Para no ir todavía mucho más atrás, recuerdo como en los alrededores de la crisis del 2008, los economistas contribuiremos a formar y justificar, con mucha pompa y verbosidad, las burbujas de la deuda y los globos financieros y especulativos. Las desigualdades económicas y sociales espoleadas por las exigencias de Wall Street y el Banco Central Europeo hicieron todavía más difícil superar el abismo abierto entre regiones, pueblos y países, entre vida y convivencia. Los hombres de negro del FMI decidieron el malvivir de naciones como la griega, que se veía privada, al mismo tiempo, de medicamentos imprescindibles, y de su soberanía y democracia. No había ninguna otra alternativa, decían, y con muy pocos matices —casi nunca para bien— lo siguen repitiendo ahora.

Como en todas partes, en Catalunya y en Borbonia los juristas siguieron el patrón de los economistas austericidas. Y más allá de mercados y desregulaciones laborales y económicas, con respecto a territorios, banderas, fronteras y jerarquías, el ideario de la unidad indivisible de las patrias del Cid fue el gran modelo a seguir. No hay alternativa al neoliberalismo, dicen. Tampoco hay alternativa al unionismo, repiten, hasta que un 1 de octubre, un pueblo les gana en coraje, determinación, dignidad y valores.

Sería magnífico que nos diéramos cuenta de que solamente pueden tener el poder y mantenerse en él, si nos conformamos con baratijas

El 1 y el 3 de octubre fueron un desafío demasiado grande para los pensamientos únicos, por la ausencia continúa y cultivada de soluciones, por la debilidad machista y violenta de privar de derechos a aquellos que piensan diferente, empezando por los derechos humanos y políticos. Se imponía frente a un pueblo pacífico y tozudamente alzado, el uso de nuevas represiones, de nuevos engaños que se pudieran convertir en paradigmas indiscutibles, y la cohesión de una casta que los alzara a los cuatro vientos. A pesar de su origen, esta casta se pone de puntillas para negar más alto y descaradamente el ideario de Montesquieu. El poder judicial, en Borbonia, en todos los sentidos, se impone y decreta la asimilación de independentismo y terrorismo. Y antes, con el 155, hace polvo la soberanía de una nación. E intenta no "pacificarla", sino introducir elementos de destrucción interna peleándose con las palabras, inoculando discusiones que parecen primordiales y solo son engaños. Finalmente, jugando con el sable, se empeñan en hacer valer que quien todo lo puede son los "dieciséis jueces de un juzgado" (o de la Audiencia) que quieren asustar a los futuros candidatos a la horca que levanta su inclemencia.

Más ejemplos de paradigmas sin alternativa los tenemos en un primer sótano kafkiano en el que, después de acatar con diligencia el 155, mentes privilegiadas de la región se pelean para hacer ver los mil y uno colores favorecedores del indulto condicionado, o ahora, en el segundo rellano del subterráneo, mentes de primera discuten mañana, tarde y noche en las tertulias, si la amnistía actúa sobre hechos, o hechos delictivos o sobre personas, y las diferencias entre las interpretaciones de la Comisión de Venecia y el Código Penal de Borbonia; es conocida, sin embargo, la fuerza y el hambre de los "dieciséis jueces" homologados. Y, seguramente, buena parte de la buena gente de octubre y del Tsunami se pelearán por lo que acogen como destellos de la quincalla, sin darse cuenta del poder intoxicador de este tipo de baratijas.

Sería bueno no caer en el juego de los que nos dicen "pacificados", mientras nos tiran las yescas de todas las discordias. De hecho, sería magnífico que nos diéramos cuenta de que solamente pueden tener el poder y mantenerse en él, si nos conformamos con las baratijas. Y la única alternativa real que tenemos que buscar, encontrar y defender, no tiene nada que ver con la quincalla colorida.