Hay memorias e instantes que se nos quedan grabados en la memoria y no sabemos exactamente por qué. Puedo recordar perfectamente aquellas horas "de patio" en el instituto en las que, indolentemente y sin movernos de clase, hacíamos lo que los adolescentes hacen cuando pueden, socializar. En mi época, socializar quería decir charlar con las amigas, fumando (sí, soy de una época donde en clase desdichadamente siempre había una especie de neblina "inefable" que no nos dejaba ver del todo la pizarra), escuchando música y charlando despreocupadamente de nuestros temas que, ahora vistos en perspectiva, me hacen sonreír con una cierta ternura melancólica. Recuerdo perfectamente cuando en segundo de BUP (ahora hacen la elección todavía más jóvenes, no sé en absoluto cómo) nos pidieron que nos definiéramos: ¿queríamos hacer ciencias o queríamos hacer letras? Se suponía que si escogías ciencias, quería decir que tenías una mente cartesiana, ordenada y que se te daban bien "los números" (es decir, las mates y la física) y eras más de resolver problemas y preguntas tipo test. Si escogías letras, en teoría, eras más de aprendizaje memorístico, amante de las artes y el verbo fácil, y te gustaba hacer comentarios de texto. Y si no lo veías claro del todo, siempre te quedaba una posición intermedia y cursar ciencias sociales, un poco de cada, sin mojarte.

Recuerdo como odié esta dicotomía. ¿Por qué me obligaban a decidir? Tenía 16 años, pero todavía no sabía nada del mundo. Todo me gustaba. Todo era igualmente atractivo. Salvando las distancias, me sentí como la protagonista de la zaga Divergente, Tris Prior, a quien todas las facciones le parecen igualmente buenas y no la pueden encasillar, aunque ella finalmente tiene que escoger para poder sobrevivir. Pues bien, mucha gente a mi alrededor parecía tenerlo claro, aunque yo no debí ser la única con cierta desazón: una de mis amigas estudió ciencias puras en bachillerato, para finalmente decantarse, cuando eso todavía era posible, por estudiar Filología (y Biblioteconomía al mismo tiempo). Y tengo que decir que con mucho éxito. Pero, en general, o eras de ciencias, o eras de letras. Y aunque al inicio no había diferencias, poco a poco, con los años me he dado cuenta de que "ser" de unas o de las otras significa alguna cosa. Implica que te entrenan mentalmente para enfrentarte a preguntas y problemas de una determinada manera; te enseñan cómo tienes que enfocar las cuestiones (sean cuales sean), y te dan determinados recursos para diseccionar los problemas. Según yo lo interpreto, la elección que haces, si es libre, tiene que ver con lo que te es más fácil mentalmente; escoges lo que le pega a tu talante.

Los humanos no somos diamantes de una única faceta. Quizás no es tan raro ser un poco de ciencias y un poco de letras

Pero lo que pasa muy frecuentemente es que los humanos no somos diamantes de una única faceta. Nos gustan varias disciplinas, y acabamos escogiendo cuál queremos pulir más, pero siempre nos puede quedar la ciencia o la literatura, o el deporte, o la música, el dibujo, el teatro, la astronomía, la arqueología, la mitología... o una combinatoria de muchas artes y conocimientos que nos apasionan también, y los cultivamos de forma secundaria. Pero en nuestro país, desgraciadamente, no puedes cursar licenciaturas o grados interdisciplinarios a medida, a la manera de los Estados Unidos, donde puedes cursar, por ejemplo, una carrera principal (mayor) en física y una de menos dedicación (minor) en literatura creativa. Así que aquí nos acabamos decantando por una opción u otra, muy a menudo cuando todavía somos demasiado jóvenes para entender que, para estar satisfechos con nosotros mismos, tenemos que escoger estudiar aquello que nos apasiona, motiva, y nos supone un reto abordable. Nos tendríamos que preguntar si es bueno tanta especialización tan temprano.

