Tengo un amigo que se ha hecho rico y aprovechamos que habíamos quedado para comer para celebrarlo. Bueno, no es rico. Ha alcanzado la estabilidad financiera que hace unos años definía a la clase media: trabajo fijo, casa pagada y unos ahorros para estar tranquilo. Pero a ojos de determinados sectores políticos y sociales de nuestro país, no solo es rico, sino que merece pagar cualquier tipo de impuesto que al político de turno se le ocurra. Para la izquierda, ha entrado en el club de los que pagan la fiesta. La nueva situación financiera de mi amigo viene de una herencia. Para su sorpresa, supo que un familiar lejano le había dejado un buen piso en el centro de Barcelona. Él ya no tiene ese piso. Vive fuera de la ciudad, en una casa que ya tiene pagada. Aunque estaba contento por su salud económica, no pude evitar preguntarle si había pensado en quedarse el piso. “Me lo quitaron de la cabeza enseguida. Teniendo que pagar un 30% en impuestos, tenía que hipotecar el piso y ponerlo en alquiler”. Ese alquiler debía servir para terminar de pagar los impuestos si la hipoteca no lo cubría todo, y claro, durante unos cuantos años, los vencimientos mensuales de la hipoteca. “En cuatro días lo vendí, sin dolores de cabeza y con una casa pagada”. Ahora ese piso del centro de Barcelona es de un extranjero. Ya podéis ir a explicarle el plan Cerdà, la lengua catalana y que los jóvenes de Barcelona se tienen que marchar por culpa de los precios de los alquileres. ¿Sabéis cuánto le importa todo eso, verdad?

Entre el impuesto de sucesiones y la plusvalía municipal, pagó el 30% de la herencia en impuestos

Para los que pensáis que mi amigo ha tenido mucha suerte y que si lo ha podido pagar es porque el piso lo valía, etc.: de acuerdo, ha tenido suerte. No estoy de acuerdo en que esa suerte deba ser grabada hasta el punto de no tener más opción que vender. Entre el impuesto de sucesiones y la plusvalía municipal, pagó el 30% de la herencia en impuestos. Imposible de asumir para la mayoría. El Ayuntamiento y la Generalitat han cobrado. Mi amigo tiene una casa y unos ahorros. Barcelona, un extranjero más. ¿Solo hay una manera de verlo? “Si ha tenido la suerte de recibir una herencia, que pague. Muchos no recibirán nunca ninguna herencia”. Y “basta de expats en Barcelona”. Y “alquileres dignos a precios asequibles”: todo eso junto no encaja. ¿Realmente hay un beneficio social tangible en imponer un 30% de impuestos a una herencia? —Recordemos que estos impuestos se aplican a un legado que ya ha tributado durante toda la vida, ¿eh?— ¿Tiene sentido un nivel impositivo tan alto que te obligue a vender? Yo creo que no. Pero en caso de que sí, hay que hacerse una pregunta: ¿por qué los servicios públicos cada vez funcionan peor? ¿Por qué algunos servicios básicos están al borde del colapso? Parece que estos impuestos tan altos no lo están resolviendo. En 2010, el Gobierno tripartito hizo que Catalunya pasara de ser una de las comunidades con menor tributación a una de las más altas del Estado. Algunas bonificaciones de gobiernos posteriores no han resuelto la situación. Vivimos donde más se paga. Por todo.

Es evidente que hay que pagar impuestos. Y es evidente que quien más gana, debe pagar más. Pero, ¿qué habría pasado con impuestos más razonables? El Ayuntamiento y la Generalitat habrían cobrado, sí, pero menos, y Barcelona tendría una familia catalana. De clase media —de las que pagan por todo—, con hijos en la escuela, con compromiso con la ciudad, el país y la lengua. De las que hacen barrio y construyen vínculos sociales, y que tributan aquí. Visto así, quizá el negocio no es el que parece. Obligar a tus ciudadanos a vender su patrimonio para pagar unos impuestos desmesurados no parece la política más sostenible a largo plazo. Y atención, que esto se acaba. Cuando todo el mundo haya vendido todas las herencias para pagar los impuestos, ¿qué haremos?