En vacaciones, tenemos la oportunidad de ver a familia que hace tiempo que no vemos. Muchos de nosotros tenemos nuevas adiciones en la familia, y vemos a los chiquillos jugar y moverse sin descanso. "¡Parece que tenga un motor dentro! No se cansan nunca", oímos que se exclaman los abuelos y abuelas. Eso sí, llega un punto en el que talmente parece que hayan tocado un interruptor, porque cuando acaba el día caen rendidos. ¿Hay una razón científica que explique esta inalcanzable actividad que observamos en los niños pequeños, particularmente, entre el año y los cinco años? Pues la verdad es que sí, los niños tienen un metabolismo diferente que el de los adultos.

Cuando hablamos de metabolismo, hablamos de más cuestiones que sólo cuánta energía obtenemos de los alimentos que comemos. Los alimentos tienen que ser procesados dentro del cuerpo y reducidos a elementos que sean usables para nuestras células, tenemos que sintetizar nuestras propias proteínas y otras moléculas con función fisiológica (como membranas, neurotransmisores, hormonas...), modificarlas si procede, reciclarlas y degradarlas. Dentro de nuestro organismo, todo este ciclo de materia que se hace (anabolismo) y se deshace (catabolismo) necesita energía, que también se obtiene de los alimentos. Y además, tenemos que tener en cuenta que tenemos que mantener caliente nuestro cuerpo dentro del rango vital, y también enfriarlo cuando hace falta, sudando. Tampoco podemos olvidar que mantenemos una cierta actividad física y, aunque no seamos deportistas, nuestros músculos se contraen y nos permiten movernos. Resumiendo, además del gasto energético basal de mantenimiento del cuerpo, tenemos un gasto energético de la actividad física que hacemos. Por último, aunque no pensamos demasiado en ello, nuestro cerebro también tiene elevados requerimientos metabólicos. Mantener en buen estado nuestras neuronas y hacerlas trabajar (cuando estudiamos, nos concentramos, pensamos) consume una elevada cantidad de energía. El sistema nervioso central y neurosensorial tiene un gasto energético elevado. Todo lo que os acabo de comentar forma parte de nuestro metabolismo.

¿Cómo estudiamos el gasto energético necesario para el metabolismo de nuestro cuerpo? Los científicos estamos acostumbrados a estudiar el metabolismo y la bioquímica de los animales de laboratorio, como ratas y ratones. Es fácil controlar cuál es el gasto energético diario porque podemos calcular exactamente cuánta comida se da a los animales (recordad que están dentro de jaulas), y medir cuál es la producción de calor y de dióxido de carbono (CO2), que nos permiten inferir de forma indirecta el gasto energético del animal. Pero los humanos no vivimos enjaulados y no tenemos medidores de calor ni de CO2 pegados a nuestro cuerpo y, por lo tanto, el estudio del gasto metabólico en humanos es difícil. El modo más preciso para hacerlo es dar de beber agua doblemente marcada con isótopos pesados de oxígeno e hidrógeno a las personas que se quiere estudiar. De forma natural, podemos encontrar trazas de isótopos de oxígeno y deuterio (hidrógeno pesado) que son estables, no radiactivos, ya que sus átomos tienen algún neutrón de más, por eso pesan más. Para hacer estos experimentos, hay que generar agua pesada con mayor cantidad para darla a beber a las personas durante una semana. No tiene ningún efecto secundario, pero nos permite saber exactamente cuánta agua pesada le damos al día, cuánto deuterio y oxígeno pesado sale en la orina, excremento y saliva, y por lo tanto cuánto oxígeno se ha eliminado en forma de dióxido de carbono. Estos estudios siempre se hacen teniendo en cuenta el peso del cuerpo sin grasa (lo que se llama masa corporal magra). Estos experimentos son costosos de hacer, y siempre se hacen con grupos pequeños de personas. Pero un grupo muy grande de investigadores han compartido, en un gran ejercicio colaborativo, todos los datos que han obtenido a lo largo de muchos años y ensayos, de forma que han podido evaluar de manera muy precisa cuál es el gasto energético de 6.241 humanos, hombres y mujeres (64% de mujeres), desde recién nacidos (8 días) hasta adultos de 95 años, de 29 países del mundo. Es el estudio más completo hecho nunca de gasto energético humano, acabado de publicar en la revista Science, y los resultados son inesperados, o quizás no lo son tanto.

