Los crímenes sin resolver que involucran a niños o chicas jóvenes nos llaman la atención. Hay muchas series que, directamente, son documentales de crímenes reales, como la famosa Crims en nuestro país. Otras se inspiran en los hechos y pueden buscar soluciones más o menos realistas al suceso real. Algunos de los crímenes más famosos son “revisitados” en diferentes ocasiones. La aplicación de las tecnologías basadas en genética forense revolucionaron el mundo de la criminalística, y aunque al inicio solo se analizaba el DNA de las personas sospechosas y las muestras biológicas obtenidas en el lugar del crimen (como el semen, la sangre, los cabellos o la piel), las técnicas de genética forense se pueden aplicar también en muestras de origen animal, como pelos o restos de perros, gatos o caballos. No todos los casos se pueden resolver fácilmente, depende de la conservación del material genético, de que la muestra no esté contaminada, de que no tenga aportaciones de mucha gente, y de que las pruebas circunstanciales permitan afinar bien.
El Reino Unido fue el primer país donde, en un juicio, se usaron marcadores de DNA forense humano para resolver un caso, en 1985. Pero el uso de huellas genéticas de animal para ayudar a resolver un caso tardó casi veinte años más, y este es el caso que os querría explicar hoy.
El 26 de noviembre de 2000, Leanne Tiernan, una adolescente de Leeds (Reino Unido) había quedado con una amiga para comprar los regalos de Navidad. Fueron a la ciudad de compras y volvieron a casa en un autobús. Vivían en el suburbio de Bramley y se separaron cuando llegaron cerca de la casa de una de ellas. Leanne se dirigió sola hacia su casa y tenía que pasar por un atajo sin iluminación, llamado Houghley Gill, que ella conocía bien, pero aquella noche no llegó a casa.
Como la chica no regresaba de las compras, su madre, angustiada, denunció su desaparición a la policía, describiendo a su hija como feliz y confiada, pero responsable y conocedora de los alrededores. No era probable que se hubiera perdido y nunca había llegado tan tarde. La policía se tomó el caso en serio y una semana después de la desaparición había reconstruido sus pasos, junto con los de su amiga. Un anuncio público de ayuda por parte de sus padres desencadenó una avalancha de llamadas. Mucha gente pensaba que la habían visto en varios lugares, pero todas resultaron ser pistas falsas. La policía continuó buscando en el área, donde había más de 700 residencias, entre zonas boscosas, canales, prados y pozos de agua. Toda la población se implicó y la policía del condado de Yorkshire le dedicó mucho tiempo, sin ningún éxito.
Nueve meses más tarde de su desaparición, un hombre que paseaba a su perro por el bosque de Lindley, al noroeste de Yorkshire, a unas 16 millas (unos 25 km) de su casa, encontró el cuerpo de Leanne, envuelto en una funda nórdica de flores y semienterrada en una fosa. Dentro de la funda nórdica, Leanne había sido envuelta con bolsas de basura de plástico verdes atadas con cuerda. La joven estaba maniatada con cables de plástico amarillo, y su cabeza estaba cubierta con una bolsa de plástico negra sujetada por una correa de perro. Todo indicaba que el traslado a la fosa había sido relativamente reciente, ya que el grado de descomposición del cuerpo era inconsistente con el tiempo transcurrido desde su desaparición, y parecía que durante un cierto tiempo la habían guardado bajo congelación.
En el asesinato de Leanne Tiernan, se hizo uso de huellas genéticas de animal para ayudar a resolver el caso
Los expertos forenses pensaron que quizás podrían obtener suficientes pruebas que les llevaran hasta el homicida. Peinaron el bosque en busca de indicios y buscaron en toda el área vecinal. Durante su investigación, la policía estableció una lista de sospechosos, entre los cuales estaban algunos cazadores que frecuentaban y conocían aquel bosque, entre los cuales, John Taylor, quien después se demostró que era el homicida. Los investigadores forenses encontraron pelos de perro en el cuerpo de Leanne Tiernan. Como ellos no tenían los datos genéticos para caracterizar genéticamente al perro, enviaron la muestra a una universidad de Texas que conoce bien el genoma del perro. Desafortunadamente, aunque se obtuvo un perfil genético canino parcial, la policía no pudo encontrar ninguna mascota que concordara dentro de su lista de sospechosos, ya que el perro que Taylor poseía cuando Leanne fue asesinada había muerto.
