Utrecht (Países Bajos neerlandeses), 11 de abril de 1713. Hace 309 años. Los representantes diplomáticos de las cancillerías de Madrid y de Londres firmaban su particular tratado de paz, que tenía que poner fin a la participación británica en la Guerra de Sucesión hispánica (1701-1715). Con la retirada británica del conflicto, Catalunya quedaba como el último y el único combatiente activo de la alianza internacional austriacista. El gobierno conservador inglés —los tories—, liderados por el primer ministro y Lord Tesorero Robert Harley, conde de Oxford y de Mortimer, había firmado una paz con el régimen borbónico español (Utrecht, 1713) que convertía en papel higiénico usado un pacto anterior firmado por el gobierno liberal inglés —los whig— con el partido austriacista catalán (Génova, 1705).

Anna I de Inglaterra y Robert Harley, Lord Tesorero. Fuente National Trust y National Portrait Gallery
Ana I de Inglaterra y Robert Harley, Lord Tesorero / Fuente: National Trust y National Portrait Gallery

"Inglaterra no tiene amigos, tiene intereses"

Un siglo y medio después, el primer ministro —el también conservador Henry Temple, que con anterioridad también había sido ministro de Finanzas— proclamó: "Inglaterra no tiene amigos, tiene intereses". Esta cita, que a partir de los últimos movimientos de la II Guerra Mundial (1939-1945) repetiría, de nuevo y de forma insistente el primer ministro británico —el también conservador Churchill, que también había sido ministro de Finanzas— podría explicar la postura inglesa con los catalanes en 1714. Los acontecimientos que siguen a aquel flagrante incumplimiento revelan que la postura inglesa tenía un elevado componente de riesgo que los tories asumieron sin dudas. Entonces la pregunta es: ¿qué compensaciones obtuvieron? Y, sobre todo, ¿quiénes fueron los beneficiarios?

Los acercamientos secretos

Ocho años de combates en la Península (1705-1713) y doce en los campos de batalla continentales (1701-1713) no habían roto el equilibrio de fuerzas inicial. Todos los contendientes estaban agotados, pero no se avistaba un ganador claro y aquel conflicto apuntaba a la posibilidad de cronificarse. En aquel contexto, surge la figura de Luis XIV de Francia —abuelo y valedor de Felipe V—, que, con los cajones vacíos, había entrado en pánico porque intuía que la gran inversión para sentar a un Borbón en el trono de Madrid podía acabar en un fracaso estrepitoso que lo podía arrastrar a él. A partir de las decepciones borbónicas de 1710 (contraataques austriacistas en Lleida y en Aragón, que acabaron con Felipe V protagonizando la enésima huida deprisa y corriendo), se produjo un cambio de tornas.

Luis XIV y Felipe V. Fuente Museo de Versalles y Museo del Prado
Luis XIV y Felipe V / Fuente: Museo de Versalles y Museo del Prado

Las enaguas de Felipe V

Cuando en Versalles conocieron el detalle de la huida de Felipe V en la batalla de Torrero (20 de agosto de 1710), no se sabe exactamente si camuflado con uniforme de soldado raso o disfrazado de molinera, Luis XIV se convenció definitivamente de que el único camino posible para evitar una catástrofe que enviara a los Borbones (los de Madrid y los de París) a la papelera de la historia era negociar la paz —secreta y unilateralmente— con los ingleses. Y para convencer a Londres de que su propuesta era sincera, redujo, drásticamente, la aportación francesa al bando borbónico español. Desde que Felipe V se había roto las enaguas de la molinera huyendo entre las zarzas de Torrero hasta que los representantes franceses e ingleses se sientan a negociar secretamente, habían pasado tan sólo unos meses.

Las compensaciones territoriales

Los ingleses tampoco estaban en una buena situación económica. Pero no tenían las urgencias financieras de Versalles. Luis XIV había vaciado todos los cajones reales y había situado a la sociedad más rica de Europa al borde de la ruina. Y a pesar del interés que les despertó aquella propuesta, los ingleses nunca perdieron el control de la negociación. Por ejemplo, los representantes ingleses se negaron, rotundamente, a negociar la devolución de Gibraltar y de Menorca. Y decimos devolución porque estos territorios habían sido ocupados —durante el conflicto sucesorio— por las armas inglesas, neerlandesas y catalanas en nombre de Carlos de Habsburgo y no en nombre de Ana de Inglaterra. Londres, muy hábilmente, se presentó a Utrecht como un beneficiario causal.