Las personas mayores no tienen que comer igual ni las mismas cantidades que un adulto. Hay que revisar las pautas nutricionales y de dietética con estos nuevos datos

Los investigadores han determinado que, a diferencia de otros organismos, la especie humana pasa por cuatro fases metabólicas muy diferentes, relacionadas con la edad. Cuando se estudian bebés recién nacidos, a las primeras semanas estos todavía presentan un gasto metabólico igual al de la madre (adulta), pero ya en el primer mes de vida todo cambia y entramos en una primera fase vital definida de gasto energético. Entre el primer mes y los quince meses de vida hay un incremento metabólico intensísimo, del 50% sobre el gasto energético de un adulto (valores siempre corregidos por el peso de la masa corporal magra). Son verdaderos motores que gastan energía. Si no supiéramos cómo se ha hecho el experimento ni de quién son los datos, incluso podríamos llegar a pensar que son de otra especie, ya que fisiológicamente tienen unos grandes requerimientos energéticos. ¿Por qué? Pues porque coincide con el tiempo de desarrollo y madurez del cerebro (con la formación de conexiones neuronales, todo con mucho requerimiento energético, hasta el 43% de toda la energía es consumida por el cerebro de los niños) y de otros órganos (como el hígado). Estos requerimientos de energía basal bajan ligeramente hasta los 5 años de vida, pero como entre el primer año y los 5 años incrementa mucho la actividad física de los niños, el global de gasto energético sigue siendo altísimo, el más alto de todo el periodo vital humano.

Imagen extraída de Rhoads and Anderson

Gráfico que representa las cuatro etapas de gasto metabólico diferenciado de la vida humana, con puntos de inflexión, aproximadamente, a los 5, 20 y a los 60 años. Fijaos en el incremento medio de adiposidad y también la incidencia en el tramo final de enfermedades crónicas asociadas al envejecimiento. (Imagen extraída de Rhoads and Anderson, doi: 10.1126/science.abj9797, comentando los resultados del artículo de Pontzer, et al doi: 10.1126/science.abe5017)

Como se ve en el gráfico que os adjunto, entre los 5 años hasta los 20, llegamos a la segunda fase energética vital, en la cual poco a poco bajamos de los altísimos requerimientos energéticos de los bebés y niños hasta llegar a los valores adultos. La adolescencia no implica nada, no hay más gasto que el que le corresponde dentro de esta suave bajada hasta los valores metabólicos de los adultos. En esta fase se pone de manifiesto que hay más gasto energético en hombres que en mujeres si miramos por el peso corporal, pero si corregimos por masa corporal magra, los valores son similares (las mujeres, fisiológicamente, tenemos un porcentaje de grasa superior a los hombres, y el tejido adiposo no presenta un metabolismo tan alto como el de otros tejidos). La tercera fase de la vida es la etapa adulta, entre los 20 y los 60 años, donde hay un plateau de tasa de gasto energético relativamente constante por kilogramo de peso corporal magro. No hay diferencias en las mujeres embarazadas, por ejemplo, ya que también incrementa su peso, y porcentualmente, se mantiene el gasto de energía. Aunque en este periodo hay situaciones de estrés o de cambios hormonales, como la menopausia (que cambian el hambre y la distribución de grasa en el cuerpo), no cambia la tasa metabólica corporal. Hasta que llegamos a la cuarta fase, más allá de los 60 años, que coincide con los cambios asociados a la edad, en la que de forma progresivamente decreciente las personas mayores van disminuyendo su gasto energético, hasta un 26% menos de la de los adultos, al mismo tiempo que incrementa la incidencia de enfermedades crónicas. También este menor gasto energético puede acentuar una cierta obesidad en algunos casos.

Fijaos en que estos resultados nos muestran necesidades y requerimientos metabólicos diferenciados en los humanos, según la edad (después de ser corregidos por otros factores, como porcentaje de tejido adiposo, sexo, costumbres y actividades, etc.). Los bebés durante el primer año de vida necesitan mucha energía y alimento equilibrado, ya que tienen un altísimo requerimiento energético para construir y madurar los órganos vitales del cuerpo. Y estos altos requerimientos se mantienen hasta los 5 años. Eso hace que la malnutrición infantil en muchos países pobres sea más grave de lo que se creía. También hay que destacar que los requerimientos metabólicos en las personas mayores son muy diferentes de los del adulto. Quizás porque se pierde masa en muchos órganos importantes (hígado, riñón, cerebro van perdiendo masa y al mismo tiempo desarrollando problemas metabólicos). Por lo tanto, las personas mayores no tienen que comer igual ni las mismas cantidades que un adulto. Por otra parte, las necesidades de dosis y la efectividad de los medicamentos variarán mucho en estas dos franjas de edad extremas, porque su metabolismo es muy diferente del de un adulto. Hay que revisar las pautas nutricionales y de dietética con los nuevos datos. Así que ya veis qué resultados más interesantes.

¡Ahora ya sabéis a ciencia cierta que los niños tienen un verdadero motor metabólico dentro!