Lo apuntaba José Antich en su artículo del sábado y, ciertamente, la cosa llama la atención: a pesar de la gravedad de la situación, solo Feijóo ha pedido una comparecencia urgente para que Sánchez dé explicaciones ante los graves acontecimientos que se están produciendo. El resto de partidos, y muy especialmente los que apoyan a su Gobierno, se han limitado a refunfuñar de cara a la galería, pero no han exigido la comparecencia, ni han pedido reuniones urgentes para recibir explicaciones. Y si bien es evidente que el líder del PP tiene más interés que nadie en sacar la munición parlamentaria, también es un hecho que la comparecencia es tan necesaria como debería ser obligada.

Tras la retahíla de detenciones de primera línea, y la gravedad de las acusaciones, con ramificaciones corruptas que se elevan a millones de euros, el silencio de Pedro Sánchez es inaceptable. Todo dirigente político tiene la obligación de dar explicaciones a la ciudadanía —no es un derecho callar, es un deber hablar—, especialmente cuando los escándalos resquebrajan toda confianza. Y no hay ningún momento en la historia reciente española, ni siquiera en los peores tiempos de los escándalos del Gobierno Felipe, o de los del PP con la Gürtel, en que la crisis política sea tan brutal. Un presidente con todo su círculo político bajo el foco de la corrupción, con algunos de los más íntimos durmiendo en Soto del Real; rodeado de causas judiciales, con sumarios sobreexcitados de información, hasta el punto de que ya nadie osa hablar de lawfare con las últimas detenciones; con minoría parlamentaria, y rodeado de machos ibéricos con escándalos de bragueta que arrastran el lema del “partido feminista” por el barro; un presidente en esta situación no puede callar, ni esconderse. De hecho, no puede, o no debería gobernar. Como mínimo, es inimaginable que esto ocurra en ningún país de la UE, ni siquiera en aquellos que no sobresalen en solidez democrática.

Esto va de una red de corrupción sistémica que presuntamente habría utilizado todos los mecanismos de poder a su alcance para tejer una red de influencias, comisiones y corruptelas que habría significado una cifra descomunal de dinero en los bolsillos pertinentes

Sin embargo, dado que de momento Pedro Sánchez hace como quien oye llover y se aferra al manual de resistencia con la resiliencia desesperada del náufrago aferrado al tablón, hay que dirigir el foco, inevitablemente, a los partidos que le permiten mantenerse en el Gobierno y que, a estas alturas, muestran una solemne cobardía, todos ellos desesperados por no perder el trozo de poder que han conquistado. Que con todo lo que está pasando salga Yolanda o Junqueras con aires de ofendidos, resulta cuanto menos patético. Esto no va de quejarse, ni de regañar al colega, ni de estar de morros. Esto va de una red de corrupción sistémica que presuntamente habría utilizado todos los mecanismos de poder a su alcance —y los mecanismos eran muchos, porque estaban en el meollo del poder— para tejer una red de influencias, comisiones y corruptelas que habría significado una cifra descomunal de dinero en los bolsillos pertinentes. En medio de este estercolero, cuyo alcance está lejos de vislumbrarse, oír a Yolanda pidiendo “cambios de Gobierno”, o a Junqueras sacando pecho y asegurando que “los que abusan y se corrompen no pueden regenerar la democracia” (¿se referirá a los carteles del Alzheimer, a la DGAIA, a las operaciones de desinformación contra los opositores...?), resulta muy patético. Ni siquiera se salva el PNB, que hace los mismos aspavientos retóricos, pero no se mueve de la ecuación. No se trata de cambiar de ministros, o de dar lecciones de moralina de pacotilla, se trata de la multitud de preguntas críticas que obligatoriamente debe responder un presidente en esta situación tan repugnante. Y, dadas las explicaciones, es insostenible mantenerse en un poder que está explosionando por todas partes.

Quizás Sánchez consiga mantenerse más tiempo en la poltrona, ¿pero a costa de qué? A costa de la confianza con la acción política, que está tan destruida que envía montones de votantes hacia los partidos extremos. También a costa de su partido, que dejará destrozado territorialmente, como ya se prevé en Extremadura y en Aragón. Y a costa de los partidos que se han aliado con ellos, y que no se mueven porque no quieren perder la bicoca. También lo pagará Junts, si Sánchez tarda mucho en irse, por mucho que sea el único del pacto de investidura que efectivamente ha roto. Pero ni Junts sacará nada bueno si la situación se alarga y, como es previsible, los escándalos empeoran aún más.

Dicen que dicen los aliados que es porque el PP y Vox dan mucho miedo, y por eso mantienen a Sánchez en el poder. Es decir, activan la idea del miedo, que es el arma más letal contra la democracia. Pero el miedo no puede ser nunca un argumento para mantener una situación corrupta en el seno del poder. Que venga quien sea, y ya haremos lo que haga falta, pero de ninguna manera se puede apoyar a un presidente que está en medio de un lodazal pestilente, con todos sus íntimos (ahora los llaman “desconocidos”) en los juzgados y con unos datos de corrupción que amenazan con ser monumentales. Un presidente en esta situación no puede quedarse de ninguna manera. O se va porque ha demostrado una supina inutilidad al no saber a quién colocaba, a quién mantenía, y qué hacían ante sus narices. O se va porque estaba en la pomada. O cómplice o pelele, y en ambos casos irresponsable. Y si Pedro Sánchez no se va, se lo deja caer de verdad, y eso no es haciendo aspavientos de ofendidos de cara a la galería.