La extrema derecha ha resurgido en Europa como no lo había hecho desde el periodo de entreguerras del siglo XX. Entre los países más representativos, ya gobierna en Polonia, Hungría e Italia, en solitario o reuniendo los grupos de esta rama; en coalición, gobierna en Suecia y Finlandia. Resisten, hoy por hoy, Francia, España, Portugal, Países Bajos, Bélgica, Austria y Alemania. El panorama no pinta nada bien. El 23-J puede darse un cambio radical en España, a pesar del menosprecio, como si no fuera con todo el mundo, de los irreductibles caviar, en especial de los abstencionistas y de los militantes del voto nulo.

Como de todo se aprende, la extrema derecha, en sus diversas manifestaciones decorativas, ha decidido no ofrecerse como la continuación formal de los fascismos centroeuropeos y mediterráneos que asolaron Europa el siglo pasado. Ahora la extrema derecha no sale a la calle con uniformes ni encuadrados en desfiles bajo signos totalitarios —salvo los siempre folclóricos e ilegalmente protegidos falangistas en España—. Hoy por hoy no tenemos ni esperamos marchas de antorchas ni noches de cristales rotos ni marchas sobre Roma.

Al contrario, presentándose como partidos de orden, utilizan las instituciones en fraude de ley, convirtiendo los mecanismos democráticos de acceso al poder en mecanismos de subversión de las instituciones. Sus herramientas: la mentira sin límite y sin vergüenza, un nacionalismo tronado y excluyente, una delirante xenofobia, una propaganda gratuita facilitada por las fuerzas tradicionalmente reaccionarias gracias a su control de los medios de comunicación y una inestimable colaboración del eterno deep state. En resumen, el manual de Goebbels, pero sin correas ni botas de media caña. Las mentiras del Trío de las Azores por la guerra de Iraq, las mentiras aznarianas del 11-M son un precedente nuestro de lo que sería después la perfección trumpista de los hechos alternativos y, si con eso no fuera poco, negar los hechos reales y atizar las masas y todos los resortes públicos contra la ciudadanía y sus instituciones representativas. En definitiva, crear miedo y presentarse como salvador ante el terrible panorama. Es decir, la pura encarnación del bombero pirómano.

Las distinciones entre populismos, radicalismos, extremismos, autoritarismos, etc. no pasan de ser una pérdida de tiempo para desviar la atención de sus objetivos: desmontar la democracia socioliberal

Ejemplos bien recientes los tenemos en la manipulación del sector ganadero de Castilla y León, lanzada contra las propias instituciones, con el fin de levantar las restricciones de movilidad derivadas de la peste bovina, con el consiguiente peligro más que real para los animales y para las personas. O las manifestaciones, contra las evidencias externas del mismo día, de Feijóo proclamando el estancamiento económico del país. O como las ratas de Sirera en los debates electorales, ratas que parecían, por la disposición de sus manos, casi unos chacales.

Las extremas derechas —da igual dónde pongamos el adjetivo al sustantivo— se defienden cuando son tildadas de fascistas o de nazis, afirmando que no lo son, porque no se presentan externamente como tales. La verdad es, sin embargo, que el hábito no hace al monje. Uno no es fascista/nazi por llevar camisas pardas o azul mahón. Uno lo es por querer aniquilar el sistema democrático que se basa en la igualdad de hombres y mujeres, en los derechos inalienables de las personas, sea cual sea su origen o destino, geográfico, social o vital, en la protección de los más débiles por la garantía de la dignidad humana y de una sociedad basada en la libertad lo más real y efectiva posibles y en la tutela y fomento públicos de derechos básicos, como la educación, la salud o la vivienda. Quien está en contra de eso, y más todavía, si, como las extremas derechas, lo manifiesta sin ningún tipo de vergüenza, se puede calificar de fascista/nazi, sin temor a equivocarse ni a esperar que se encuadre en formaciones paramilitares exterminadoras de los disidentes, quien pretende subvertir la sociedad poniéndola al servicio de unos pocos, que la quieren secuestrar.

Las distinciones, artificialmente generadas muchas veces desde la Academia, como una especie de taxonomía política, entre populismos, radicalismos, extremismos, autoritarismos, etc., no pasan de ser una pérdida de tiempo —quizás buscada— para desviar la atención de lo que integran en verdad sus objetivos: desmontar la democracia socioliberal, desterrando la igualdad, arrinconando las libertades y anulando tanto la crítica como el rendir cuentas.

Esta es la finalidad de la extrema derecha. El resto son decorados de películas históricas.