gamada para firmar mis tuits, la exaltación del nazismo está hecha, por más que, obviamente, la cruz no sea obra mía.

Este incidente, grave, ha traído cola. Los que con razón se sienten insultados por los epítetos directos por parte de una serie de políticos y políticas que, si algún día tuvieron educación, en alguna mudanza la perdieron, han apoyado a la autora del tuit. Sus procacidades y brutalidades tuiteras son el pan nuestro de cada día. Por lo tanto, en el espíritu de los que se sienten ofendidos, la retorsión –devolver los insultos– es legítima y adecuada. Error.

La retorsión demuestra el mismo nivel que se quiere censurar. Además, es un boomerang: entramos en una logomaquia sobre quién insultó primero y tendemos a la pelea en el barro, que es lo que estos politicastros quieren. O sea, la retorsión éticamente es inasumible y políticamente también: es un tiro en el propio pie.

Además se olvida un principio básico: no ofende quien quiere, sino quien puede. Del grupo de petulantes represores, ¿quién puede realmente ofender? ¿Hay que ofenderse por este rebaño de cotorras que no hacen más que repetir groseros argumentarios prefabricados por esclavos ad hoc? No vale la pena responder. En resumen: la voz del asno no pasa del tejado.

La retorsión éticamente es inasumible y políticamente también: es un tiro en el propio pie

La otra consecuencia es que esta misma semana, la señora De Gispert, al ser una de los presidentas vivas del Parlament, ha recibido la Creu de Sant Jordi. Como consecuencia de su torpeza, los insultadores originarios y los corifeos de guardia se le han echado encima, pues la consideran indigna del galardón mencionado. También, con buena lógica, se han echado encima del president Torra por eixigirle que le revocara. Es más: ya hay iniciativas parlamentarias al respecto. Si eso, para desahogarse unos segundos, no es un tiro en el pie, ya se diría que lo puede ser de forma más clara y barata. Lo que han tenido que sentir y soportar los que poco o nada tienen que ver con la expresidenta, ha sido épico. Y continúa. Y continuará.

En este contexto hay gente que se pregunta si hay que retirar a Núria de Gispert la condecoración. Como decía el clásico, me gusta que me haga esta pregunta. ¿Por qué? Pues por una simple razón. Como le lanzó Thomas Piketty al gobierno francés, al rechazar la Legión de Honor, "no pienso que sea función de un gobierno decidir quién es honorable". Yo creo, desde siempre, exactamente lo mismo. Por eso, antes que Piketty, otros ilustrísimos personajes han rechazado galardones oficiales, en Francia, en otros países e incluso en nuestra casa.

Además, cuando estas distinciones resultan otorgadas a políticos, y todavía más cuando están en activo, supone, como hemos visto, un riesgo añadido. De la dignidad se puede pasar a la indignidad en cuestión de segundos. Que se lo pidan, sin ir más lejos, a Jordi Pujol, que fue privado inmediatamente de sus distinciones, que le habían otorgado en abundancia. Distinciones, hay que decirlo, consecuencia de un peloteo que rebaja a quien lo practica y corrompe a quién lo recibe.

Una cosa son los galardones académicos en sentido amplio, los gremiales o los que dan a los colegas, como el Premio Nobel, un doctorado honoris causa o los Oscars o los Gaudí y otra de bien diferente es que un gobierno se dedique a señalar con una medalla, un diploma o una cruz, publicitados en una gaceta oficial, a quien merece ser reconocido o no. En tiempos de Twitter criticar algunas o todas las decisiones de cada año es un peligro innecesario añadido. Dar medallas oficiales es ahora más que nunca un deporte de riesgo que desacredita a quien lo da. Este año, la Creu de Sant Jordi, para acabar de arreglarlo, ha ido a parar a un defraudador fiscal condenando en firme.

No parece que esta hazaña case con el tenor literal del artículo 1 ("Se crea la Creu de Sant Jordi de la Generalitat de Catalunya para distinguir a las personas naturales o jurídicas que, por sus méritos, se hayan destacado por los servicios prestados a Catalunya en la tarea de defensa de su identidad y de restauración de su personalidad o más generalmente en el plano cívico y cultural") del decreto 457/1981 por el que se crea esta distinción.

Hace falta hacer una ocurrencia, simplificar y soltar el lastre de un simbolismo, por mí, demodé. No es una estructura de estado.