Este era el título de un libro de Patrick Süskind, que tuvo un gran impacto en los años 80. La trama, muy simplificada, es la de un ser humano fuera de la sociedad y amoral, que sólo tiene una obsesión, ser amado y aceptado. Esta persona particular tiene el don de una percepción olfativa superior a la de cualquier otro humano, una percepción que le permite distinguir todos los componentes del olor humano, incluso los que se asocian a cualidades personales, como la bondad o la crueldad, el olor de la juventud o la decrepitud, o el olor intangible de ser querido o deseable. Así que en la persecución de su sueño, que se convierte en una locura, se transforma en un asesino en serie para poder destilar aquella fragancia etérea que lo convertirá en el ser querido que quiere ser. En este camino, el lector se sumerge en la introspección y redescubrimiento de las sensaciones olfatorias propias, mientras sigue el crecimiento de un personaje que repele y atrae por igual, en una historia que nos cautiva hasta el final.

En muchos organismos el sentido del olfato es un sentido vital, como hace dos semanas os comenté. Aunque los humanos no percibimos la variedad y riqueza de olores como lo hacen otros animales, invertimos muchos esfuerzos en oler bien y perfumarnos, añadiendo sobre nuestra piel aromas destilados de flores, de frutas y plantas, de líquenes y hongos. Algunos de los productos más caros de la industria perfumista, antes de la síntesis química, eran el ámbar gris y el almizcle. El ámbar gris se extrae de las excreciones de cachalote que flotaban sobre el mar, mientras que el almizcle se extraía de las glándulas genitales de un mamífero, el ciervo almizclero. Por lo tanto, algunas de las fragancias más caras no proceden del mundo vegetal, sino de excreciones y secreciones que salían del cuerpo de otros mamíferos, pero que contienen algunos componentes volátiles que nos atraen, en general, porque "sexualizan" la fragancia de un perfume.

Pues bien, hace pocos días se ha publicado la primera investigación en primates, en lémures de cola anillada (monos pequeños que tienen una cola muy larga y vistosa, con anillos negros y blancos, endémicos de la isla de Madagascar), en la que se ha observado que los machos se perfuman para atraer a las hembras. Los lémures destacan dentro de los primates porque tienen un olfato más desarrollado y utilizan señales odoríferas, por ejemplo, los machos marcan su territorio con secreciones glandulares. Cuando es la época del celo, los lémures macho se perfuman la cola utilizando las secreciones de las glándulas que tienen en las muñecas de las manos, que contienen elementos volátiles (con aldehídos de cadena larga), con un olor que recuerda a la fruta, como la pera. Entonces mueven la cola y perfuman el ambiente, atrayendo a las hembras. Los investigadores han intentado analizar la composición de estas secreciones mediante técnicas muy esmeradas, como la cromatografía de gases, e identifican, dentro de muchos compuestos diferentes, hasta 4 productos que se encuentran en la época de celo y no están presentes, o están de forma muy disminuida, en épocas no reproductivas. De estos productos, tres tienen lugar cuando hay un incremento de producción de testosterona asociada a los machos en celo. Y si impregna algodón con estos tres únicos productos, las hembras se sienten atraídas y rodean este material oloroso. Los autores creen que han identificado, por primera vez, feromonas de primate.

Nosotros también somos primates. Y seguro que alguna vez habéis oído hablar de feromonas, hablando de atracción sexual o, incluso, para ciertos perfumes. Lo cierto es que, con certeza y de forma fehaciente, no hemos aislado todavía feromonas sexuales humanas, aunque hay algunos compuestos que lo postulan. ¿Dónde se encuentran estos compuestos? Se cree que el sudor, en particular el sudor axilar de los humanos, contiene compuestos que son feromonas. Es evidente que el olor corporal de los humanos cambia según la higiene, pero independientemente de la higiene, se intensifica mucho a partir de la madurez sexual.

Curiosamente, algunas de las tradiciones populares de cortejo, han eco específico de ello. En la época de Isabel I de Inglaterra y en algunas zonas de Austria, las chicas casaderas cogían trozos de manzana que se ponían debajo el sobaco para que se impregnaran de su olor a sudor. Cuando encontraban a un potencial chico, le daban el trozo de manzana. No he averiguado si era sólo para olfatear, o también para comer. En los Balcanes, en las fiestas mayores (ocasiones en que la juventud sale del ámbito familiar y puede conocer pareja) era costumbre hacer bailes muy enérgicos, en los que los chicos se secaban el sudor con pañuelos, que después movían ante las chicas, quienes podían percibir claramente el olor corporal, en un ritual de cortejo ancestral. Dentro de los componentes del sudor humano hay androstadienona y androstenol (son compuestos esteroidales, similares entre ellos y derivados de las hormonas masculinas), pero su concentración es muy baja, por lo cual muchos estudiosos creen que no habría un aroma única de feromona humana, es decir, no se trataría de un único compuesto, sino que el sudor en su conjunto, sería como una especie de "mezcla feromónica".

La androstadienona, el androstenol y otros compuestos relacionados no son exclusivos de los humanos, sino que también se encuentren en otros organismos. Por ejemplo, algunos son componentes de feromonas de cerdos. El androstenona y un derivado, el escatol, se acumula en la grasa de la carne de los cerdos macho y le dan a la carne un sabor que nos es desagradable. Por otra parte, el androstenol es uno de los componentes del olor de la trufa, probablemente lo que determina que los cerdos y los jabalíes, que son animales con un olfato especialmente fino, se sientan abducidos por el olor de las trufas. Por eso, se pueden utilizar para encontrar trufas, aunque estén enterradas. El problema es que en su locura de excitación se las acaben comiendo o estropeando, cosa que pasa a menudo y, por eso, muchos recolectores de trufas prefieren utilizar perros entrenados para encontrar trufas.

De hecho, cada especie utiliza varios compuestos, feromonas, para atraer el sexo contrario. Por ejemplo, el ratón y otros roedores utilizan la orina para atraer a las hembras. En este caso, los investigadores no buscaron compuestos volátiles (como alcoholes o aldehídos), sino que querían identificar proteínas. El compuesto aislado que atraía indefectiblemente a los ratones hembra fue denominado darcina, como a homenaje a Jane Austin (en la novela Pride and Prejudice, Mr. Darcey es el personaje masculino principal). Ya veis que los científicos también tenemos sentido del humor.

Dado que los humanos somos mamíferos relativamente anósmicos, y que el deseo sexual en humanos es mucho más complejo que lo que nos dice el olor, yo no buscaría especialmente perfumes con fragancia feromónica, a pesar de que muchos perfumes masculinos las añaden. Pensad que el almizcle concentrado emana un hedor insoportable para la mayoría de los humanos...