El 15 de septiembre el Consejo de Ministros acordó intervenir las cuentas de la Generalitat después de que el vicepresident y conseller d’Economia, Oriol Junqueras, se negase a remitir informes semanales sobre sus facturas tal y como le había exigido Montoro. Esa orden se dio para evitar que el Govern gastase dinero público en la organización del referéndum del 1 de octubre, porque el Tribunal Constitucional lo había prohibido. Al final, como todo el mundo pudo ver, el referéndum tuvo lugar y el Estado solo supo reaccionar con violencia. Los medios de comunicación españoles intentaron esconderlo para ponerse al servicio de esa España autoritaria e inflamada por un nacionalismo excluyente y esencialista que protege la unidad territorial a porrazos con el beneplácito de las izquierdas. Esa izquierda que es tan cegata que califica de “pseudo-revolución burguesa” lo ocurrido en Cataluña estos años. Los cerdos solo saben engordar con bellotas.

Desde el mes de septiembre, pues, la violencia en Cataluña es patrimonio de la Guardia Civil y la Policía Nacional o bien de la extrema derecha, que aprovecha las manifestaciones unionistas para amedrentar a quienes sospechan que comulgan con los soberanistas. De momento, el fascismo en Cataluña es españolista, lo que debería dar que pensar a los sociólogos. Hasta el momento está claro que no existe un fascismo catalanista. Por lo tanto, la interlocutoria del juez Pablo Llanera es una de los mayores fraudes judiciales de los últimos tiempos. Entra en la lógica de los tribunales españoles, comenzando por la Audiencia Nacional, que es el Guantánamo de España. Fíjense ustedes la rectificación del propio Llanera sobre la euroorden de busca y captura contra el president de la Generalitat y los cuatro consejeros y consejeras. En esa rectificación del juez del TS, que no es ningún santo, se descubre lo dicho sobre la Audiencia Nacional. Espero que ustedes no tengan que defenderse jamás ante una justicia tan arbitraria e injusta.

De momento, el fascismo en Cataluña es españolista, lo que debería dar que pensar a los sociólogos. Hasta el momento está claro que no existe un fascismo catalanista

La escalada españolista contra las instituciones catalanas culminó el día 27 de octubre, cuando el Senado aprobó la aplicación del 155 y destituyó al Govern. Fue el mismo día que se proclamó la República catalana en Barcelona y no se pudo sostener en pie por el temor, fundado, de los independentistas de que el gobierno español estaba dispuesto a lo que fuera para acabar con aquello. Miquel Iceta sabe perfectamente lo que pasó entre el 26 y el 27 de octubre, porque después de mucho trajín y de llamadas telefónicas infructuosas, entró casi sollozando en el despacho del presidente catalán para comunicarle que en Moncloa no estaban dispuestos a negociar nada y que aplicarían el 155 pasase lo que pasase a la mañana siguiente en Barcelona. A los del PSOE el PP les tiene tomada la medida desde hace años, sea cual sea su líder. Luego ponen letra a esa música El País y otras publicaciones que antaño eran de izquierdas.

Tiempo habrá para conocer la verdad de lo que está pasando. De momento, estamos en el inicio de una breve campaña electoral que culminará el próximo 21 de diciembre. Las fuerzas soberanistas están en disposición de recuperar la centralidad, puesto que todas las encuestas —excepto la del CIS, que, por razones obvias, está en manos del Gobierno y distorsiona sus propios datos— dan la mayoría al bloque independentista y republicano catalán. Que Ciudadanos crezca a costa del PP es algo lógico, ya que, aunque Arrimadas no sea un primor, el líder del PP en Cataluña está en el límite de las luces. Berrea en vez de hablar. Pero, aunque Ciudadanos crezca electoralmente, la centralidad seguirá en manos del soberanismo. Pero es que, además, parece ser que la candidatura del president Carles Puigdemont va ganando fuerza incluso frente a ERC, que partía como favorita.

La fórmula para que se haya dado ese espectacular crecimiento es realmente simple. Puigdemont dio un paso adelante cuando un grupo de personas reclamó una lista unitaria y consiguió aunar en una misma lista electoral a gente que se parece mucho a la gente que va a las manifestaciones y llena las carreteras y los aeropuertos de Europa para homenajear, con la reivindicación catalana a cuestas, al Govern legítimo exiliado en Bruselas. Junts per Catalunya es una suerte de lista unitaria para suplir la falta de unidad de los partidos soberanistas. Se constituyó con la presencia de muchos independientes, que son el aire fresco que ahora necesita el independentismo. La movilización ciudadana es el pulmón del soberanismo y Junts per Catalunya quiere ofrecer el oxígeno político y parlamentario que les quitó la violencia callejera españolista y la persecución gubernamental. De confirmarse la victoria de Junts per Catalunya que apuntan las encuestas, en Moncloa se van a quedar helados. De eso se trata.