Sassari ya es un nombre que pocos olvidarán, aunque las razones para ello sean diversas y en algunos casos divergentes: unos porque una vez más hemos ganado, otros porque, finalmente, han terminado por entender que la represión no es la respuesta a un problema político y unos pocos, pero poderosos, los de siempre, porque lo asumen como una humillación.

Desde nuestra perspectiva se puede, y debe, considerar lo de Sassari como un éxito, porque claramente hemos ganado. Pero de la decisión del Tribunal de Apelaciones de dicha ciudad hay muchas lecciones y muchas pistas sobre aquello que, hasta ahora, no se ha querido ver y que siempre estuvo sobre la mesa, porque nuestra estrategia ha sido transparente.

La decisión de suspender, sine die, el procedimiento se sustenta en la combinación de diversos procedimientos pendientes ante el Tribunal General de la Unión Europea (TGUE) y el Tribunal de Justicia de la Unión (TJUE) así como de otros aspectos que algunos, los de siempre, omiten para ocultar sus vergüenzas.

Se ha reconocido la inmunidad del president, y con ello también la de Toni Comín y Clara Ponsatí, porque, acertadamente y en pleno respeto del derecho de la Unión, el Tribunal de Apelaciones de Sassari vinculó la demanda de anulación que presentamos ante el TGUE y en contra de la resolución del Parlamento Europeo de 9 de marzo de 2021 acordando conceder el suplicatorio con las prejudiciales del juez Llarena.

No siendo firme dicha resolución, el Tribunal italiano entiende que mantienen intacta la inmunidad, toda la inmunidad y no solo una parte de ella, como pretendía y pretende el juez Llarena y quienes le secundan.

Pero no quedó ahí la cosa, también se reconoce que el procedimiento que se sigue en el Tribunal Supremo está suspendido por imperio de la ley al haberse planteado unas cuestiones prejudiciales por el propio juez Llarena. Este es el entendimiento general en Europa y del que solo discrepan tanto el Tribunal Supremo como el Tribunal Constitucional en una actuación muy parecida a la que está arrastrando a Polonia a un posible procedimiento sancionador.

Pero la contienda de Sassari no solo generó una resolución favorable para el president Puigdemont, cuya defensa nunca ha sido personal sino colectiva, también puso en evidencia algo que veníamos sosteniendo desde hace años: que se trata de una persecución política y que más temprano que tarde eso sería reconocido por los diversos estados europeos. Las comunicaciones suizas, austriacas, finlandesas o lituanas son un fiel reflejo de ello y nos las habían ocultado hasta ahora.

La relevancia de la visión que otros estados tienen del procedimiento seguido por el Tribunal Supremo no es menor y se hará valer allí donde sea necesario. Es decir, la no entrega de Lluís Puig no era un capricho de los belgas, sino un sentimiento ampliamente compartido por los europeos. Esto es clave.

Llevamos ya casi cuatro años pensando como ganadores, actuando como ganadores, jugando como ganadores y, por ende, ganando, lo que no es una casualidad, sino la constatación de la importancia del marco mental sobre el que se construye una determinada actuación

Al Tribunal de Apelaciones de Sassari le bastó una hora de vista oral para comprender el caso que tenían frente a ellos, la relevancia del mismo en materia de derechos fundamentales y, sobre todo, las implicaciones que un fallo adverso al president Puigdemont tendría para el derecho de la Unión y la integración europea. Entendieron toda nuestra estrategia en poco tiempo y eso contrasta con los cuatro años de empeño represivo en el que se han embarcado las altas instancias jurisdiccionales españolas.

La estrepitosa caída de la tesis suprema ha servido, en esta ocasión, para abrir los ojos de muchos y comenzar a ver aquello que tanto tiempo venimos sosteniendo sobre esta causa especial que tanto está costando desmontar: no es justicia sino represión y el precio, si bien inicialmente lo pagamos los represaliados, finalmente lo terminan pagando quienes la ejercen y, además, el conjunto de la sociedad española.

Pero no nos confundamos, las razones que llevan a muchos al convencimiento de lo errónea que es la forma de actuar de las altas instancias jurisdiccionales solo se está percibiendo por mor y a golpe de derrotas; si no hubiésemos ganado, terminarían convenciendo, a propios y extraños, de que tenían razón cuando no es así.

Bélgica en 2017, Dinamarca, Bélgica y Alemania en 2018, nuevamente Bélgica y el ingreso en el Parlamento Europeo en 2019, han marcado el rumbo de lo que se avecina y que algunos se empeñan en negar. Sin embargo, ha sido en Sassari donde, finalmente, se ha terminado de ver algo que es imparable: el triunfo judicial que, de permanecer España dentro de la Unión Europea, permitirá el regreso de los exiliados.

Sassari ha sido una exitosa batalla, pero no el fin de la contienda, aunque ya todos saben cuál será el resultado final.

Sin embargo, Sassari no se explica sin conocer el marco mental sobre el cual se construyó la estrategia de defensa, que solo ha sido un acompañante de la estrategia política previamente definida por los exiliados: el que está arrojando estos resultados y que permitirá la construcción de un andamiaje jurídico que restablezca al president Puigdemont y a sus compañeros en la posición de la que jamás se les debió desbancar como interlocutores legítimos para resolver políticamente un conflicto que claramente es político y no judicial.

La defensa del exilio se planificó y se ha caracterizado por ser la defensa de lo colectivo, de los derechos inalienables de la minoría nacional catalana, pero, también, de un constructo democrático en el que todos nos sintamos cómodos

Llevamos ya casi cuatro años pensando como ganadores, actuando como ganadores, jugando como ganadores y, por ende, ganando, lo que no es una casualidad, sino la constatación de la importancia del marco mental sobre el que se construye una determinada actuación.

En contraposición a nuestro marco mental existe otro, el de aquellos que creen que la realidad se ve mejor en blanco y negro, que se instalaron en la supremacía del poder en lugar de en la lógica y ética del derecho y, poco a poco, se han adentrado en un marco mental del cual ya no pueden salir: el de la derrota.

Cuando quienes tienen que pensar se pongan a hacerlo, comprenderán que hemos puesto sobre la mesa todos los elementos para construir una sociedad auténticamente democrática y que con esos mimbres se puede no solo encontrar una solución al conflicto existente entre España y Catalunya, sino que, además, podrán construir una sociedad que encaje mejor en el club al que hace ya décadas inscribieron al Reino de España: Europa.

La defensa del exilio se planificó y se ha caracterizado por ser la defensa de lo colectivo, de los derechos inalienables de la minoría nacional catalana, pero, también, de un constructo democrático en el que todos nos sintamos cómodos. Se ha tratado y trata de eso, que, justamente, es lo que tanto les ha costado comprender y que tanto miedo genera en los de siempre.

Partimos instalados en un marco mental y seguimos en él porque creemos que tenemos la razón, estamos sabiendo explicarnos y, además, nos lo están reconociendo, pero todo ello se ha conseguido a partir de algo que es esencial: pensar que ganar es posible.

En todo caso, es bueno aclarar que la gran diferencia entre el triunfalismo y el instalarse en el marco mental adecuado es que el primero, casi siempre, carece de fundamento, mientras que el segundo es una actitud vital, un posicionamiento y un hacer real lo que muchos creen imposible.

Ahora bien, si el marco mental es importante en lo jurídico, más lo es en lo político y esa es la actitud que siempre nos ha transmitido el exilio cuando nos ha otorgado una infinita confianza para defenderles desde y hacia un marco mental adecuado… Nada es imposible, solo falta creérselo y actuar en consecuencia.