La consecuencia más relevante de las elecciones del pasado 12-M en Catalunya fue la dulce tragedia de Esquerra. Utilizo esta paradoja para recordar que, a pesar de la pérdida de 174.453 votos con respecto a los comicios de 2021, el partido republicano ganaba tanto la llave de la investidura de un Goven encabezado por salvador Illa como la iniciativa de recuperar cierta unidad independentista en aspectos puramente simbólicos como la creación de una mayoría indepe en la Mesa del Parlament. A pesar de la monarquía absoluta con que Oriol Junqueras ha regido Esquerra durante los últimos años, este es un partido que se gusta en la crisis permanente y en la lucha fratricida entre sectores. Por eso es normal que Marta Rovira haya cogido el guante de la dimisión-para-volver de Junqueras ralentizando la posible entrada de ERC al Ayuntamiento de Barcelona y recordando a los socialistas que llegar a Palau no les saldrá gratis.
De hecho, hay algo loable dentro del valse triste de Esquerra. Tanto Junqueras como Rovira conocen las presiones de las élites catalanas para volver a la pacificación del país que comportaría la sociovergencia. Consciente de eso, cuando ya sabía que el Procés naufragaría después del 1-O, Junqueras pactó con Soraya Sáenz de Santamaría que el referéndum del 2017 no pasaría de ser una reedición del 9-N y, desde Lledoners, el líder republicano se esforzó en borrar las conexiones que Convergència todavía podía mantener con el PSOE. Tenga los diputados que tenga en el Parlament, Esquerra se ha ganado a pulso la capacidad de interlocución con Madrid, más todavía si la única táctica de Carles Puigdemont sigue siendo el bloqueo sistemático de la política española. Junqueras no quería que le volvieran a robar la cartera y ha currado mucho para seguir ejerciendo como virrey del kilómetro cero.
Mis espías me dicen que Marta Rovira, flanqueada por el camarlengo Sergi Sabrià y el genio de las subvenciones Oriol Soler, ha dejado solo a Junqueras y pretende apropiarse de todos sus esfuerzos para renovar la cara al partido. Es en este sentido que Marta sostiene —con una cierta sobredosis de optimismo— que el partido tiene personas de sobra para encabezar una repetición electoral, lo cual es una forma de poner un precio más alto al pacto con el PSC. De momento, y a la espera de lo que dicten las bases, Esquerra ha conseguido colarse en un par o tres de concejalías de la capital y también que los ministros del PSOE empiecen a conjugar el adjetivo "singular" charlando de la financiación. En un entorno autonomista, lo que pretende Esquerra es apropiarse del discurso victimista de los españoles ante los (supuestos) privilegios adquiridos por los catalanes, dentro del nuevo federalismo sanchista.
En un entorno autonomista, lo que pretende Esquerra es apropiarse del discurso victimista de los españoles ante los (supuestos) privilegios adquiridos por los catalanes, dentro del nuevo federalismo sanchista
Esquerra va perdiendo, en definitiva, pero se gusta. El contexto europeo de grandes bloques también la ayuda. Nuevamente, hay que analizar el resultado de los últimos comicios europeos donde —a pesar de la victoria de la derecha y el auge del radicalismo— los progresistas han sobrevivido al ataque general, especialmente en España. Si Pedro Sánchez quiere construir un frente popular español que pare a PP y VOX, Rovira y sus nuevos socios quieren ser el elemento clave. El contexto judicial también los espolea a seguir en esta dirección, ya que la rebelión de los fiscales en la aplicación de la amnistía puede hacer que el retorno de Carles Puigdemont se dilate todavía unos cuantos meses en el tiempo; y hay que recordar que el presidente 130 también perdió un buen montón de votos en los últimos comicios al Parlamento. Puestos a fracasar, piensan los republicanos, lo único importante es quién puede zamparse un trozo más grande del poco que nos queda de nación.
Pero la política también tiene sus sorpresas, y de la misma forma que centenares de militantes de Esquerra en Barcelona desbordaron el aula donde se quería decidir el pacto con Collboni en Barcelona, a Oriol Junqueras le puede coger un ataque repentino de Pedro Sánchez y alquilar un coche para pasearse por todos los rincones del país, en busca del apoyo de los militantes. Él puede haber perdido la gracia de la nueva cúpula republicana, que ya empieza a tildarlo abiertamente de loco, sin embargo —en un partido progresista— apelar a la voz de quien paga el carné todavía tiene un valor importante. Así pues, empieza la guerra; pero esta no es únicamente por el control de Esquerra, sino para ver quién mantiene España unida en el progresismo… y también por quién puede sacar más pasta, of course.