'El Gen. Una historia íntima' es un libro magnífico a caballo entre la divulgación científica y la literatura

Pues bien, toda esta sensación de no saber a qué mundo realmente perteneces me ha venido a la cabeza de la manera más inesperada, sencillamente teniendo un libro fantástico en mis manos que habla de la historia de la genética: El gen. Una historia íntima de Siddharta Mukharjee. Ciertamente, un libro diferente, escrito por un científico del mundo del cáncer muy reconocido. No estoy hablando de divulgación cualquiera, aunque está escrito para todos los públicos; estoy hablando de un científico que hace literatura mientras habla de ciencia. Acaricia cada adjetivo y lo pone en su lugar, como un pintor hace una pincelada y pone color a su cuadro. Une las palabras con ritmo y un tempo propios, como si fuera un músico componente su pieza. Y, sorprendentemente, toca las cuerdas de esas emociones que a menudo tenemos escondidas. Pero lo hace exponiendo su visión personal sobre la historia de la genética. Un placer intelectual, estético y emocional. Os puedo asegurar que la versión en catalán es magnífica, porque la traducción respeta todos y cada uno de estos recursos literarios hasta dejarnos, en muchos puntos, los ojos mojados. Y lo puedo decir sin sonrojarme porque yo no lo he traducido, a pesar de que sí que he hecho la revisión científica y he comparado, lado a lado, el original y la traducción. No es de extrañar, pues, que me quedara encantada escuchando este martes al autor en persona en una entrevista muy bien preparada en La Pedrera (las ha concedido a diferentes medios y sitios).

La matemática, la ciencia y la tecnología son bienes universales de los humanos, como lo son la literatura, la música y el arte

Y, entonces, yo me pregunto: tampoco tiene que ser tan raro, ser un poco-mucho de ciencias y un poco-mucho de letras. Quizás no tendríamos que suponer que los que estudian letras son ineptos para las matemáticas, ponemos por caso, ni asumir que los de ciencias no saben escribir un texto bien hilado y argumentado que sea al mismo tiempo placentero, racional y emocional. Por otra parte y, llegados a este punto, también me gustaría hacer notar que los científicos no tenemos muy buena prensa, de manera genérica. Sólo hay que mirar el imaginario social para ver que nos pintan con el pelo alborotado y como locos con bata blanca, a punto de hacer estallar el mundo o generar un nuevo virus que arrase la humanidad... y muy pocos de nosotros podemos decir los nombres de tres científicos sin pensarlo demasiado. Parece como si la ciencia no fuera por el mismo camino que la sociedad. Ser científico no es popular, no es guay.

Y aquí sí que me viene a la cabeza, directo, un artículo publicado en el The Guardian y escrito por Venki Ramakrishnan, presidente de la Royal Society del Reino Unido (quien, por cierto, tiene el Premio Nobel de Química del año 2009, a pesar de ser un físico reconvertido a biólogo; su retrato autobiográfico es muy recomendable). En este escrito explica cómo la gente lo deja de lado en un acto social cuando dice que es científico. Los interlocutores se disculpan diciendo que lo que hacen los científicos es muy interesante, pero admiten que de ciencia no saben una pizca cambiándole el tema de conversación hacia el último best-seller, o la última película. Y se quedan tan anchos. Decir que no sabes nada de ciencia sale gratis en nuestra "culturitzada" sociedad occidental. Él contra-argumenta: qué es que lo que dirían los mismos interlocutores si él admitiera que no tiene ni idea de literatura o de historia. Lo considerarían un inculto. Pues bien, aquí es donde fracasamos como sociedad. La matemática, la ciencia y la tecnología son bienes universales y suponen grandes hitos del ser humano, tanto o más que cualquier otra manifestación de nuestra mente, tanto como pueden serlo la música, la literatura o el arte.

En un mundo de información global, tener una buena base en ciencias y letras nos empoderaría como sociedad

Y lo que me deja perpleja es que este comportamiento es común en todas partes. Lo escuchas en la calle, lo escuchas en la tele y lo escuchas en la radio. A nadie le importa admitir en público en voz alta que no sabe nada de ciencia. Pero igual que todos tendríamos que saber una pizca de historia y de lingüística, todos tendríamos que tener ciertos conocimientos científicos. Porque si no, pasa lo que pasa, que cualquier charlatán viene, y medio mundo se lo cree, diga medias verdades, medias mentiras o falsedades absolutas, sea contra las vacunas o a favor de la homeopatía. O te plantifiquen, venga va, que el creacionismo es una teoría científica. Y lo más grave es que no tenemos criterio, como sociedad, para rebatirlo.

Y en este mundo en que vivimos, donde la información nos engloba y nos ahoga, es donde tenemos que tener más herramientas básicas, más conocimientos en lengua y matemáticas, menos barreras entre las ciencias y las letras. Quizás tendríamos tantos científicos escritores como lingüistas matemáticos, sin embargo, sobre todo, lo que es más importante, empoderaríamos a nuestra sociedad para, como sociedad informada y con criterio, decidir nuestro futuro.