Esta semana de junio, se celebra la Bienal Ciudad y Ciencia en Barcelona. Más allá de sol, playa y gastronomía, Barcelona apuesta por ser una ciudad de cultura y, también, de ciencia abierta a la ciudadanía. Muchas universidades y centros de investigación, grupos grandes y otros más pequeños y jóvenes, abrimos las puertas para mostrar una cata de la investigación que se hace en casa, como hace poco lo hicimos en la Fiesta de la Ciencia de la UB.

Esta semana he tenido el privilegio de participar como moderadora en un diálogo sobre la ciencia de la desigualdad, con dos grandes científicos que, cada uno desde su área científica, tienen visiones complementarias: el economista Sam Bowles (con participación virtual desde California) y un reconocido paleogenetista, Carles Lalueza-Fox (Instituto de Biología Evolutiva). ¿De qué hablamos? De las desigualdades sociales y su origen (aquí podéis reproducir este interesante diálogo). La ciencia de la desigualdad intenta estudiar las causas, identificar y medir los síntomas, categorizando las diferencias.

Si lo miramos como un colectivo, nuestra sociedad es producto de nuestro pasado histórico. Los humanos modernos han pasado de vivir en pequeños grupos de cazadores recolectores hace decenas de miles de años a vivir en asentamientos y poblaciones cada vez más grandes. Hemos pasado de pueblos a ciudades, de naciones a imperios y, después de varias revoluciones, como la neolítica, la industrial, la sanitaria... nos parece que nuestra sociedad es cada vez más desigual. ¿Podemos medir científicamente esta desigualdad? Una visión convencional indicaría que la evolución social nos llevaría indefectiblemente a ser insolidarios y a sociedades desiguales porque los humanos necesitamos incentivos para ser cada vez más productivos, y a ser más poderosos mediante la acumulación de riquezas. ¿Pero es eso realmente así? En este debate, Sam Bowles discutió esta visión, ya que él no cree que los humanos seamos naturalmente insolidarios. Según su investigación sobre la economía de las sociedades antiguas, las sociedades humanas eran inicialmente muy dependientes del trabajo manual y había grandes extensiones de terreno por el tamaño de la población que dependía de ellas, por lo tanto, no podía haber mucha desigualdad entre personas en lo referente a riquezas acumuladas. Eso cambió cuando el humano empezó a desarrollar herramientas más precisas y más eficientes, y domesticó a animales para hacer el trabajo del campo o tuvo rebaños. A partir de aquel momento, existieron posesiones —ya fueran bueyes, carros, tierra, casas, armas, herramientas, joyas— que se podían dejar como herencia y pasar de padres a hijos. Los ricos necesitaban el trabajo manual de otros humanos, criados o esclavos, que también eran posesiones y podían ser "heredados". A partir que los humanos acumularon riquezas y las podían traspasar, como herencia, haciendo más ricos a sus descendientes, la sociedad empezó a ser más desigual.

Hemos pasado de pueblos a ciudades, de naciones a imperios y, después de varias revoluciones, como la neolítica, la industrial, la sanitaria... nos parece que nuestra sociedad es cada vez más desigual. ¿Podemos medir científicamente esta desigualdad?

Actualmente, las sociedades que dependen y valoran más el conocimiento son un poco más igualitarias, porque el conocimiento no se hereda igual que la riqueza. Se puede calcular un coeficiente de desigualdad de las sociedades, ya que no todas son iguales en su desigualdad. Nos podemos preguntar si hemos aprendido alguna cosa de las sociedades desiguales de nuestro pasado y presente. ¿Cómo será nuestro futuro, ahora que se empieza a ver la inteligencia artificial y el uso de robots para simplificar y acelerar muchas tareas? ¿Usaremos los robots como posesiones que pueden ser heredables? ¿O los usaremos en beneficio de todos para que haya una redistribución mayor de la riqueza? Dependiendo de cómo encaramos el futuro, si no utilizamos el aprendizaje de nuestro pasado, nuestra sociedad puede llegar a ser más desigual todavía. Según Bowles, ahora estamos en un punto de inflexión, y los que tienen más riqueza y ostentan el poder en la sombra no querrán perder su estatus económico preferente y preponderante. Sin embargo, como sociedad podemos intentar cambiar hacia un futuro que no se base en una desigualdad cada vez más omnipresente y asfixiante.