Representación de la conquista aliada de Gibraltar. Fuente Cartoteca de Catalunya
Representación de la conquista aliada de Gibraltar / Fuente: Cartoteca de Catalunya

Un poco de geopolítica

En aquel contexto expansivo británico (Londres se estaba preparando para relevar a París en el liderazgo continental), Gibraltar aseguraba la proyección marítima-comercial en el Mediterráneo, que más adelante concretarían con las conquistas de Malta (1800) y de Chipre (1878). Menorca, que formaba parte del mismo paquete que Gibraltar, sería el precedente de aquella expansión inglesa que acabaría expulsando del viejo Mare Nostrum las marinas borbónicas francesa y española (Trafalgar, 1805). La isla de los talayotes jugaría el papel de plataforma para el control del cuadrante noroccidental mediterráneo. Y en beneficio de los británicos, hay que decir que durante aquel siglo XVIII Gibraltar y Menorca —lejos de la dominación española— vivirían sus particulares "siglos de oro".

Las compensaciones no territoriales

Las fuentes documentales revelan que cuando los franceses tuvieron el acuerdo con los ingleses arreglado (1712) no tardaron nada en convencer a los españoles. La amenaza de que el conflicto se resolviera dividiendo la monarquía hispánica (la corona castellanoleonesa para el Borbón y la corona catalanoaragonesa para el Habsburgo) estaba más viva que nunca. Y los representantes españoles se presentaron en Utrecht (11 de abril de 1713) dispuestos, si convenía, a poner sobre la mesa las campanas de Santiago. En aquella negociación, para definirla de alguna manera, los representantes hispánicos cedieron a Inglaterra el Asiento de Negros, el monopolio del comercio de esclavos en la América colonial hispánica y, en aquel momento, la parte del león del negocio colonial.

¿Qué representaba la cesión del Asiento de Negros?

La entrega de aquella "empresa" no era tan sólo la cesión de la principal fuente de ingresos de la corona española, sino que representaba el fin del monopolio hispánico sobre su América colonial, que se remontaba al siglo XV. Aquello sería el precedente diabólico que explicaría la paradoja catalana de la posguerra: entre 1713 (Utrecht) y 1765 (liquidación de la Casa de Contratación), los catalanes (reducidos, a la fuerza, a la dudosa categoría de súbditos de la corona española y a la onerosa condición de "pecheros" de la hacienda española) no pudieron comerciar libremente con las colonias españolas de América. En cambio, los ingleses y los neerlandeses, enemigos perpetuos y fuente de la ruina de la corona española, se convirtieron en los grandes beneficiarios de aquel emporio.

¿Quién fue el beneficiario directo del Asiento de Negros?

El ascenso de Gran Bretaña a la categoría de primera potencia continental —después de las guerras franco-india y de los Siete Años (1754-1763)— no se explica sin Utrecht, estación imprescindible en aquel trayecto hacia el liderazgo mundial. Pero en Utrecht pasaron cosas que no serían motivo de orgullo para los británicos. El Asiento de Negros no pasó a manos de la corona inglesa, sino que, sorprendentemente, fue adjudicado a un emporio privado llamado South Sea Company, creado a propósito para la ocasión y dirigido y participado a título particular por Harley (el Lord Tesorero) y por los principales dirigentes tories. Curiosamente, la South Sea Company sería el primer caso de burbuja financiera de la historia del capitalismo y arruinaría a miles de pequeños inversores ingleses (1720).

Portadas de las publicaciones de denuncia de la traición de Utrecht. Fuente Wikimedia Commons
Portadas de las publicaciones de denuncia de la traición de Utrecht / Fuente: Wikimedia Commons

Detrás del escenario

La maniobra inglesa del Asiento de Negros se explica en el contexto de la lucha por el poder entre whigs y tories. Y en Utrecht, al Lord Tesorero y a sus socios se les abrió el cielo de par en par. El Asiento de Negros da respuesta a la pregunta que plantea el título. Ahora bien, el escándalo que provocaron alteraría radicalmente el escenario político inglés. Durante 1714, los whigs (partidarios de mantener el acuerdo con los catalanes) recuperaron el poder. The Catalan Case, que explicaba cómo la codicia tory había convertido el honor de Inglaterra en un gigantesco excremento, fue un best-seller. Coronaron al nuevo rey Jorge I que quería enviar la marina británica a auxiliar Barcelona. Y el embajador Dalmases estuvo a punto de cambiar el curso de la historia. Pero ya era tarde y el mal ya estaba hecho.