Vox es el hijo histérico de los miedos que el derecho a la autodeterminación ha ido esparciendo entre los sectores de Barcelona y de Madrid que viven de la ocupación de Catalunya. Si Catalunya ya fuera independiente, el partido de Santiago Abascal tendría poca razón de ser. Si la Generalitat hubiera perdido el referéndum del 1 de octubre, el PP seguiría siendo el partido alfa de España.

Si los españoles no hubieran destruido el prestigio de su propia Constitución, a base de negar el derecho a la autodeterminación de Catalunya, Vox sería un partido residual que atizaría el odio contra los inmigrantes. Ahora, en cambio, se ha convertido en la solución desesperada que la malograda democracia española busca para salir del desbarajuste provocado por la hipocresía y las mentiras de los partidos que hicieron la transición.

Así como Catalunya busca en las primarias una forma de regenerar su política nacional y de dar un ejemplo de civismo y de esperanza en Europa, España se va hundiendo en las viejas fórmulas de siempre, monitorizadas desde Francia. En todo Occidente, la crisis institucional ha abocado a los países a buscar respuestas en su historia y parece que el estado español no quiere aprender de los errores. 

Mientras Madrid utilice policías para frenar la voluntad democrática de Catalunya, la leyenda negra atrapará a España una y otra vez. No hay que leer muchos diarios para ver que algunos partidos de Barcelona pueden tener la tentación de hacer frente contra Vox con el objetivo iluso de reivindicarse. Si cogen este camino, contribuirán a alimentar el monstruo español y acabarán de perder el poco prestigio que les queda.

Los años treinta ya nos enseñaron cómo acaban los frentes con los partidos de Madrid, tanto si son de perfil monárquico como republicano. También nos enseñaron qué pasa cuando una oligarquía decadente intenta utilizar un demagogo para pervertir la democracia y asegurar sus privilegios. Después de tantos años de hablar de nazis y de psiquiatras, los periodistas y los políticos españoles ya tienen los títeres que buscaban.

Si Catalunya se saca de encima a los políticos que han impedido la independencia, Vox perderá el fondo de verdad que defiende y quedará fuera de contexto. Sin unos políticos catalanes mentirosos, dispuestos a hacerse pasar por víctimas, el partido de Abascal dejará de tener una función redentora y será fácil eliminarlo. Vox es la versión española del procesismo de clase media más frenético, que no entiende por qué se manosea de manera gratuita su bandera y su democracia. 

Tantos años de no nacionalismo y de políticos madrileños jugando con Catalunya para asaltar la Moncloa, han dado a Andalucía el previsible privilegio de ser la cuna de la nueva ultraderecha. Franco debe estar tocando las castañuelas. Pero, después de 40 años de hegemonía socialista, la izquierda tripartita catalana debería dejar un momento el megáfono del antifascismo y plantearse seriamente si el PSOE no tiene mucho que ver con ello.