Alrededor del cuello de la víctima había un chal anudado y el nudo contenía cabellos humanos. Los tests habituales de ADN a partir de la raíz de los pelos no obtuvo resultados positivos por estar demasiado degradado, así que los forenses recurrieron al ADN mitocondrial, que, dada su multiplicidad en las células, presenta una probabilidad más grande de encontrarse intacto. En este caso, sí se obtuvieron resultados del genotipado, y dentro de la lista de sospechosos, solo Taylor quedaba incluido.
John Taylor fue arrestado en octubre de 2001 y llevado a Leeds para interrogarlo. ¿Quién era Taylor? Sin muchos contactos sociales, divorciado y con hijos, Taylor era descrito por quienes lo conocían como un hombre corriente y, sin embargo, poseía instintos que no pueden ser clasificados como corrientes. Desde edad muy joven, le gustaba cazar, y se sabía que obtenía placer infligiendo daño a animales de tamaño pequeño. Cazaba y torturaba conejos, había sido visto apuñalando repetidamente zorros, o golpeando con un bate faisanes hasta su muerte. Después de su detención, su casa fue registrada con detalle. El jardín fue excavado y se encontraron los restos de 28 hurones y los esqueletos de 4 perros, uno de ellos con un cráneo aplastado.
Investigaciones subsiguientes proporcionaron más prueba incriminatoria. El collar que estaba alrededor del cuello de Tiernan estaba hecho de piel, y la marca correspondía a una empresa de Nottingham que servía a la tienda de venta por correo de la que Taylor era cliente. Se encontraron restos de cuerda y bolsas verdes, idénticas a las utilizadas para ocultar el cuerpo de la víctima. Además, el cable amarillo con el que la maniataron estaba producido en una empresa italiana que había vendido el 99% de su producción al Royal Mail (servicio de Correos) británico. John Taylor trabajaba en Correos y tenía acceso al material.
Se encontraron fibras de nailon rojas en la ropa de la víctima, que habían sido transferidas por contacto, del mismo tono, textura y composición que las fibras que se encontraron alrededor de unos clavos clavados en el suelo de la casa de Taylor. Aparentemente, allí había habido una moqueta de color rojo que Taylor arrancó y quemó, se supone que con la intención de destruir la prueba de la estancia de Leanne Tiernan en su casa. Al ser entrevistadas, mujeres con las que había mantenido relaciones relataron que le gustaba el sexo sadomasoquista y que solía maniatarlas. Todo ello, unido a la prueba del ADN mitocondrial, más la identificación del ADN del perro (que concordaba con uno de los esqueletos caninos encontrados en el jardín) lo inculpaba como homicida. De hecho, este fue el primer caso en el Reino Unido en el que se utilizó la huella genética de un animal como prueba en un juicio.
Durante el juicio, Taylor reconoció haber secuestrado a Leanne, pero no admitió haberla matado. Según su declaración, Taylor estaba escondido en el bosque cerca del sendero de Houghley Gill, esperando a una víctima propicia. Cuando Leanne se dirigía a su casa, la atacó por detrás, la amordazó, le tapó los ojos y se la llevó a su casa. Allí la maniató, la violó y la estranguló con un cable plástico amarillo. Según su versión, la chica se cayó de la cama y se golpeó en la cabeza. Pensando que Leanne estaba muerta, la levantó utilizando el chal que estaba alrededor de su cuello, y esto seguramente le acabó produciendo la muerte.
La policía cree que Leanne Tiernan no fue ni la primera ni la única víctima. Se han rebuscado en los archivos casos no resueltos de los veinte años previos a su detención para determinar si Taylor podría haber estado involucrado en alguno. Hay cuatro víctimas más, las circunstancias de las cuales parecen encajar en su método. La sentencia, en julio de 2002, fue que John Taylor era culpable del secuestro y homicidio de Leanne Tiernan, con sentencia a cadena perpetua.