A cada paso democrático que damos, el unionismo refuerza el rechazo, el desprecio y, a veces, el odio, sumando otro error. Es así como avanzan el independentismo y el soberanismo en Catalunya.

Tanto da que sea en el proceso fielmente seguido por el Govern Puigdemont tal y como constaba en su programa electoral -programa que se cumplió hasta el último día, a pesar de las tensiones y fricciones entre los partidos independentistas-, como en el presente, después del artículo 155 del tripartito represor.

Es evidente que los Estados que funcionan lo hacen a partir de pactos implícitos entre el Estado, el poder económico y la sociedad. Así, en la UE, en el norte de Europa y en los EE.UU., también en los países con separación verdadera de poderes, incluso en aquellos otros que encaran de verdad el reto de consolidar la democracia.

Un correcto vivir social es más fácil donde el peso de la historia reciente del conjunto de los tres entes -Estado, poder económico y sociedad- han borrado de su horizonte e imaginario colectivo la violencia y rechazan todo tipo de actitud autoritaria. En los socialmente más adelantados, esta actuación conjunta es revisada continuamente para evitar que se eche a perder lo que se cree que es un tesoro a preservar: la convivencia democrática. La garantía es la separación de poderes, con la ayuda inestimable de la prensa, un cuarto poder clave. Necesario.

Nada es así en España. Cuando no ha sabido valorar la profundidad de las reivindicaciones catalanas todo ha ido por la pedriza. No ayudó nada que un débil Montilla solo hablara de incremento de la desafección de los catalanes en general, cuando el mismo PSC perdía o eliminaba a destacados dirigentes, votos por doquier y perdía presencia en el día a día político. Tampoco se supo ver que Cs crecía por la derecha del PP, que Cs recibía, sin vergüenza democrática, apoyo de grupos parafascistas o directamente de extrema derecha. Parecía que el fenómeno de los indignados sería aire fresco de renovación política, pero no, consolidaron inicialmente a Podemos, que en lugar de apostar firmemente por principios ideológicos inamovibles, propios de una izquierda que se presentaba como pura y transformadora, pronto perdió todo lo que presentaba de renovador con la tibiez miedosa mostrada ante las embestidas de la derecha y la izquierda carpetovetónica, PP y Cs por una parte y el PSOE por la otra. En Catalunya los comuns se convertían en partido sucursal por voluntad propia por primera vez en su historia. Permanentemente teóricos y nunca con coraje para nada sustantivo.

Cuando España no ha sabido valorar la profundidad de las reivindicaciones catalanas todo ha ido por la pedriza

El sector unionista se refugió en el poder omnímodo del Estado. El Estado español ha atacado por el suelo, mar y aire. Desde los primeros momentos, con la presencia de millones de personas en la calle en 2010 reclamando el derecho a decidir, Estado propio o, más adelante, la Vía Catalana y las manifestaciones más diversas y continuadas. Por la vía legal y por la ilícita, ha luchado sin tregua contra conciencias y voluntades, ha usado las cloacas del Estado en la Operación Catalunya, hecho demostrado y no investigado, en la trama de la Camarga y ha amenazado e insultado hasta crear un ambiente anticatalán en España que tiene características delictivas. De incitación al odio.

Nada, sin embargo, ha frenado el movimiento independentista. Entonces es cuando tuvo lugar la conjura definitiva. El poder económico y el Estado se aliaron para ir contra el movimiento social -hecho básico- y político catalán que opta por la independencia. Lo sitúan como el objetivo a abatir. Entonces activaron el resentimiento histórico contra Catalunya. Desde Lope de Vega a la COPE, de Felipe V de Borbón a Felipe VI de Borbón. El resumen final más preciso es el "A por ellos". Contra los catalanes. Un hecho a destacar: uno de los pueblos más castigados por la injusticia y la desigualdad en España, Andalucía, convertida en la punta de lanza y paradigma del apoyo a las porras y los golpes.

Se pasa por el cedazo a todos los partidos políticos, los buenos y los malos, se insiste con constitucionalistas o separatistas, una prensa muy débil económicamente es objeto de oscuros tratos de favor económico para mantener la supervivencia. Se llega a valorar la entrega a la causa de España a tanto el editorial, la portada o el artículo. No hay que comprobar nada, España está en juego, hay que cambiar a directores de diarios y periodistas, el gabinete de crisis en torno a Rajoy actúa como un Estado Mayor. En todo y por todas partes, policía, economía, partidos políticos, apelaciones sutiles al Ejército, creación o apoyo de entes sociales unionistas, etc. Todo vale. La Iglesia oficial responde favorablemente a la sagrada unidad de la Patria; en Catalunya la Iglesia habla de diálogo. Los enfurece.

La mayor parte de la sociedad española los sigue. Los medios han hecho eficaz su tarea de intoxicación. Hay diarios que se convierten en panfletos y algunos directamente mienten. Incluso en Barcelona.

El coste social y político en los ámbitos estatal e internacional es muy grave para España. Catalunya ha sido y es portada en los diarios por sus reivindicaciones; España lo es por la represión del 1-O y, posteriormente, por el artículo 155, por meter a medio Govern en la prisión y otro medio estar en el exilio. Un descrédito a escala universal.

Las urnas han hablado, la España actual es un Estado equivocado

La conjura de Estado inicialmente triunfa. Pero el porrazo es descomunal al perder las elecciones del 21 de diciembre, a pesar de las cartas marcadas por el hecho de que los líderes independentistas no son libres; para más inri, elecciones convocadas para ganar, sin matices. Potenciando romper la idea de un solo pueblo movilizando a la supuesta Catalunya silenciosa, despertando en los electores populares de las zonas periféricas urbanas raíces identitarias. Una participación sin precedentes. Pero derrota total.

El Estado fracasa en Catalunya a pesar de pagar donde haga falta y comprar lo que se venda o a quien se venda.

La conjura enseña las vergüenzas de un PP que queda el último del nuevo arco parlamentario catalán. Un PSC que sigue perdido en una mediocridad infinita, política y moral. Unos Cs que, cuando se quitan la careta, se los ve más ansiosos de poder que de voluntad de convivencia, de ambición que de crear puentes con y donde viven. Uno recuerda lo de que los tiburones cuando huelen la sangre se excitan.

Los independentistas muestran más fuerza que nunca a pesar de todas las dificultades. Una victoria extraordinaria, ahora otra vez están en camino de poder explicar el relato. Lo que pasó, poder describir el porqué del presente y precisar cómo poder construir el futuro.

Las urnas han hablado, la España actual es un Estado equivocado. Un Estado que se adecua a los nuevos tiempos, eso en Catalunya quiere decir hacer política, o su declive político será más profundo de lo que los analistas prevén.

Un Estado no se mantiene con la policía militar y civil, la represión política, el desdén, el insulto y las amenazas, el castigo económico y la expoliación de su riqueza. En cierta forma, Maquiavelo ya lo decía. Sino, más próximo, solo hace falta que lean la propia historia.