El “favorito” ha dicho no. Por miedo, por táctica, por los gallegos, por temor a una sobreexposición, por la palabra dada, por su familia o vaya usted a saber por qué. El caso es que hace días que a Alberto Núñez Feijóo se le había puesto cara de Susana Díaz. Vamos, que quería aclamación, pero no votación, como si nada hubiera cambiado en la política y en la forma en que la militancia y los cargos orgánicos exigen participar en las decisiones de la marca que representan. Así que el tren pasó para el presidente de la Xunta, gimoteó, no se subió y con su larga cambiada abrió la espita de una guerra sin cuartel por la sucesión en el PP.

El partido ha entrado literalmente en shock por la espantada del gallego, por su farragoso e improvisado discurso de renuncia y, sobre todo, por el duelo de damas que se avecina. Y es que, sin restar un ápice de legitimidad a los Margallo, Casado, García Hernández o Bayo, el foco está y estará sobre Cospedal y Santamaría. Dos mujeres sobradamente preparadas, pero enemigas íntimas que desde hace años libran indisimuladamente una lucha sin cuartel y hoy por fin se han decidido a medir sus fuerzas en público.

Se odian mutuamente. La diferencia entre ellas no es en absoluto ideológica. Ambas representan la misma derecha. Ambas forman parte del pasado del partido. Ambas han trabajado con y para Rajoy. Y ambas tendrán difícil encarnar el discurso de la regeneración en la medida en que son responsables por acción u omisión de lo ocurrido en el PP de los últimos diez años.

Pero, ahora, sin el CNI, sin padrinos editoriales, sin valedores y sin el boato que les dio el poder orgánico e institucional, tendrán que demostrar su capacidad, cuál de las dos es capaz de volver a ilusionar al partido. Serán las bases, primero, y los compromisarios, después, quienes decidan quién es la mejor para resucitar una marca devastada por la corrupción. Ambas han dado un paso al frente, sabiendo cuáles son sus principales apoyos territoriales y mediáticos. Claro que estos últimos también los tenía Esperanza Aguirre en Madrid mientras gobernó y manejó el presupuesto, y a las 24 horas de abandonar el despacho de la Puerta del Sol ya los había perdido.

La militancia del PP en lo que a democracia interna y consultas se refiere está por testar, y nadie sabe lo que primará o castigará

La fiesta, en todo caso, ha empezado, y en las escenografías elegidas por cada una de ellas para anunciar su disposición a pelear por el trono del partido ya se atisban las primeras señales de por dónde irán las campañas. Cospedal, en un hotel de Toledo, ante la junta directiva del PP castellano-manchego y rodeada de los suyos. Santamaría, en plena calle junto a la Puerta de los Leones del Congreso, a 40 grados y con la reducida cohorte que en los últimos años no ha hecho otra cosa más que regalarle los oídos hasta conseguir que levitara en vez de andar.

“Nosotros, en la calle. La calle es nuestro sitio”. Fue el mensaje enviado por la pléyade de aduladores que acompaña desde hace años a la exvicepresidenta del Gobierno como si en algún momento de los últimos siete hubiera pisado Santamaría más suelo que el que hay bajo las alfombras del Palace, los despachos de La Moncloa o las tiendas de la madrileña Milla de Oro, donde con frecuencia se deja un “pico” acompañada de su séquito más reducido.

Mucho tiene que esmerarse la exvicepresidenta en convencer a las bases de que es tan PP como Cospedal, que lo defendió en los buenos y en los malos momentos mientras ella declaraba viernes tras viernes desde la mesa del Consejo de Ministros que no opinaba sobre la corrupción del partido porque le era ajena y porque no era su cometido.

Es tan larga la lista de damnificados dentro y fuera del partido que ha acumulado Santamaría en estos años que hasta Rajoy, según ha trascendido, va contando que todo lo de Catalunya y lo de la moción de censura fue sólo culpa suya, y que por eso él ha tenido que salir, tras 34 años en la vida pública, por la puerta trasera de La Moncloa.

En el debe de Cospedal quedará para siempre el “despido en diferido” y la obsesión por la acumulación de cargos. En el de Santamaría, haberse apartado siempre tácticamente de las siglas y de los cuadros a los que ahora tendrá que pedir el voto. Nada está escrito. Si les sirve de ejemplo, en el PSOE las bases siempre votaron lo contrario de lo que querían los dirigentes. Bien es verdad que la militancia del PP en lo que a democracia interna y consultas se refiere está por testar, y nadie sabe lo que primará o castigará. En todo caso, ¡es la guerra! Y una de las dos aspirantes morirá.