Recientemente, y de forma reiterada, el ejecutivo catalán se ha manifestado orgulloso de haber "avanzado en estabilidad institucional y en ser un socio fiable". Dejaré para otro día esto de considerarse un socio fiable (a lo mejor, incluso demasiado), pero me referiré a esta supuesta virtud de la estabilidad institucional.

Según el Diccionari de l’Institut d’Estudis Catalans, la estabilidad puede tener tres acepciones distintas (traducido del catalán):

  1. Calidad de estable
  2. Persistencia de un estado estacionario
  3. Tendencia de un sistema a recobrar una condición perdida debido a una perturbación

Probablemente, el Govern, cuando habla de estabilidad institucional, se refiere a las acepciones primera y tercera, en el sentido de que tiende a perseverar en el mismo estado, es decir, que tiene un punto de estático, y que tiene como voluntad declarada recobrar una condición perdida debido a una perturbación, que es como eufemísticamente entiende la fuerza política dominante en Catalunya el denominado proceso independentista de la década anterior.

En un mundo tan cambiante, y en una civilización occidental confrontada a crisis y declive, no sé si la posición estática es la mejor, o si no nos convendría más a todos un cierto dinamismo, no vaya a ser que a base de estar quietos y perseverantes, el carrusel de la vida pase de largo.

Y, además, el sustantivo estabilidad va acompañado del calificativo institucional. E institucional es lo relativo o perteneciente a la institución, o propio de la naturaleza de una institución.

De modo que ya tendríamos el terreno de juego acotado. Se trata de perseverar en el mismo estado —sople de donde sople el viento—, de recobrar la condición de una cierta "pax interior", que puede ser sosegadora o terriblemente aburrida; de anular, o disimular, cualquier signo de lo que se considera que fue una perturbación y, por lo tanto, confrontada con el marco de la condición de estable, y de reatarlo todo con la naturaleza de la institución, en este caso la Generalitat de Catalunya.

Más que nunca, hacen falta proyectos ilusionantes, cierta épica, voluntad de competencia leal, y defensa y promoción de la propia identidad

Pueden ser objetivos loables, según quien los mire, pero a mi entender, no son presagio de sosiego creativo, sino que más bien beben de las fuentes de "el meu mal no vol soroll". Por lo tanto, si hace falta, es presagio de la aplicación de calmantes, parches, o tisanas, según convenga, en dosis homeopáticas, para que el supuesto enfermo (el cuerpo nacional) termine de pasar la enfermedad perturbadora de la mejor forma, de la forma que sea menos traumática, y que vaya por la vía rápida, para que volvamos a la condición de socio fiable, aunque a veces se pueda confundir con la de vasallo.

El hecho es que todo esto resulta —se mire por donde se mire— poco estimulante, porque en el mundo contradictorio y competitivo en el que vivimos, quedarse en una posición estática significa no verlas venir. Más que nunca, hacen falta proyectos ilusionantes, cierta épica, voluntad de competencia leal, defensa y promoción de la propia identidad, y disponer de una personalidad propia y afirmada que nos singularice en el concierto de las naciones que aspiran a jugar algún papel en el nuevo mundo que crece, intentando evitar los monstruos que genera.

Da la sensación de que la "paz interior" que quiere lograrse pretende basarse en un conjunto de renuncias a la propia condición nacional, a base de sumarnos a un proyecto colectivo estatal que ya nos ha demostrado con creces que nos tolera, pero que no nos quiere —al menos como algunos queremos que nos quieran, que es desde nuestra identidad propia—.

Se nos pide la adhesión a un proyecto común que solo nos tiene en cuenta cuando hay situaciones de urgencia o de necesidad, y que incumple de forma sistemática cualquier tipo de acuerdo que se pueda establecer. Nuestro problema es que caemos en la buena fe una y otra vez, mientras que la ventaja en el trilerismo, y en dominar los mecanismos de poder, del otro bando (mande quien mande) no para de crecer.

Recapitulando, quiere perseverarse en un estado de cosas que algunos catalanes ya no aceptan; se quiere eliminar cualquier tipo de perturbación, pero sin dar argumentos ni nada tangible que permita afirmar que las cosas mejoran si permanecemos parados, y se quiere confundir esta posición estática con la propia naturaleza de la institución. No sé si esto puede durar mucho, ni si existe mucha gente dispuesta a gimotear durante esta siesta "institucional", que puede resultar larga y pesada