Si quieres vencer a un enemigo, no te basta con disponer de un notable ejército, necesitas conocerlo muy bien, tener espías infiltrados y exploradores. Tienes que saber cuáles son sus puntos fuertes, cuáles los débiles y con qué fuerzas cuentas. Estrategia. Los organismos vivos están en contacto constante con parásitos de todo tipo, bacterias, virus y hongos. Para defendernos de su invasión tenemos diferentes niveles de defensa, barreras estructurales como la piel, una verdadera muralla, pero también tenemos que tener otros mecanismos específicos porque tenemos múltiples orificios por los cuales pueden penetrar. El sistema inmunitario de los mamíferos es un ejemplo de un sistema complejo que tiene que estar muy regulado a múltiples niveles para identificar a los agentes infectivos y eliminarlos o neutralizarlos antes de que la infección comprometa nuestra existencia. Todos somos conscientes de que sin defensas es fácil que nos tumbe una gripe, un resfriado o se nos infecte una herida de forma recurrente. Con la pandemia de la Covid-19 somos quizás todavía más conscientes de todo ello, también los científicos.

Que los humanos somos susceptibles a las infecciones y podemos ser infectados por vectores infectivos (como mosquitos) o, una vez infectados, ser nosotros mismos los transmisores y provocar una epidemia, también lo sabemos. Las pandemias ya no son tan frecuentes, aunque las tememos. Tenemos numerosos ejemplos históricos, tanto de pandemias de virus (como la gripe de 1918) como de bacterias (la peste bubónica), que han causado millones y millones de muertes en diferentes épocas. Actualmente, hay una serie de enfermedades infecciosas nuevas y otras reemergentes, como nos lo recuerda en un excelente artículo el Dr. Anthony Fauci, el director del Centro de Control de Enfermedades Infecciosas (CDC) de los Estados Unidos, uno de los más reputados epidemiólogos mundiales, pero que es también conocido entre nosotros por el montón de veces que tuvo que morderse la lengua mientras acompañaba al presidente Trump en sus diatribas, un presidente que lo apartó del control de la pandemia porque no le reía las gracias.

La inmunología, la ciencia que identifica y analiza los diferentes mecanismos que nuestro sistema inmunitario despliega para hacer frente a las infecciones potenciales, es crucial para comprender cómo estimularlo y, así, desarrollar nuevas vacunas y medicamentos efectivos. Por eso, diferentes avances que se han ido haciendo en esta disciplina científica han merecido una decena de Premios Nobel, y también por eso no me sorprende que se haya publicado en Science una magnífica revisión sobre el sistema inmunitario, que propone que la inmunología ya es mayor de edad y que necesita estudiarse directamente en humanos, ya que cada organismo presenta diferencias. Si conocemos bien nuestro ejército y las sutiles correas de transmisión de información y de control, las células que intervienen, cómo se activan e inactivan, cómo se llaman y reclutan las unas a las otras, si conocemos cómo hacemos anticuerpos, citocinas (moléculas que funcionan como interruptores), por las que se despierta una respuesta inflamatoria, y podremos entender también cómo el sistema inmunitario se puede descontrolar y atacar nuestro cuerpo, desarrollando una serie de enfermedades autoinmunes, podemos ponerle arreglo de forma específica y precisa.

Conocer bien nuestras defensas y cómo responden a la infección vírica, y conocer bien las particularidades del virus. Eso es lo que nos permitirá enfrentarnos a la Covid-19

Quizás por esta razón han sido noticia relevante los dos artículos que acaban de ser publicados en Science, exponiendo algunas de las causas por las que los humanos reaccionamos de manera tan diferente a la infección por el Sars-Cov-2, desde totalmente asintomáticos a poder morir de complicaciones respiratorias y multiorgánicas. Gracias a la solidaridad de muchos pacientes y familias, de más de 50 hospitales por todo el mundo, se recogieron muestras para analizar a los pacientes de Covid-19 que presentaban una respuesta más exacerbada y complicaciones graves y compararlos con los que salían adelante sin demasiadas complicaciones. Estos análisis no explican toda la variabilidad, pero por primera vez han podido ofrecer una explicación clara de estas diferencias: una respuesta errónea o ausente de uno de los mecanismos del sistema inmunitario para luchar contra las infecciones explica conjuntamente casi un 15% de estos pacientes. Cuando tenemos una infección vírica, nuestro cuerpo activa una serie de genes, que producen interferones, proteínas que orquestan una respuesta coordinada de defensa. Pues bien, hasta un 3,5% de los pacientes muy graves han heredado mutaciones de pérdida de función en diferentes genes de la vía de los interferones, por lo cual, no pueden controlar la infección vírica; mientras que un 10% de los pacientes tienen inactivada esta vía de forma secundaria porque tienen autoanticuerpos que destruyen algunos tipos de interferones. Es decir, tienen una enfermedad autoinmune que destruye sus defensas naturales contra el virus. En este último grupo, el 95% de los pacientes graves son hombres, lo cual explicaría que haya más mortalidad masculina entre los infectados de Covid-19.

Fijémonos en que estos resultados nos abren una ventana de acción terapéutica muy diferente para los dos tipos de pacientes. Mientras que a los que tienen mutaciones inactivadoras se les puede suministrar interferón para incrementar sus defensas hacia el virus, no se le puede dar a los que presentan autoanticuerpos, ya que la respuesta sería inútil o incluso contraproducente. Con un análisis genético y de anticuerpos se puede indicar cuál será la acción antiviral más efectiva. Si podemos identificar la causa de la gravedad de la enfermedad en los otros pacientes que quedan, podemos ir definiendo vías de acción preventivas antes de que surjan las complicaciones.

Hay que conocer bien al enemigo. También encontrar sus debilidades. Una de las estrategias que podrían ser efectivas contra el Sars-Cov-2 se basa en el uso de "trampas" moleculares. Para entrar en las células del cuerpo, las espículas exteriores del Sars-Cov-2 tienen que reconocer y unirse a un receptor llamado ACE2, como una llave encaja en una cerradura. ¿Qué pasaría si inundáramos el cuerpo de "cerraduras" falsas? Pues que al virus le costará mucho encontrar la "cerradura" real que le permite entrar en la célula con el fin de infectarla. Eso es lo que ha hecho un grupo austríaco, suministrando mucha cantidad de proteína ACE2 soluble, de forma que los virus se unen y quedan inactivados. Los resultados en una paciente que estaba muy grave son muy prometedores, ya que se ha detenido la infección respiratoria grave y la afectación de más órganos. Esta estrategia de usar una trampa para engañar este coronavirus serviría en estadios muy iniciales, para evitar la infección, o bien una vez infectado, para evitar la infección en otros tejidos y órganos vía sanguínea. Seguiremos atentos para ver su desarrollo como medicamento.

Conocer bien nuestras defensas y cómo responden a la infección vírica, y conocer bien las particularidades del virus. Eso es lo que nos permitirá desarrollar vacunas y medicamentos efectivos para enfrentarnos a la Covid-19.