La conocí hace muchos años porque, o bien estaba en el quiosco, o en la tintorería, o en el bar de al lado del mercado tomando un café. Primero no sabía que hacía allí rato y rato, siempre cerca de la puerta, pero pronto lo entendí. Buscaba compañía. Eran lugares de paso y allí, ella que vivía sola y le encantaba estar con gente, podía charlar con alguien. Cuando coincidíamos, después de darle dos besos y un abrazo, su primera pregunta siempre era la misma: "¿Nene, eres feliz? ¿Va tot bé amb la xicota"?. Y yo siempre le decía "Sí, Paquita. Sí". "És que ets molt jove y los jóvenes tenéis que ser felices". Entonces yo le decía que tampoco era tan joven y ella me contestaba "Yo sí que tengo años. Y estoy muy fastidiada". Y soltaba una risotada.

Cuando llegaba el final de la primavera, desaparecía. Hasta pasado el verano. Se iba a su pueblo, "a la caseta que tengo allí". Sabías que era verano porque no encontrabas a Paquita en sus atalayas habituales. Pero a veces desaparecía en pleno invierno. "He estado muy enferma, que me llevaron al hospital", decía cuándo te la volvías a encontrar. Y es que, sí, Paquita reía, pero estaba muy delicada de salud.

Y cuando decía la palabra hospital, la ese y la pe eran como aspiradas y con una pausa en el medio, pero a la vez las decía masticando mucho las sílabas. Y es que su manera de hablar era muy especial. Una mezcla de andaluz de su pueblo, Bujalante (Córdoba), catalán aprendido en la vida y las dificultades propias en tener sólo un pulmón.

Y así hasta que vino la pandemia. Con todo aquello, una de las primeras personas en quien pensé fue en ella. Vivía en un cuarto piso sin ascensor y, aparte de los problemas para respirar, tenía mal la circulación. Pregunté por el barrio y me dijeron que de vez en cuando la veían. No recuerdo cuándo fue, pero un día la reencontré. "Paquita, te doy mi número de teléfono y si necesitas que te vaya a comprar alguna cosa, llámame. Porque no puedes estar subiendo y bajando y cargando peso". Y aquí la cagué, porque no entendí que nunca me llamaría. Para ella, salir a la calle lo era todo. Y más cuando todo el mundo tuvo que quedarse encerrado en casa. Así pues, en el siguiente reencuentro le pedí su teléfono. De esta manera era yo quien la podría llamar a ver si todo estaba en orden. Me dio una tarjeta de visita de aquellas de toda la vida. Con su número de móvil, la dirección de aquí y la del pueblo. Perfecto. Como todos cambiamos horarios y rutinas, de vez en cuando la llamaba y así iba sabiendo que seguía haciendo su vida. Uno de los días que la volví a encontrar le pregunté si tenía alguno de estos servicios de medalla, por si caía en su casa poder avisar alguien. Me explicó que nunca cerraba la puerta del piso, por si acaso.

Total, que entre una cosa y otra de las nuevas restricciones, le perdí nuevamente la pista. Pero supe que estaba en el pueblo. Cuando volvió me dijo que cada vez le era más pesado ir, pero que pronto volvería. Y así nos seguimos encontrando hasta, más o menos, febrero del año pasado. Seguíamos en pandemia, con aquellos horarios tan extraños y ella volvió a desaparecer. Pero pensé que, efectivamente, estaba en el pueblo. Cuando vino el buen tiempo y recuperamos un poquito la vida, seguía sin encontrármela. Pregunté y me dijeron que, efectivamente, creían que estaba en el pueblo. Pasó el verano y seguí sin verla. ¿Seguía allí o había vuelto? La llamé varias veces al móvil y nada. Y en el fijo de aquí tampoco. Sí, debía estar en Bujalante, que no había tanto riesgo como aquí. ¿Y el móvil? ¿Por qué no contestaba? Quizás se le había estropeado. O no lo miraba. O yo qué sé. Pero no las tenía todas conmigo. Y empecé a preguntar. Nadie sabía nada. Hasta que esta semana he sabido que Paquita murió. Ahora hace... ¡UN AÑO! Aquí. En su casa. Una vecina que más o menos la controlaba no la había visto aquel día, fue a ver qué, y como la puerta siempre estaba abierta, entró. Se la encontró en la cama, como si hubiera intentado levantarse y ya no hubiera podido.

Hace días que pienso en cómo debió ser su entierro. ¿Fue alguien? ¿Le llevaron alguna flor? ¿En la ceremonia, alguien lloró por ella? ¿Qué ha pasado con sus cosas, sus fotos, todo aquello que fue su vida? ¿Alguien se ha hecho cargo o llegó una empresa de vaciar pisos y todo acabó en el contenedor? Dicen que vivimos mientras alguien nos recuerda. Y, claro, la pregunta es: ¿alguien se acuerda de Paquita?