Por otra parte, nosotros tenemos dentro el resumen abreviado de la historia de nuestros antepasados. La desigualdad se puede detectar en nuestro DNA. Podemos detectar migraciones, grandes epidemias y diferencias del poder económico o militar entre diferentes poblaciones. Nuestro genoma es 50% de nuestro padre y 50% de nuestra madre, y ellos lo heredaron de sus padres, y así, sucesivamente. Nuestro ADN es un puzzle de fragmentos de nuestros antepasados, más allá de la nebulosa de los tiempos. Como las técnicas de secuenciación masiva han avanzado tanto y se puede extraer ADN de restos humanos muy antiguos, podemos comparar el ADN de los ciudadanos actuales de un país y compararlo con los que vivían allí hace miles de años y que encontramos en túmulos mortuorios y tumbas. Si encontramos restos humanos de diferentes épocas históricas en un lugar geográfico próximo, podemos comparar si son próximos o lejanos genéticamente, es decir, si están emparentados directamente. Si encontramos tumbas comunes o un cementerio, podemos estudiar sus relaciones familiares y qué grado de parentesco compartían. Encontramos padres, hijos y nietos enterrados en la misma tumba, con armas, joyas y utensilios que muestran su riqueza personal, al lado de otros restos humanos sin ornamentos. La huella histórica de la desigualdad económica en la antigüedad se refleja en la composición genética (tanto de los restos identificados, como la de los humanos actuales), y permite inferir qué poblaciones han ostentado el poder social y han conquistado estatus, y cuáles han sido eliminadas o se han tenido que mezclar.

Actualmente, las sociedades que dependen y valoran más el conocimiento son un poco más igualitarias, porque el conocimiento no se hereda igual que la riqueza

La paleogenética, como nos explicó Lalueza-Fox, complementa la arqueología y la historia allí donde no hay huella escrita. Así, se puede demostrar que el advenimiento del neolítico en Europa fue producido por el movimiento de personas, una migración desde Oriente Medio entrando por Anatolia, que fue ocupando Europa y empujando hacia el norte a los cazadores recolectores que vivían allí. Comparando el ADN de los restos que encontramos de asentamientos de hace unos 6.000 años, es evidente que esta migración invadió y substituyó genéticamente el ADN de los cazadores-recolectores, de los cuales sólo encontramos un porcentaje residual en los humanos actuales en la zona de Polonia, países escandinavos y bálticos, mientras que en el centro de Europa y en el Mediterráneo, casi no encontramos restos. De igual forma, hace unos 5.000-4.500 años, los yamnaya, un pueblo estepario originario de la zona actual de Rusia y Mongolia que domesticó a los caballos y era nómada, llegó a Europa y arrasó literalmente pueblos enteros, ocupando las tierras. Seguramente, trajeron con ellos las lenguas indoeuropeas, origen de nuestra lengua. Eran hombres guerreros, llegaron y se quedaron, pero cruzándose con las mujeres locales. Por ejemplo, en la península Ibérica, el cromosoma Y de los hombres que vivían allí previamente fue substituido por estos nuevos cromosomas Y de los yamnaya. Seguramente eran la casta dominante, tenían más poder y podían tener más mujeres. Eso se observa tanto en las tumbas de esta época, en la que el genoma de los hombres tiene un porcentaje mayor de DNA de origen yamnaya mientras que el de las mujeres es local y similar al de épocas anteriores, como en los cromosomas Y que han llegado hasta los hombres de la población española actual.

Las costumbres sociales de matrimonios también se pueden inferir por el DNA de las personas enterradas. En muchas tumbas del centro de Europa, podemos encontrar restos humanos de varias generaciones de la misma familia. Curiosamente, la relación principal es patrilineal, es decir, muchos restos corresponden a descendientes de los hombres de la misma familia, pero las mujeres enterradas no tienen relación directa, son forasteras. Encontramos los restos de las madres de los hijos varones, pero no encontramos los restos de las hijas y hermanas. Como os expliqué en otro artículo, las mujeres muy probablemente servirían como "moneda" de intercambio, o para tejer alianzas entre poblaciones lejanas. Esta costumbre permitía importar nuevos conocimientos de culturas diferentes, enriqueciendo a la población receptora, pero debió dejar sin raíces emocionales y culturales a la mayoría de mujeres. Una señal de desigualdad y discriminación de género. También se habló del Nuevo Mundo, de la colonización de América por los colonos europeos y la esclavitud de africanos. La huella de la desigualdad de estos inicios turbulentos en la composición genética de las poblaciones actuales de afroamericanos y criollos muestran que un porcentaje relativamente elevado es europeo. En este caso, la composición genética de la población es un reflejo del efecto de la discriminación racial y la desigualdad inicial.

No me digáis que toda esta temática no es fascinante. Creo que todos los que estábamos nos quedamos con ganas de más. Yo sólo os hago una cata de lo mucho que tienen que decir las diferentes disciplinas científicas sobre la desigualdad de nuestras sociedades y cómo podemos estudiarla utilizando enfoques tan complementarios, como los de la economía o la genética.