Creo que no digo nada que no sepa la mayoría de la gente: cada vez es más difícil ser educado en catalán en Catalunya. Por mucho que los españoles —gracias a la maravillosa prensa imparcial, objetiva y absolutamente neutral que los informa— digan que es más bien todo lo contrario, que los catalanes perseguimos a los castellanohablantes tan pronto como llegan a Catalunya para atarlos a los árboles o farolas de la calle y obligarlos a recitar la obra entera de Jacint Verdaguer (con acento de Olot o de Deltebre). La realidad, sin embargo —ahora hablando en serio—, es que hay tantos recién llegados en las escuelas que los profesores (te lo corroborará cualquier profesor que ame su profesión) no dan abasto —y algunos de ellos, incluso, optan por cogerse una baja por depresión. De hecho, yo misma pude comprobarlo durante las prácticas del grado de Lengua y Literatura Catalanas que hice en un aula de acogida de un instituto público. No me hizo falta tener ningún doctorado para ver que aquello acabaría como el rosario de la aurora. Solo en un mundo utópico sería posible integrar la avalancha de recién llegados que estamos recibiendo en Catalunya año tras año. Según el censo de población y viviendas (2024) del Institut d’Estadística de Catalunya (Idescat): “La población de Catalunya a 1 de enero de 2024 se situó en 8.012.231 habitantes. Por lugar de nacimiento, 4.981.501 habitantes nacieron en Catalunya (62,2%), 1.124.048 habitantes, en el resto de España (14,0%) y 1.906.682 habitantes, en el extranjero (23,8%)”. Es decir, un 37,8% de la población de Catalunya viene de fuera de Catalunya (habría que ver si todos los que ya han nacido en Catalunya tienen como lengua materna el catalán u otra lengua) y, por tanto, todos ellos o buena parte de ellos tienen una lengua materna que no es el catalán y probablemente se les tendría que enseñar a hablar catalán.
Ya hay padres que han cogido a sus hijos, catalanohablantes, y los han llevado a colegios privados para que puedan expresarse en su lengua materna, el catalán, la lengua propia de Catalunya
Si a los profesores, que ya tienen más alumnos de los que pueden asumir en las aulas, les añadimos un gran número de recién llegados y de niños que tienen problemas psicológicos y familiares, el resultado es una profesión deprimida y con ganas de que llegue el verano para ir a tomar el sol y olvidarse de todo. Una clase que tiene muchos alumnos recién llegados —como muy bien saben los profesores y los padres de los alumnos catalanohablantes— es una clase que lo hace todo mucho más despacio y que no alcanza los objetivos marcados oficialmente. Yendo muy bien, cuando empiecen la ESO ya sabrán sumar y leer. Fuera bromas, es imposible atender a treinta y cinco alumnos con diversos niveles de conocimiento de la lengua catalana y de culturas completamente diferentes sin que esto afecte la calidad de la enseñanza. Por todo ello, ya hay padres —¡los que se lo pueden permitir!— que han cogido a sus hijos, catalanohablantes, y los han llevado a escuelas privadas —incluso los padres que defienden con las uñas y lo que haga falta que venga todo aquel que quiera a vivir a Catalunya porque Catalunya es una tierra de acogida y sois todos muy bienvenidos— para que puedan expresarse en su lengua materna, el catalán, la lengua propia de Catalunya, y avanzar a buen ritmo, académicamente hablando.
¿Qué se está provocando, pues, con esta cultura del oh, benvinguts, passeu, passeu, de les tristors en farem fums? Que haya una élite de catalanohablantes (los que se lo han podido permitir), que han sido educados en catalán y que tienen un nivel de estudios y de conocimientos superior al resto —entendiendo como resto los recién llegados y los catalanohablantes con poco poder adquisitivo que han sido educados en escuelas públicas que no daban abasto. Es decir, estos que defienden la inmigración sin control están provocando lo contrario de lo que supuestamente quieren: que los recién llegados no reciban la misma educación que los catalanes y que la gente con más poder adquisitivo sea en un futuro —básicamente— catalanohablante (estarán mucho mejor formados académicamente y tendrán muchas más puertas abiertas al mundo laboral). Es decir, están convirtiendo a los recién llegados en ciudadanos de segunda (supuestamente sin querer o sin ser conscientes de ello).
Por lo tanto, solo veo dos posibles soluciones. La primera —que me parece la más lógica, inteligente y factible— sería controlar la inmigración y dejar entrar en Catalunya solo el número de recién llegados que podemos asumir. La segunda —mucho más utópica y unicorniana— sería que España se aviniera a destinar más dinero público en Catalunya para crear grandes aulas de acogida para poder enseñar a todos los recién llegados a hablar catalán y darles un apoyo académico extra (lo cual juraría que no le apetece mucho a España; llamadme malpensada…) o bien que se aviniera a la independencia de Catalunya y ya nos ocuparíamos nosotros mismos de organizarnos con el dinero que recaudamos de los catalanes (creo que tampoco le apetece mucho). Si no se llevan a la práctica ninguna de estas soluciones, auguro una Catalunya dividida en dos estamentos: el estamento más pobre (y más numeroso), que será básicamente castellanohablante (porque los catalanohablantes con poco poder adquisitivo serán absorbidos y devorados por el castellano), y el estamento más rico (y más reducido), que será catalanohablante. Y obviamente tendremos que atenernos a todas las consecuencias que esta ruptura social provocará. ¿Es esta la Catalunya que queremos?