El titular de portada que ayer publicó La Vanguardia es uno de los ejemplos más claros del efecto corrosivo que el gobierno de Quim Torra está ejerciendo sobre el sistema político y mediático catalán. Cuando Torra fue investido ya advertí que Puigdemont iba a hacer la guerra “biológica” al autonomismo. El president exiliado no tiene ni el carácter ni los conocimientos necesarios para combatir el Estado de forma limpia y frontal, pero es más listo que sus adversarios.

Mad Horse Puigdemont favoreció la investidura de Torra para dar cancha a la ambición de sus rivales y La Vanguardia y sus títeres no sólo han mordido el anzuelo, sino que cada vez lo tienen más metido en la boca. Si algo ha pasado en los últimos meses es que los discursos ya no cubren las maniobras de los actores que, entre bambalinas, siempre habían hecho que pasaran las cosas. Los movimientos se hacen tan a cuerpo descubierto que los mismos estrategas que trabajan para conseguir que el país haga marcha atrás están destruyendo el camino de vuelta. 

La Vanguardia aseguraba en el titular de portada que “la mayoría quiere la reforma constitucional y otro Estatuto”. Pero en las páginas interiores Jordi Juan explicaba muy bien que "las bisagras que dan vida al Frankenstein español" son los partidos independentistas catalanes y vascos. En teoría, ERC y PDeCAT deberían asegurar la estabilidad de España y el regreso de Catalunya al orden constitucional, pero en la práctica cada vez están más atrapados en sus teatros y es cuestión de tiempo que sus bases vuelvan a sublevarse contra las direcciones, como pasó en octubre del año pasado.

La imagen de Artur Mas ofreciéndose al hijo de Suárez para liderar un nuevo PDeCAT autonomista deja claro que el Estado sólo utiliza a los partidos independentistas para que le hagan el trabajo sucio. Cualquier militante de ERC puede empezar a ver que los discursos que hablan de ampliar la base servirán para que los comuns se queden con el espacio político del partido de Junqueras. Puigdemont está herido de muerte porque no convocó elecciones cuando tocaba, pero igual que Quim Torra es demasiado patriota para no morir matando. 

Los intentos de conseguir que la oleada independentista sea un mero paréntesis en la historia de la democracia española toparán con las bases de unos partidos que tienen Twitter y Facebook y una memoria demasiado fresca para comulgar con ruedas de molino. El otro día corría por las redes la foto de un papel pegado en una pared de una consejería que decía: declaración simbólica igual a presos simbólicos. Pronto Sergi Sol también verá que su libro se promociona para beneficio de la izquierda psuquera que traicionó la República y la Transición, y que yo sólo lo señalo para que se defienda antes de que no sea demasiado tarde.

Los españoles buscan a Espartaco, pero Espartaco somos todos porque todos los catalanes llevamos un rey dentro y porque España no tiene suficiente fuerza democrática, ni policial, para crucificar a todo el país. Cuando Ada Colau dice que el independentismo no puede hacer pagar la represión del Estado a los trabajadores, como si no hubiera trabajadores independentistas, deja claro que la única alternativa al cinismo de la izquierda catalana es aplicar el resultado del referéndum del 1 de octubre. “Las intersecciones” que reivindican algunos conservadores son entelequias de la policía, como las peticiones de extradición de Puigdemont.

Se acerca una época divertida que cogerá por sorpresa a muchos dirigentes políticos y a muchos opinadores. La entrevista de Vicent Sanchis a Inés Arrimadas ya puso de manifiesto la distancia que hay entre los discursos complacientes de los partidos de la Generalitat y los objetivos de fondo de la ocupación española. Los intentos de algunas voces de ERC de copiar el discurso de Ciudadanos sobre los apellidos catalanes recuerda la tendencia que los escorpiones tienen de picarse a ellos mismos cuando están acorralados por el fuego.

Poco a poco, veremos que el preso político más importante que hemos tenido, desde los tiempos de Xirinacs, ha sido el hijo de Jordi Pujol, del cual la policía española sabe incluso los mililitros de pipí que hace al día. La comedia que España ha montado, con la colaboración del procesismo, para disimular que Catalunya había celebrado un referéndum, empezará a colapsarse tan pronto como vuelva a haber elecciones. Por eso Pedro Sánchez ha decidido durar, para decirlo con las palabras de Enric Juliana.

La guerra no se ha terminado, pero el ogro español tiene los pies de barro y amenaza con hundirse sobre la cabeza de sus títeres. Con la investidura de Torra, Puigdemont dio pescadito radiactivo al autonomismo y ha dejado al descubierto el bestiario de la ocupación, que sólo piensa en comer y que, como los muertos vivientes de Walking Dead, se mueve de una forma torpe y previsible.