No, no, no han sido dos meses, no. Es que no han pasado ni tres días. ¡TRES! El martes llevar la mascarilla por la calle era tan importante que, para que los diputados votaran a favor de prorrogar la obligatoriedad, Pedro Sánchez colocó la medida camuflada entre un decreto de paga extra a los pensionistas. Fue como si para que sus señorías se comieran un trozo de xopped con la cara de Popeye, se lo metieran en medio de un bocadillo de pan de panadero (no de cadena de 6 barras un euro) con tomate  y jamón del que te provoca colesterol del bueno. Pues bien, cuando todavía no habíamos digerido a Popeye hecho embutido, hoy sale la ministra de la cosa y en una entrevista a la SER anuncia que el próximo martes aprueban que fuera mascarillas en la calle y que el jueves entra en vigor la medida. Y se ha quedado tan desahogada. Ella.

Esto sucedía pocas horas después del espectáculo del jueves en el Congreso de los Diputados, donde a nadie le importaron los derechos de los trabajadores sino que fue el hooliganismo de un PPVOX que creía haberle ganado una votación a Pedro Sánchez y la misma actitud de respuesta de "la izquierda" cuando se dieron cuenta de que habían ganado ellos. No aplaudían, ni gritaban, ni se abrazaban por haber salvado la ley o aprobado la reforma, no. Lo hacían porque su partido había ganado. O mejor dicho, habían derrotado a los otros.

Y ahora el voto del diputado extremeño que tiene ventosas en vez de dedos y pulsa el botón que no toca ya está en el juzgado 47 de Madrid y quizás acabará en el Tribunal Constitucional, que es donde acaba prácticamente todo en España. Y este "prácticamente" es porque todo el resto, hasta el 100%, va al Supremo. Y así estamos. Pero la discusión legal no es porque crean que hay que llegar donde sea para defender una ley que mejorará la vida de millones de personas, no. Intentan usar, nuevamente, los tribunales como tercera cámara para poner su rabia política y su cálculo electoral por delante del orden democrático.

Y aquí, mientras, vamos sabiendo cosas de lo que sucedió en el Parlament con el acta del ya no diputado Pau Juvillà, que se ve que dejó de serlo en el siglo V antes de Cristo y aquí hemos estado administrándole biodraminas a la perdiz por vía venosa para que no se notara que no iba mareada, no, sino directamente flipada. Y cuanto más sabemos, peor. En dos semanas, entre todos (todas y totis) han conseguido situar la imagen de la Cámara al mismo nivel del circo donde el león tiene halitosis, el elefante se cree que es Démbélé y el payaso triste es adicto a las flatulencias de legumbres. ¡Qué panorama, Maria Antonia! Primero aquello de cobrar sin trabajar, o sea, destrozada la imagen de la parte administrativa. Y después la de la parte política con una semana de "teatro del malo" y la "paralización" de la actividad parlamentaria nivel "he muerto al lobo" que resultó ser una gallina despistada. Y sabiendo que al final saldría la verdad. Ahora ya sólo les falta una plaga de langosta y un ataque de ransomware y chapamos la actual actividad que se lleva a cabo en aquel edificio y que monten un frankfurt. O que amplíen el zoo.

Con este triple panorama, ¿quien se creerá ahora las medidas sanitarias y las leyes? ¿Quién respetará el Congreso de los Diputados y el Parlament y quien se tomará seriamente a sus señorías? ¿A quién no se le escapará la risa cuando alguien vuelva a hablar del 52%? Y sobre todo, ¿quién se cree unas instituciones en manos de insensatos? Hemos entrado de lleno en la era de la abstención general populista. Consiste en que yo desprestigio todo el que puedo el sistema reconvenciendo a mis reconvencidos, que son cuatro pero hacen mucho ruido, y extiendo la desafección y el desencanto general. De manera tal que al final la gente "normal" dejará de ir a votar, sólo irán los "asaltantes del ayuntamiento de Lorca" y, como aquí se reparte la misma cifra de diputados vote el 100% del censo o el 2, mayoría absoluta de boina calada y neurona distraída. ¡Y a vivir!