Dos de las cosas más importantes que hay que aprender a hacer a la vida son 1/ Saber irse cuando toca y 2/ Una vez te has ido, saber callar. José María Aznar López se ha empeñado en demostrarnos que, a su edad, todavía no ha superado su inmenso complejo de inferioridad. El problema es que, en vez de ir a un especialista y que se lo solucione, somos nosotros quienes tenemos que sufrir los efectos. Total, que en su caso no ha aprendido ni la 1 ni la 2.

Pues bien, entre eso y que hoy ha desayunado algunos productos que no estaban muy finos, el hombre se ha presentado en la convención del PP con la vejiga a reventar y ha ido rociando a los asistentes y a la opinión pública en general con líquido aznarista en estado puro. Hasta dejar a todo el mundo empapado de acritud, resentimiento, bilis... Empezando por el propio Pablo Casado, que estaba allí a su ladito y hacía cara de "por favor, que proyecten ahora mismo un rayo de teletransportación y se lo lleven. O si no, que se me lleven a mí. ¡O al edificio entero! Pero que detengan eso in-me-dia-ta-men-te"!.

De todo lo que ha dicho durante una hora y diez minutos, apunte, apunte, tres de las perlas excretadas:

"España es una nación, no siete, ni cuatro, ni veintiuna. No es un estado plurinacional, ni multinivel, ni la madre que los parió".

"El presidente de México dice que España debe pedir perdón. ¿Y usted cómo se llama? Yo me llamo Andrés Manuel López Obrador. Andrés por parte de los aztecas. Manuel por parte de los mayas. López es una mezcla de aztecas y mayas".

"El nuevo comunismo es el indigenismo. Y el indigenismo, que supone volver a las sociedades precolombinas, sólo puede ir contra España". (Por cierto, eso ya lo dijo anteayer Isabel Díaz Ayuso en Nueva York, con lo cual ya sabemos que tienen el mismo guionista).

No seré yo quien le diga a este hombre que se calle, no faltaba más. Y, sabe por qué? Porque todo el mundo tiene que poder expresarse, aunque sea para quedar en evidencia. Humana e intelectual. De hecho, esto de que se calle ya se lo ha dicho indirectamente su propio partido, porque ninguna de estas excentricidades aparece en ninguno de los vídeos que ha destacado en las redes sociales para publicitar la convención. Y son unos cuantos. Pero eso no quiere decir que alguien que le quiera, un día —si puede ser no muy lejano en el tiempo— no deba abrazarlo muy fuerte y decirle "Jóse, déjalo estar. No te hagas más daño".

Sobre el contenido de lo que ha dicho, mejor no perder el tiempo en extravagancias que se comentan por sí solas. Simplemente destacar la tontería de meterse con los apellidos de López Obrador. Alguien como él, un Aznar, que no, tampoco es un apellido azteca ni maya, pero sí el del hijo de uno de los falangistas más destacados de la dictadura franquista. ¿Quizás mejor dejamos a los antepasados quietos, no? Pero que un mentiroso compulsivo como él, que en su trayectoria pública ha dicho unas falsedades que han tenido como consecuencia directa la muerte de miles de personas inocentes, todavía se atreva salir el año 2021 a reñirnos como si no hubiera sucedido nada, lo encuentro una desvergüenza intolerable. Que lo inviten a charlar y que con esta suficiencia de quien se cree alguien ose ni tan sólo abrir la boca para hacer alguna cosa que no sea pedirnos perdón, es tener una barra que ya la querría el Trabucador.

Él, que el 23 de febrero de 1979 justificaba en un artículo publicado en La Nueva Rioja una "abstención beligerante" en el referéndum constitucional. Él, que el 2 de febrero del 2003 dijo tener "evidencias" de que Iraq tenía "armas biológicas, químicas y conexiones con grupos terroristas". Él, que once días después dijo: "Pueden estar seguras todas las personas que nos ven que les estoy diciendo la verdad: el régimen iraquí tiene armas de destrucción masiva". Él, que después de defender que el 11-M había sido obra de ETA, nunca rectificó, ni dio explicaciones, ni se excusó. ¿Él, ahora, nos viene a dar lecciones? ¡No hombre, no! Él, no.