Uno: el periodismo se hace en la calle y no desde las redacciones de los diarios o las televisiones. Algo tan obvio como sabido, aunque siempre haya quien espere tras la mesa del despacho el chivatazo, la filtración o el documento de turno. Para editores y magnates de la comunicación siempre es más cómodo y más barato que hasta las redacciones lleguen, sin necesidad de tener que enviar a un reportero a la calle, las señales realizadas de los mítines, las notas de prensa y los audios de las declaraciones de los políticos. El periodismo es cada vez menos periodismo porque lo hemos permitido y porque los que llegan al oficio, salvo excepciones, no han tenido el lujo de aprender de sus jefes —generalmente adictos a la burbuja.com— ni cómo se busca una noticia ni lo que cuesta conseguir una exclusiva. Hay algunos a quienes además ni les interesa. ¿Una noticia? Uy qué lío. Deja, deja… No vaya a enfrentarnos con el Gobierno de turno.

Dos: luego está el demonio de la envidia, ese sentimiento de rabia casi siempre tan destructivo por no poder tener lo que otro tiene. Y esto viene a cuento de la publicación de los mensajes que Puigdemont envió a Comín que han sido desvelados en El Programa de Ana Rosa, de Telecinco. A pesar de lo escuchado y lo leído, son un pedazo de exclusiva fruto de la constancia y el oficio de dos reporteros, Luis Navarro y Fernando Hernández, que llevan 100 días en Bruselas porque alguien —en este caso sus jefas, Ana Rosa Quintana y Chelo Montesinos— saben lo que es y lo que cuesta el periodismo, que cuando hay una noticia de alcance y se trata de informar al respetable lo mismo dan dos billetes de avión que el coste de las dietas de 100 días. El periodismo también es esto: no escatimar gastos ni esperar con el trasero sentado en la silla a que te caiga una noticia.

Tres: cuando Puigdemont escribe que ha ganado la Moncloa y que el independentismo le ha sacrificado hablamos del interés general, del procés y del futuro de Catalunya, no de la intimidad ni de la vida privada de nadie. Lo dice la ley y la jurisprudencia, pero siempre hay alguien más papista que el papa que presenta la información desde su cabecera como un conflicto legal entre un político y un programa matinal.

Entre el derecho a la intimidad y la libertad de expresión siempre prevalece el segundo cuando el contenido tiene interés público 

Cuatro: si los SMS de Rajoy con “el Luis sé fuerte. Hacemos lo que podemos” eran materia de interés general y los tribunales desestimaron una querella de Txiqui Benegas contra la Cadena Ser cuando emitió los audios de una conversación telefónica en la que se refería a Felipe González como “el number one” o “Dios”, por qué ese empeño en dudar de la legalidad del trabajo de otros cuando además hay doctrina del Constitucional. Entre el derecho a la intimidad y la libertad de expresión siempre prevalece el segundo cuando el contenido tiene interés público. 

Cinco: como bien ha dicho Antonio García Ferreras, que acostumbra siempre a felicitar los éxitos de otros, lo que ha hecho Luis Navarro no es delito, sino noticia.

Seis: en este oficio del periodismo tan lleno de egos y vanidades, hay mucho celoso incapaz de reconocer el buen trabajo si viene de la competencia y algunos también que dan más pábulo a las presuntas consecuencias judiciales de una exclusiva que a la misma por el simple hecho de que el “scoop” venga de un magazine matinal, y no del selecto club de los informativos que todo lo sabe y todo lo adelanta en rigurosa exclusiva aunque sea la hora que marca el reloj de la Puerta del Sol.

Siete: hablemos claro y punto. Se llama periodismo. Todo lo demás son cuentos chinos o envidias. Malditos demonios nuestros. Van a acabar con un oficio tan castigado por méritos ajenos como propios.

P.D. Y ya que hablamos de claridad, digamos también que si a Rajoy no se le llama Mariano ni a Puigdemont, Carles, a Sáenz de Santamaría no se le debe llamar Soraya. En todo caso basta con un vicepresidenta, pero añadir al cargo el nombre de pila no es un despiste, es una expresión que denota lo que hay detrás de quien la pronuncia. Mal comienzo para el presidente de un Parlament en cuyo máximo órgano de gobierno cuenta con seis hombres y una mujer. Luego queda muy bien eso de la paridad, el empoderamiento y la tolerancia cero contra el machismo.