Se dice poco y se tendría que recordar más. Si los Borbones cayeron en 1931 es porque, con la dictadura de Primo de Rivera, los políticos de la Restauración perdieron el control de las grandes ciudades, especialmente el control de Barcelona. Agotado el lerrouxismo, y desacreditada la Liga por su colaboración con los militares españoles, los catalanes dieron una victoria inesperada y traumática a un partido improvisado que se llamaba ERC.

No estamos aún a las puertas de una sacudida tan grande, pero la distancia entre el régimen del 78 y las ciudades se va haciendo grande y subversiva. Pedro Sánchez va tan corto de recursos que quiere presentar a Miquel Iceta a las elecciones municipales de Barcelona. Las élites de la ciudad tampoco van sobradas de políticos. He leído que quieren promover para alcalde a Sandro Rossell, el hombre que traicionó a Joan Laporta para laminar la influencia nacional del Barça y para afirmar los intereses oligárquicos del conde de Godó.

Oriol Junqueras tiene la medida tomada a sus enemigos, y debe rezar para que Ernest Margall se aguante un poco los pedos. El líder de ERC sabe que las elecciones son una farsa, y que Maragall es el candidato más realista que puede presentar. En un clima de represión y de decrepitud, donde cualquier cosa es susceptible de empeorar, vale más loco conocido que sabio por conocer. Maragall es una cuota de poder y a la vez un escarnio al régimen de Vichy que gestiona la misma ERC.

Junqueras es más listo que el hambre y, mientras se dedica a engordar a todos los cerdos que genera la presión de España, los convergentes buscan su lugar en el mundo sin entender casi nada. Cuando leo a Vicent Sanchis o a Agustí Colomines, por ejemplo, y veo los palos de ciego que dan, pobres, me viene ganas de ayudarles a cruzar la calle. Si me olvido del cinismo y de los desprecios que han gastado, incluso siento el impulso de llevarles una manta para que no cojan frío en su enésimo viaje al centro.

La abstención empieza a pesar, y ya no se puede pintar como una pataleta de hiperventilados y de articulistas marginales que tienen Patreon. El camión de Isidro que Salvador Sostres prometió con tanta euforia este invierno, parece que no acaba de pasar. Francesc Marc Álvaro habla mucho de antipolítica, pero nadie puede disimular que la abstención es la única oposición democrática civilizada al autoritarismo español, aunque esto, de momento, sea decir muy poco.

La abstención empieza a pesar, y ya no se puede pintar como una pataleta de hiperventilados y de articulistas marginales que tienen Patreon. Es la única oposición democrática civilizada al autoritarismo español

España necesita dar lustre al Ayuntamiento de Barcelona para presionar a los independentistas que no votan antes de que la cosa se vaya de madre. Sin el optimismo de las ciudades, la política se vuelve de cartón piedra, y los empresarios y los intelectuales parecen burócratas del partido comunista chino. El Periódico publicaba ayer un Publirreportaje sobre los supuestos emprendedores que tienen que salvar el país que ilustra la dinámica que se genera cuando la cultura urbana se falsifica.

Si la abstención crece, es probable que el recuerdo de Primàries empiece a generar escalofríos. Jordi Graupera todavía está mentalmente bloqueado por la derrota de hace tres años, pero el espíritu de su campaña está bastante vigente. Yo diría que el hecho de que Primàries haya perdido su jefe más visible puede ayudar a reavivar la idea e incluso a hacerla más transversal y difícil de manipular. A medida que los humoristas y las feministas se entreguen al capitalismo de amiguitos, el camino también se verá más claro y más urgente.

Me parece que fue en un libro de Slavoj Zizek donde leí por primera vez un elogio a las posibilidades subversivas de la abstención. Los convergentes más rebotados piensan que ERC intenta sustituirlos, pero el partido de Junqueras saca los votos de los escombros del país. ERC es una barricada contra la normalidad, más que un partido. La gente ve a ERC como un mal menor porque sabe que la democracia no se puede dividir y que, dentro de España, los republicanos siempre van a ser unos matados sin margen para hacer nada.

Mientras los políticos del país piensen en términos de cobarde/valiente como los viejos convergentes, Barcelona se irá hundiendo, y las clases medias que impulsaron las consultas populares se sentirán cada vez más huérfanas de partido. Apenas ahora se empieza a ver hasta qué punto el miedo y la obsesión de la unidad de España nos han hecho descuidar el talento y la inteligencia. Cuando empiecen a llegar las facturas de estos años perdidos, quizás se entenderá mejor por qué no hay alternativa intelectual ni política a la autodeterminación.