En el país de la rigidez formularia hacía falta un fin rituario de ETA, que ha durado más de siete años. Todo un poco esperpéntico. Después de todo, no ha pedido perdón por el mal totalitariamente infligido; sólo a las cínicamente consideradas víctimas colaterales. Han tenido que mantener hasta el final la ficción que eran los actores principales de un proceso destinado al fracaso en un estado medianamente democrático: la lucha armada, medio para imponer ideas nada compartido por la mayoría de la población que decía representar, sin que nadie le hubiera otorgado esta representación. En otras palabras, la miserabilidad que supone imponer las propias ideas por la violencia asesina.

Dicho esto, hay que averiguar cómo hemos llegado hasta aquí. Según el marianismo, ha sido una victoria del estado de derecho. Sí y no. Especialmente no ha sido una victoria del Partido Popular y eso duele. Imaginemos que ETA hubiera anunciado el cese definitivo de la lucha armada bajo mandato de un premier popular y no de Zapatero. Si hubiera sido así, por ejemplo con el intento de Aznar en 1999, en todas las poblaciones españolas habría una avenida, plaza o monumento a La Rendición y los cabecillas populares habrían sido (auto)celebrados, castizamente claro, como lo fueron al volver de la Luna Armstrong, Aldrin y Collins el 13 de agosto de 1969, en Nueva York.

Pero el marianismo, acomplejado y mediocre, es, por encima de todo, resentido. Lo demuestra prácticamente la deslealtad como política, siempre mirando egoístamente, sólo por los intereses de los jerarcas del momento. Precisamente, Zapatero el jueves pasado lo dejó lo bastante claro en una entrevista en El Intermedio. Para el marianismo no hay contrarios, hay enemigos (que pueden provenir de sus propias filas, como hemos visto reiteradamente) y el mejor enemigo es el anímico aniquilado incapaz de volver a levantarse.

El resentimiento proviene de que con política, es decir, con diálogo, se obtienen objetivos, objetivos que no han podido obtener, a pesar de perseguirlos. No puede haber diálogo sin inteligencia, una pizca de osadía y generosidad, mucha generosidad. Porque, cuando se empieza la vía del diálogo político, de antemano se sabe que a alguna cosa, seguramente importante para quien acepta dialogar, se tendrá que ceder. Y como diálogo es ceder, de diálogo, nada: sólo aniquilamiento. Así, el premio se lo puede llevar otro. De aquí el resentimiento.

Si el PP con un enemigo armado y totalitario no ha querido dialogar, la esperanza de diálogo con el independentismo pacífico y democrático catalán todavía parece más imposible

El ahora olvidado Rosón, ministro de la UCD, que provenía del franquismo y que no era, pues, un demócrata de toda la vida, llevó a cabo un positiva negociación con ETA P-M, que se autodisolvió en septiembre de 1982. Quizás ahora sean otras las coordenadas, pero el diálogo tiene que existir siempre. Más modernamente, Zapatero, con atentados y todo, lo vio claro y, como se ha reiterado, el 20 de octubre de 2011, en una de sus escenificaciones, ETA puso fin a la lucha armada.

Rajoy, más que fiel a su mantra de la victoria del estado de derecho (léase, el PP), dio el viernes una nueva muestra de ausencia de diálogo. Una vez más no se entiende cuál es el objetivo. No se trata de que pierda ETA, se trata de que gane la sociedad. Recoser la sociedad vasca y española es mucho más importante que ajustar cuentas hasta el último pedazo con ETA. Para el marianismo, lo importante es la victoria, lo que creen que es su victoria. Nada de generosidad es la divisa.

La reconstrucción vasca será compleja y ardua, ya que, encima, tendrá en contra el PP. El mismo PP, quien impide a conciencia que curen las heridas de la Guerra Civil, practicará la misma política negacionista, ahora a la inversa en el País Vasco.

Lección altamente instructiva para Catalunya. Si el PP con un enemigo armado y totalitario no ha querido dialogar —lo han hecho todos los estados europeos, Francia incluida, con el terrorismo contemporáneo—, la esperanza de diálogo con el independentismo pacífico y democrático catalán todavía parece más imposible.

Primero, ya aplica el mismo rodillo que con ETA: lisa y llanamente, ni agua a los independentistas. Encima aquí se criminalizan los procesos pacíficos. Ciertamente es un error equiparar ambos movimientos, incluso metiendo el plan Ibarretxe por el medio. Nada tienen que ver y la estrategia del rodillo represivo fallará, pero dolerá.

Pero no fallará solo. Hay que superar el 50% del electorado de forma clara y estable. Eso supondrá un cambio de 180º en la estrategia política del centralismo patriotero y abrirá resquicios, que permitirán una salida pactada al problema. La segunda palanca que ayudará a descoyuntar la cuestión es que ante una situación que ya empieza a durar demasiado, y especialmente si electoralmente se avanza hacia una mayoría no unionista, Europa, al fin y al cabo, instará a un acuerdo serio. Europa será la última, pero estará. Primero, sin embargo, hay que hacer los deberes y ganar.

El monolitismo monocordio del unionismo más rancio no podrá aguantar el cambio de paradigma, como no lo podrá sostener en el País Vasco. Al tiempo.